Los perros hambrientos, 1939. Ciro
Alegría (Perú, 1909 – 1967)
Losada. Biblioteca clásica y contemporánea, 1977. Narrativa, 150 páginas.
Hacienda
peruana, Paco Castillo
Fue Ciro Alegría quien abrió la
senda de las letras peruanas en este espacio, allá por el 2015, recién nacida mi
bitácora (bonita palabra).
Ya supondréis el escaso eco que
tuvo entonces. Me ha parecido de justicia recuperar a un magnífico, y no tan
conocido, escritor latinoamericano, más tratándose de un libro especial para
mí, y tras haber sido uno de los ejemplares que ha retornado conmigo a sus
escenarios originales en la serranía andina.
Estar con estos libros, las historias
que cuentan sus autores… simplemente deambular con un ejemplar en la mochila
por los mismos parajes que enmarcan a las novelas, no es fácil de transmitir.
Sin duda el sentimiento de
cercanía, la empatía con los personajes si se da, es algo extraordinario, unas
experiencias literarias sin parangón.
Os dejo con este comentario del
2015, aunque ligeramente modificado con alguna revisión, ya sea para añadir o
quitar según que aspectos, debido a la relectura que hice esta Navidad
celebrada en el Perú. En lo esencial es el mismo de antaño, he retocado poca
cosa.
Leo en "La Novela Andina. Pasado y Futuro" unas
líneas sobre la gestación de "Los perros hambrientos" que no tienen desperdicio.
La idea de la novela surgió
mientras Ciro convalecía en un sanatorio, tratándose la tuberculosis y también
episodios de amnesia. Un doctor le recomendó escribir, para recordar:
"(...) un médico paradójicamente, le recomienda que escriba para recobrar el dominio de sus recuerdos, y efectivamente, asociado al ladrido de los perros que oía entonces en la noche, renace en su mente, como una
evocación que adquiere forma definida, el recuerdo de los perros que oía en su
infancia y en su adolescencia en las haciendas peruanas. La imaginación de ese
modo avivada hizo lo demás, (…)” pp 60.
Vista de Cesara,
pueblo natal de mi mujer
Sorprendente todo aquello que
puede dar origen a un gran libro, guardado en ese cajón de sastre que es
la mente de un escritor.
Un libro que al concluirlo apetece
permanecer varios minutos en silencio. Como si en ese calma pudiese retener
indefinidamente las sensaciones que se agolpan. Es un dulce estado de
embriaguez lectora que te provocan algunas obras.
Con una prosa que manifiesta su
querencia poética a lo largo de la narración, Ciro Alegría nos habla de la crudeza
del hambre, cuando en los remotos caseríos andinos, a una altura donde casi
tocas el cielo con las manos, la existencia de las gentes está sujeta al
caprichoso azar de las nubes.
Masas rebosantes de lluvia, cuyo
viaje puede tener parada y fonda en las aldeas anhelantes del agua viajera, o
simplemente proseguir su rumbo incierto sin que esas tierras puedan calmar su
sed, negando la providencia de cultivos y cosechas a las comunidades serranas.
Sendas en la serranía peruana.
Todo esto sin olvidar la endémica
injusticia social que padecen las comunidades más humildes en el
continente latinoamericano (en donde mencionar a “la clase media” es referirse a
un fenómeno reciente).
El título sintetiza fielmente la
historia que tiene ante sí el lector. El alma de esta obra no está, o mucho
menos, en los hombres y las mujeres de la puna andina, no. Está en Wanca,
Zambo, Güeso y Pellejo, los infatigables perros pastores de la Antuca,
la niña pastora que siente la compañía silenciosa de los riscos, que habla con
el viento y las nubes, y acaricia con amor a sus perros en las solitarias
montañas.
Esta
circunstancia es de lo más natural. Para las comunidades andinas, y hablo con
conocimiento de causa, la relación hacia la tierra y todo lo vinculado a ella,
así como la relación con los animales, está al mismo nivel de importancia que
los afectos con sus semejantes, las gentes.
