Un aperitivo de Ciro Alegría
aliñado con César Vallejo… mientras arreglo un desaguisado.
César Vallejo (Perú, 1892 – París,
1938) – Ciro Alegría (Perú, 1909 -1967)
Ha surgido un problemilla con el
word de Ciro Alegría a punto de publicar el comentario (“Los perros
hambrientos”), lo resolveré pronto, siempre escribo el original en mi libreta
con el Bic, tomando notas mientras leo, la costumbre. Y si esto no bastara, es un comentario ya publicado aquí en los comienzos, ahora estaba adaptándolo con algún cambio, después de la relectura viajera.
De todas formas he tenido que
improvisar un plan B sobre la marcha, no era justo dejar al amigo Ciro fuera de
juego.
Vamos a ver que tal sale el
asunto.
En Perú, Paco Castillo.
Ciro Alegría es uno de tantos escritores cuya
presencia por los espacios blogeros constituye una rara avis. Y dentro de esas
escasas apariciones, más extraño aún es toparse con apreciaciones de sus obras
que refieran un hecho, a mi juicio, de primer nivel, y muy atractivo… tuvo como
profesor de primaria, siendo el autor un tierno infante, tímido y asustadizo, nada menos que a César Vallejo (tan admirado por
Joaquín Sabina, no dejo de decirlo).
Un Vallejo que no solo fue
figura ilustre de las letras peruanas, también gozó de un notorio prestigio
internacional. Por ejemplo, el Nobel literario Tomas Tranströmer
(ya fallecido) solía releer junto a su esposa los poemas del andino … “Es que
Vallejo es muy bueno”, afirmaba el escritor sueco.
San Ignacio, región de Cajamarca, Perú.
Pues sí, el gran Vallejo
profesor de Ciro Alegría… y esas cosas marcan a uno cuando es chiquillo.
Por tanto, un detalle que conviene remarcar al abordar la literatura de Ciro Alegría.
Aspectos que conozco gracias a ciertos libros que tengo por casa, y que he ido adquiriendo con el paso del tiempo.
Es
evidente que me atrae la narrativa hispanoamericana.
A partir de este buen material se puede indagar
por la red y complementar la información.
Rescato un
fragmento delicioso (éste de internet), no ya para los exiguos entusiastas de Ciro
Alegría, sino para cualquier amante de la lectura, pues reconocerá en
estas líneas el potencial evocador de la palabra escrita, cuando se pone a ello un magnífico
autor.
Entre mis asiduos visitantes y
comentaristas sé que hay profesores, ya sea en activo o disfrutando de una
merecida jubilación. Ellos especialmente, pero no solo, podrían deleitarse
con estas líneas que narran el encuentro
real de un alumno primerizo y acongojado, Ciro Alegría, con la figura de un
profesor conciliador y balsámico, unas veces, melancólico y ausente otras,
César Vallejo.
Un encuentro verídico de aquel profesor llevando de la mano al alumno dubitativo en el primer día de clase, y que pasados los años emularía literariamente a su maestro.
Un encuentro verídico de aquel profesor llevando de la mano al alumno dubitativo en el primer día de clase, y que pasados los años emularía literariamente a su maestro.
En estas líneas de Ciro Alegría hallaremos una de
las mejores semblanzas que se han hecho sobre la figura de César Vallejo, el hermoso homenaje de un alumno a su profesor:
“Caminamos hasta la esquina y, volteando, se abrió
a media cuadra la puerta que usaban los profesores y alumnos de la sección
primaria. Nos detuvimos de pronto y mi tío presentóme a quien debía ser mi
profesor. Junto a la puerta estaba parado César Vallejo. Magro, cetrino, casi
hierático, me pareció un árbol deshojado.
Su traje era oscuro como su piel oscura. Por primera vez vi el intenso brillo de sus ojos cuando se inclinó a preguntarme, con una tierna atención, mi nombre. Cambió luego unas cuantas palabras con mi tío y, al irse éste, me dijo: “Vente por acá”. Entramos a un pequeño patio donde jugaban muchos niños. Hacia uno de los lados estaba el salón de los del primer año. Ya allí, se puso a levantar la tapa de las carpetas para ver las que estaban desocupadas, según había o no prendas en su interior, y me señaló una de la primera fila diciéndome:
Su traje era oscuro como su piel oscura. Por primera vez vi el intenso brillo de sus ojos cuando se inclinó a preguntarme, con una tierna atención, mi nombre. Cambió luego unas cuantas palabras con mi tío y, al irse éste, me dijo: “Vente por acá”. Entramos a un pequeño patio donde jugaban muchos niños. Hacia uno de los lados estaba el salón de los del primer año. Ya allí, se puso a levantar la tapa de las carpetas para ver las que estaban desocupadas, según había o no prendas en su interior, y me señaló una de la primera fila diciéndome:
—Aquí te vas a sentar… Pon adentro tus cositas… No, así no… Hay que ser ordenado. La pizarra, que es más grande, debajo y encima tu libro… También tu gorrita…
Cuando dejé arregladas todas mis cosas, siguió:
—Muchos niños prefieren sentarse más atrás, porque no quieren que se les pregunte mucho… Pero tú vas a ser un buen niño, buen estudiante, ¿no es cierto?
Yo no sabía nada de las pequeñas mañas de los
chicos, de modo que no entendía bien a qué se refería, pero contesté con
ingenuidad:
—Sí, mi mamita me ha dicho que estudie mucho…
Él sonrió dejando ver unos dientes blanquísimos y
luego me condujo hasta la puerta. Llamó a uno de los chicuelos que estaban por
allí jugando la pega y le dijo:
—Éste es un niño nuevo: llévalo a jugar…
Entonces se marchó y vinieron otros chicos, todos
los cuales se pusieron a mirarme curiosamente, sonriendo. “¡Serrano chaposo!”,
comentó uno viendo mis mejillas coloradas, pues los habitantes de la costa
tienen generalmente la cara pálida. Los demás se echaron a reír. El chico
encargado de llevarme a jugar, me preguntó sabiamente:
—¿Sabes jugar la pega?
Le dije que no, y él sentenció:
—Eres muy nuevo para saber jugar…
Me dejaron para seguir correteando. Yo estaba muy
azorado y el bullicio que armaban todos me aturdía. Busqué con la mirada a mi
profesor y lo vi de nuevo parado junto a la puerta, moreno y enjuto,
conversando con otro profesor gordo y de bigote erguido, buen hombre a quien yo
también habría de llamar Champollion, como hacían los estudiantes desde muchas
generaciones atrás. No me atreví a ir hacia ellos y caminé al azar.
Cruzando
otra puerta, llegué a una gran patio donde había muchos más niños. Nadie me
miraba ni decía nada. Seguí caminando y encontré otro patio, donde los
estudiantes eran más grandes. Por allí se hallaba mi tío. Había muchos patios,
muchos salones, muchas arquerías.
Las paredes estaban pintadas de un rojo claro, casi sonrosado, quizás para templar la severidad de un edificio que, en antiguos tiempos, había sido convento. Sonó la campana y yo no supe volver a mi salón. Me perdí, entrando equivocadamente a otro.
Vino a sacarme de mi
confusión el propio Vallejo quien, al notar mi ausencia, se había puesto a
buscarme de salón en salón. Cogiéndome de la mano, me llevó con él. Aún
recuerdo la sensación que me produjo su mano fría, grande y nudosa, apretando
mi pequeña mano tímida y huidiza debido al azoro. Me quise soltar y él me la
retuvo. Mientras caminábamos por los amplios corredores desiertos, me iba
diciendo sin que yo atinara a responderle:
—¿Por qué te pusiste a caminar? ¿Te encontraste solo? Un niñito como tú no debe irse lejos de su salón ni de su patio… Este colegio es muy grande… ¿Estás triste?