Caserío peruano, en la ceja de selva.
En Pasajes tan hermosos como éste,
que es el comienzo, se expone con claridad:
“Guau… guau…, guauuúu…
El ladrido monótono y largo, agudo
hasta ser taladrante, triste como un lamento, azotaba el vellón albo de las
ovejas, conduciendo la manada. Ésta, marchando a trote corto, trisca que trisca
el ichu duro (ichu, pasto del altiplano), moteaba de blanco la rijosidad gris
de la cordillera andina. (…)
La Antuca y los suyos estaban
contentos de poseer tanta oveja. También los perros pastores.
El tono triste de su ladrido no
era más que eso, pues ellos saltaban y corrían alegremente, orientando la
marcha de la manada por donde quería la pastora, quien, hilando el copo de lana
sujeto a la rueca, iba por detrás en silencio o entonando una canción, si es
que no daba órdenes.
(…)
La dulce y pequeña voz de la
Antuca moría a unos cuantos pasos en medio de la desolada amplitud de la
cordillera, donde la paja es apenas un regalo de la inclemencia.
(…)
Los cerros, retorciéndose, erguían
sus peñas azulencas y negras, en torno de las cuales, ascendiendo lentamente,
flotaban nubes densas.
La imponente y callada grandeza de
las rocas empequeñecían aún más a las ovejas, a los perros, a la misma Antuca, chinita
de doce años que “cantaba para acompañarse”. Cuando llegaban a un pajonal
propicio, cesaba la marcha (…). Entonces un inmenso y pesado silencio oprimía
el pecho núbil de la pastora. Ella gritaba:
-Nube, nube, nubeée…
Porque así gritan los cordilleranos.
Así, porque todas las cosas de la naturaleza pertenecen a su conocimiento y a su intimidad.
-Viento, viento, vientooo…
Y a veces llegaba el viento,
potente y bronco, mugiendo contra los riscos, silvando entre las pajas,
arremolinando las nubes, desengreñando la pelambrera lacia de los perros y
extendiendo hasta el horizonte el rebozo negro y la pollera roja de la Antuca.
Ella, si estaba un perro a su lado –siempre tenía uno acompañándola-, le decía
en tono de broma:
-¿Ves? Vino el viento. Hace caso…
Y reía con una risa de corriente
clara. El perro, comprendiéndola, movía la cola coposa y reía también con los
vivaces ojos que brillaban tras el agudo hocico reluciente.
-Perro, perrito bonito… “
El libro reposando junto a las albardas.
Por eso la escritura de Ciro nunca
pasa de puntillas por el paisaje, esos bellísimos e intimidantes escenarios
andinos, lugares que siempre elige la muerte para soltar su zarpazo a los incautos o desprevenidos, y lo hace con una facilidad pasmosa.
Él se crió correteando por esas serranías, es ahí donde sus palabras retornan con ecos líricos,
fragmentos que el lector siente, más que leerlos. Un entorno que magnifica el
drama de los hombres y, al mismo tiempo, los convierte en presencias
insignificantes.
Ciro Alegría, haciendo uso de una
memorable prosopopeya, nos acerca los avatares de estos perros y sus
descendientes, y los sentimos un poco humanos (nos identificamos con ellos) en la
lucha atávica por vivir un día más, cuando todo es hambruna, miseria y muerte.
Y cuando las cosas se ponen
realmente feas, hombres y animales se las tendrán que ver con la cara más siniestra
de la naturaleza; una sequía que convierte en secarral lo que antes era
exuberancia, cuando las últimas gotas de agua se esfumen entre las grietas de
la tierra, y el verdor de las cosechas solo resida en el recuerdo de los perros
y los campesinos.
Cesara, Perú.