Llegamos a nuestro salón y me condujo hasta mi
banco. Él pasó a ocupar su mesa, situada a la misma altura de nuestras carpetas
y muy cerca de ellas, de modo que hablaba casi junto a nosotros. En ese momento
me di cuenta de que el profesor no se recortaba el pelo como todos los hombres,
sino que usaba una gran melena lacia, abundante, nigérrima. Sin saber a qué
atribuirlo, pregunté en voz baja a mi compañero de banco: “¿Y por qué tiene el
pelo así?”.
“Poeta es poeta”, me cuchicheó.
La personalidad de Vallejo se me
antojó un tanto misteriosa y comencé a hacerme muchas preguntas que no podía
contestar. Él había de sacarme de mi perplejidad dando, con la regla, dos
golpecitos en la mesa. Era su modo de pedir atención. Anunció que iba a dictar
la clase de geografía y, engarfiando los dedos para simular con sus flacas y
morenas manos la forma de la tierra, comenzó a decir:
—Niñosh… la Tierra esh redonda como una naranja… Eshta mishma Tierra en que vivimos y vemos como shi fuera plana, esh redonda.
Hablaba lentamente, silbando en forma peculiar las
eses, que así suelen pronunciarlas los naturales de Santiago de Chuco, hasta el
punto en que por tal característica son reconocidos por los moradores de las
otras provincias de la región.
Se levantó después para dibujar la Tierra en el pizarrón
y durante toda la clase nos repitió que era redonda, no siendo eso lo único
sorprendente sino también que giraba sobre sí misma. Dio como pruebas las de la
salida y puesta del sol, la forma en que aparecen y desaparecen los barcos en
el mar y otras más. Yo estaba sencillamente maravillado, tanto de que este
mundo en el cual vivimos fuera redondo y girara sobre sí mismo, como de lo
mucho que sabía mi profesor.
Cuando la campana sonó anunciando el recreo, César
Vallejo se limpió la tiza que blanqueaba sobre una de sus mangas, se alisó la
melena haciendo correr entre ella los garfios de sus dedos, y salió. Fue a
pararse de nuevo junto a la puerta y estuvo allí haciendo como que conversaba
con los otros profesores. Digo esto porque tenía un aire muy distraído.
De nuevo en el salón, era hora de estudio. La
próxima sería de lectura. Había que repasar la lección. Me llamó junto a él y
abrió mi libro en la sección de Pato. Tuve confianza en mi sabiduría y le dije:
—Ya pasé Pato hace tiempo. También Rosita y Pepito.
Yo sé todo ese libro…
Vallejo me miró inquisitivamente:
—¿Sabes también escribir?
A mi respuesta afirmativa, me pidió que escribiera
mi nombre y después el suyo. Dudé entre la be labial y la otra para escribir su
apellido, pero tuve suerte al decidirme y salí bien. Me probó con otras
palabras y una frase larga.
La cosa parecía divertirle. Después me preguntó:
—Y si sabes leer y escribir, ¿por qué te han puesto en primer año?
—Porque no sé otras cosas…
Entonces me dijo que fuera a sentarme. Traté de conversar
con mi compañero de banco, quien me cuchicheó que estaba prohibido hablar
durante la hora de estudio.
Miré a mi profesor.
César Vallejo —siempre me ha parecido que ésa fue
la primera vez que lo vi— estaba con las manos sobre la mesa y la cara vuelta
hacia la puerta. Bajo la abundosa melena negra, su faz mostraba líneas duras y
definidas. La nariz era enérgica y el mentón, más enérgico todavía, sobresalía
en la parte inferior como una quilla. Sus ojos oscuros —no recuerdo si eran
grises o negros— brillaban como si hubiera lágrimas en ellos. Su traje era uno
viejo y luído y, cerrando la abertura del cuello blando, una pequeña corbata de
lazo estaba anudada con descuido.
Se puso a fumar y siguió mirando hacia la puerta, por la cual entraba la clara luz de abril. Pensaba o soñaba quién sabe qué cosas. De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste. Su dolor era a la vez una secreta y ostensible condición, que terminó por contagiárseme.