En ese escenario macabro, hombres
y perros deshacen su pacto de antigua amistad. El hambriento no se alimenta con
lealtad.
Los perros, antes dóciles, no
dudarán en matarse entre ellos por un
pellejo de cabra, o desafiar a sus amos por los despojos que van quedando. Los
hombres no vacilarán en matar a los perros, ahora de mirada agresiva. Cuando
terminen con los animales, se matarán entre ellos, cosas de hombres, aflorando
las brechas sociales, las castas, la ingratitud de la vida con los justos y, a
veces, su benevolencia con los injustos. Acontecimientos que van
desencadenándose en una espiral de locura, ante la desesperación de no tener
una gota de agua con que mojar los labios, o las fauces perrunas.
Cesara, Perú.
El narrador omnisciente simboliza,
a través de los perros, la ancestral lucha por la supervivencia en un escenario
donde todo invita a la muerte.
Hay pasajes que me traen a la memoria fragmentos del "Pedro Páramo" de Juan Rulfo, pues en
ocasiones no se sabe muy bien si los vivos hablan de los muertos o son éstos
los que hablan de los vivos.
Esa relación ambigua entre la vida
y la muerte, en definitiva todo lo sobrenatural e infrahumano que vertebra
buena parte de la literatura latinoamericana, es un vestigio de aquel primitivo
animismo que sigue latente en la cultura del continente y que está impregnado
en la obra de Ciro, Vallejo, Llosa, el propio Rulfo y un largo etcétera de
escritores al otro lado del océano.
Cesara, "mi pueblo" peruano en las alturas... espléndido café.
Esta narración se sitúa en la
llamada novela indigenista latinoamericana, por lo que señalo, la brutal
explotación del campesino, el indio como denominan, a manos del hacendado, sea
pequeño o gran latifundista, casi siempre el descendiente blanco de los
gringos.
Una realidad que no ignora el
peruano Ciro Alegría, hijo de familia hacendada, de lejanos orígenes españoles
e irlandeses. Sin embargo, él empatizó profundamente con los campesinos,
dándoles voz en sus libros, igual que hicieran sus compatriotas Clorinda Matto
de Turner, José María Arguedas, Manuel Scorza o César Vallejo, entre otros.
La narración destila una belleza
sobrecogedora, por inquietante. Sabes que
la muerte se abalanzará a la mínima oportunidad, un horror que se
refugia en el idílico paisaje de la serranía andina, un lugar donde la vida es
una incertidumbre que te acosa sin cesar.
Paseando por la ceja de selva peruana
Una vez más quedo embelesado ante
el portentoso dominio de la lengua castellana que poseen los autores
latinoamericanos, y el caso de los escritores peruanos me parece uno de los mejores
ejemplos allende los mares, como corroboro con Ciro Alegría.
De alguna manera transmiten el
aprecio que sienten por algo tan valioso como el idioma. En la literatura
latinoamericana, me resulta fascinante la natural coexistencia entre expresiones
y palabras ya en desuso por España, pero no allá (aventar, ir al excusado,
quebrada, finado, frazada, etc), con otros vocablos de plena actualidad a ambos
lados del Atlántico.
Dicha convivencia lingüística es
la que otorga, así lo veo, el encanto que desprende el castellano hablado y escrito
por aquellas tierras, y reitero que Perú es uno de los exponentes más
brillantes al respecto, un acicate más para acercarse a su literatura.
Valles andinos, Cesara.
Me cuesta entender que a un lector
no le seduzca la riqueza del lenguaje, como si todo el atractivo de leer
residiera en el nudo de la trama o historia que se narra, en el desenlace que
vamos desentramando, su argumento… quedarse solo en eso es desperdiciar los
dones que nos brinda la literatura, creo yo.