Se puso a fumar y siguió mirando hacia la puerta, por la cual entraba la clara luz de abril. Pensaba o soñaba quién sabe qué cosas. De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste. Su dolor era a la vez una secreta y ostensible condición, que terminó por contagiárseme.
Cierta extraña e inexplicable pena me
sobrecogió. Aunque a primera vista pudiera parecer tranquilo, había algo
profundamente desgarrado en aquel hombre que yo no entendí sino sentí con toda
mi despierta y alerta sensibilidad de niño.
De pronto, me encontré pensando en
mis lares nativos, en las montañas que había cruzado, en toda la vida que dejé
atrás.
Volviendo a examinar los rasgos de mi profesor, le encontré parecido a
Cayetano Oruna, peón de nuestra hacienda a quien llamábamos Cayo. Éste era más
alto y fornido, pero la cara y el aire entre solemne y triste de ambos, tenían
gran semejanza.
El hombre Vallejo se me antojó como un mensaje de la tierra y seguí contemplándolo. Tiró el cigarrillo, se apretó la frente, se alisó otra vez la sombría melena y volvió a su quietud. Su boca contraíase en un rictus doloroso. Mas la personalidad de Vallejo inquietaba tan sólo de ser vista. Yo estaba definitivamente conturbado y sospeché que, de tanto sufrir y por irradiar así tristeza, Vallejo tenía que ver tal vez con el misterio de la poesía. Él se volvió súbitamente y me miró y nos miró a todos. Los chicos estaban leyendo sus libros y abrí también el mío. No veía las letras y quise llorar…
El hombre Vallejo se me antojó como un mensaje de la tierra y seguí contemplándolo. Tiró el cigarrillo, se apretó la frente, se alisó otra vez la sombría melena y volvió a su quietud. Su boca contraíase en un rictus doloroso. Mas la personalidad de Vallejo inquietaba tan sólo de ser vista. Yo estaba definitivamente conturbado y sospeché que, de tanto sufrir y por irradiar así tristeza, Vallejo tenía que ver tal vez con el misterio de la poesía. Él se volvió súbitamente y me miró y nos miró a todos. Los chicos estaban leyendo sus libros y abrí también el mío. No veía las letras y quise llorar…
Así fue como encontré a César Vallejo y así como lo
vi, tal si fuera por primera vez. Las palabras que le oí sobre la Tierra son
también las que más se me han grabado en la memoria. El tiempo había de
revelarme nuevos aspectos de su persona, los largos silencios en que caía, su
actitud de tristeza inacabable y otros que ya aparecerán en estas líneas.
Por la noche, durante la comida, me preguntaron en
casa:
—¿Te gusta tu profesor?
—Sí —respondí.” (1)
Dos vidas que se encontraron en un
trecho del camino.
Lo que los libros unieron, no lo
separen los...
(1) Fragmento del texto -El César Vallejo que yo conocí- en “Memorias, mucha suerte con harto palo”. Libro I, pág. 26.
Fuente:
https://copypasteilustrado.wordpress.com/2013/06/06/ciro-alegria-cesar-vallejo-colegio-primaria-profesor-literatura-trujillo-caramelos-pelea/
Me ha parecido precioso ese encuentro que va a resultar tan decisivo y eso me hace interrogarme sobre esas personas que aparecen en nuestras vidas y se convierten en imprescindibles aunque ya no estén en nuestras vidas, su huella en nuestra formación y en nuestra manera de ser y de estar en el mundo las hacen especiales y al mirar atrás uno no puede más que agradecer.
ResponderEliminarMe ha parecido muy tierno ese triste profesor y su preocupación por el alumno nuevo y la influencia, esa influencia, que algunos grandes profesores tienen en nuestras vidas porque creo que los buenos profesores se recuerdan siempre.
Menos mal de la libreta y es que el papel no falla.
Besos
Hola Conxita.
EliminarLa verdad es que sí, un encuentro precioso, en la manera que lo cuenta Ciro resulta una delicia. Desde luego que hay encuentros decisivos, y fíjate que muchas veces ni se recuerdan hasta que un hecho puntual te refresca la memoria... y todo resurge con una nitidez impresionante. Yo tengo algún bonito recuerdo de ciertos profesores en aquellos días colegiales de mi infancia... uff, parece que ha pasado una eternidad, pero de alguna manera dejaron su impronta en muchos de nosotros, un hermoso legado, ¿no crees?