" Amaneció con un sol crudo,
implacable, voraz. La tierra se abría en grietas sedientas y el sol entraba por
ellas, tostándola. Y a lo largo de las sendas, en los cauces de las quebradas -
buscando una gota de agua para su tremenda sed de envenenados - , al pie de los
eucaliptos mustios, acezaban moribundos los perros hambrientos. otros habían
muerto ya y miraban con pupilas fijas.
Runruneaba un lento y negro vuelo
de aves carnívoras. Se posaban en torno de los entecos cadáveres y les sacaban
los ojos primeramente. Siempre hacen así. Tal vez porque prefieren los ojos.
tal vez porque la vida persiste en simularse en ellos y, al extraerlos, quieren
apagar su último y molesto rastro."
( Los perros hambrientos, 1939 )
Me has dejado con la boca abierta después de leer tu reseña. Soy de las que se dejan seducir la riqueza del lenguaje, aunque además necesito que el argumento me atrape. Este libro por lo que cuentas me parece duro (y el hecho de que haya "perros hambrientos" lo hace más atractivo para mí) y los párrafos que has elegido demuestran la maravillosa prosa del autor.
ResponderEliminar¡Gracias por dármelo a conocer!!!
Besos
Hola Marian.
EliminarPues me alegra ese entusiasmo por tu parte, es uno de los libros de mi vida, de los que más me marcaron como lector, así que tenía que volver con él después del viaje peruano, y contarlo.
Lo determinante es el estilo narrativo de Ciro, si un argumento como éste, por muy jugoso que sea, lo desarrolla un escritor mediocre... adiós y muy buenas.
Está escrito con mucha hondura y sensibilidad poética, es una obra de arte, qué te voy a decir yo!! Jeje.
Ojalá lo leas, gracias a ti, Marian.
Besos
¡Qué reseña tan cautivadora! hace muchos años, creo que pronto hará veinte, un amigo me regaló por Navidad "El mundo es ancho y ajeno". No conocía yo a Ciro Alegría, pero he de decir que esa novela me encantó. Inexplicablemente, no he vuelto a leer nada más suyo. Pero esta que traes hoy me atrae muchísimo. Intentaré hacerme con ella.
ResponderEliminarEs cierto lo que dices del lenguaje. De Sudamérica he leído sobre todo literatura chilena, argentina y peruana, y, en menor medida, colombiana. La peruana es la más hermosa. Siempre he dicho que a los hispanoamericanos les dimos un idioma y lo convirtieron en una obra de arte.
Buscaré esos perros hambrientos para ver cómo se matan perros y hombres hasta llegar a recordar los muertos de Comala.
Un beso.
Gracias, Rosa. Me gusta recibir ese entusiasmo lector.
EliminarYo me encontré con Ciro algo después que tú, no mucho más tarde, pero al principio fueron sobre todo antologías. Los perros hambrientos es una novela que te arrastra como un torbellino, no la puedes soltar, y la prosa es sublime, te llega al alma, casi nada.
Coincido en tu apreciación sobre la hermosura de la literatura peruana junto a otras del continente latinoamericano. Me encanta tu comentario sobre como los hispanoamericanos convirtieron nuestro idioma en una obra de arte, magnífico, amiga.
Me consta que leerás esta historia.
Un beso.
Por supuesto que la leeré. No lo dudes.
EliminarTú la sacarás partido.
EliminarSe nota que has vuelto empapado no solo de la tierra sino también del cielo peruano. Qué hermosa introducción a este libro cuando hablas de esa embriaguez lectora y de lo ligada que está esta historia a la naturaleza. Solo por ello ya apetece leerlo. Pero la reseña en sí no se queda atrás. Me atraen muchas cosas de esta novela que se me antoja hermosa y cruel al mismo tiempo, como lo es la vida, el hambre, la injusticia y la supervivencia. Lo apunto subrayado para que no caiga en ese limbo de lecturas en el que tantas veces se convierte la lista de pendientes.
ResponderEliminarMuy cierto que en hispanoamérica se cuida mucho más nuestro idioma. Un idioma que es tan de ellos como nuestro pero que por ser originario de aquí debería sonrojarnos muchas veces lo mucho que lo maltratamos. Estoy muy de acuerdo también contigo sobre que en la literatura no lo es todo la trama en sí, sino que esa riqueza de lenguaje y las descripciones, cuando no son vacías ni pura retórica de relleno sino aliadas de la historia que hablan por sí solas, tienen un valor inestimable.
Creo, a tenor de los comentarios, que algún eco vas a conseguir esta vez al traer a Ciro Alegría a tu bitácora.
Un abrazo
Lorena, éste es un de los libros de mi vida, como ya he comentado; lo que no significa necesariamente que sea el de mayor calidad (aunque la tiene a raudales), sino que entronca con sentimientos profundos de mi ser, no es fácil de explicar, en definitiva unos de esos libros que te llegan al alma, por lo que sea...
EliminarAsí es, crueldad y hermosura, pues muchas veces están más hermanadas de lo que pensamos. Uno de los grandes atractivos que tiene para mí la literatura latinoamericana es su forma de enriquecer el castellano, con esa prosa deslumbrante que se sacan de la manga estos autores, es un festín para los sentidos, y además sustentan unas historias y argumentos muy bien construidos, historias que apetecen descubrir.
Pues encantado si alguien se anima con Ciro, realmente lo merece.
Un abrazo ;)
Dices:
ResponderEliminar"Me cuesta entender que a un lector no le seduzca la riqueza del lenguaje, como si todo el atractivo de leer residiera en el nudo de la trama o historia que se narra, en el desenlace que vamos desentramando, su argumento… quedarse solo en eso es desperdiciar los dones que nos brinda la literatura, creo yo."
Yo te digo que son, entre mis conocidos que leen, que es de los que puedo hablar, pocos, o mejor, ninguno, los que aprecian el lenguaje de los escrito, a nadie, absolutamente a nadie de los que conozco, le atrae cómo se escribe, solo lo que pone.
Y vamos cerrando caminos..
Leí hace poco que a los jóvenes que escucahn música, decía un estudio, que no les gustaría Serrat porque no entienden lo que pone... NO lo sé, pero a los de antes no les importa lo que dice...No sé qué es mejor...
un abrazo
Qué te voy a contar a ti, ¿verdad Wineruda?
EliminarNo eres el único que tiene amigos lectores así, yo también conozco a más de uno.
Ayy... los jóvenes en todas las épocas anduvieron perdidos, pero en ésta parece que incluso más... yo creo que se pierden dentro de sus móviles, ¿no? jeje.
Cuídate amigo!
A mí también me sorprende y agrada la riqueza léxica y la imaginación expresiva de los escritores latinoamericanas. Es un lenguaje vivo y plástico, quizá esa manera de escribir también existía en España, por ejemplo en Miguel Delibes o mi paisano García Pavón, pero se ha ido arrinconando hacia algo más estandarizado y que a veces parece inglés traducido. Me ha gustado esta reseña recuperada y las fotografías de esa selva brumosa y como existe una edición de Cátedra de la novela me haré con ella.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Gerardo.
ResponderEliminarComo ya habrás leído, estás ante un libro especial para mí, de los que mantengo un recuerdo muy vivo pasen los años que pasen.
Con Miguel Delibes coinciden en su amor por el lenguaje, el mimo con el que cuidan la palabra, aunque escritores como Ciro dotan a la prosa de una aire lírico que no es tan evidente en Delibes, más austero en ese uso, al menos es lo yo he apreciado de las lecturas de Delibes. A tu paisano tengo que leerlo, por mi casa tengo algún libro suyo; "Las hermanas coloradas", a ver si me animo. Me alegro de que te gusten las fotografías, las hay muy atractivas.
Me encantaría saber tu opinión de este libro, y sobre todo por tu manera de contarlo que tanto me agrada.
Un fuerte abrazo.