No te imaginas la colección de libretas que tengo, las lleno pronto!!
Besos :)
Maravilloso fragmento.
ResponderEliminarNo conocía a Ciro Alegría, indagaré sobre él. Si conozco a Vallejo, algo he leído suyo.
Tienes libros de colecciones que yo también tengo, algunas las compraba mi madre y están en su casa.
Un abrazo.
Así es, Laura, una delicia de líneas, y ese perfil un tanto poético que hace Ciro sobre vallejo... una maravilla narrativa.
Eliminar¡Qué bueno coincidir! Tengo muchos libros de mi infancia, necesito su compañía, verlos a mi lado, son parte de mi vida.
Un abrazo.
Adoro a Cesar Vallejo, y cudiosamente lo hago desde que leí hace ya tantos años, este poema de Neruda, pensé que qué tipo debía ser para que hablara así de él, luego fueron cayendo junto a mí todos sus poemas.
ResponderEliminarODA A CÉSAR VALLEJO
A la piedra en tu rostro,
Vallejo,
a las arrugas
de las áridas sierras
yo recuerdo en mi canto,
tu frente
gigantesca
sobre tu cuerpo frágil,
el crepúsculo negro
en tus ojos
recién desencerrados,
días aquéllos,
bruscos,
desiguales,
cada hora tenía
ácidos diferentes
o ternuras
remotas,
las llaves
de la vida
temblaban
en la luz polvorienta
de la calle,
tú volvías
de un viaje
lento, bajo la tierra,
y en la altura
de las cicatrizadas cordilleras
yo golpeaba la puertas,
que se abrieran
los muros,
que se desenrollaran
los caminos,
recién llegado de Valparaíso
me embarcaba en Marsella,
la tierra
se cortaba
como un limón fragante
en frescos hemisferios amarillos,
te quedabas
tú
allí, sujeto
a nada,
con tu vida
y tu muerte,
con tu arena
cayendo,
midiéndote
y vaciándote,
en el aire,
en el humo,
en las callejas rotas
del invierno.
Era en París, vivías
en los descalabrados
hoteles de los pobres.
España
se desangraba.
Acudíamos.
Y luego
te quedaste
otra vez en el humo
y así cuando
ya no fuiste, de pronto,
no fue la tierra
de las cicatrices,
no fue
la piedra andina
la que tuvo tus huesos,
sino el humo,
la escarcha
de París en invierno.
Dos veces desterrado,
hermano mío,
de la tierra y el aire,
de la vida y la muerte,
desterrado
del Perú, de tus ríos,
ausente
de tu arcilla.
No me faltaste en vida,
sino en muerte.
Te busco
gota a gota,
polvo a polvo,
en tu tierra,
amarillo
es tu rostro,
escarpado
es tu rostro,
estás lleno
de viejas pedrerías,
de vasijas
quebradas,
subo
las antiguas
escalinatas,
tal vez
estés perdido,
enredado
entre los hilos de oro,
cubierto
de turquesas,
silencioso,
o tal vez
en tu pueblo,
en tu raza,
grano
de maíz extendido,
semilla
de bandera.
Tal vez, tal vez ahora
transmigres
y regreses,
vienes
al fin
de viaje,
de manera
que un día
te verás en el centro
de tu patria,
insurrecto,
viviente,
cristal de tu cristal, fuego en tu fuego,
rayo de piedra púrpura.
Gracias Paco,
PD. tengo las novelas completas de Ciro Alegría en un viejo ejemplar de Aguilar, de una vieja librería que estaban cerrando, están por leer.
Un homenaje precioso en forma de poema, se palpa la admiración de Neruda hacia Vallejo. Quería haberte correspondido de igual modo, sabedor de tu pasión poética, con otro poema de Johán Hjálmarsson (el poeta islandes que tanto me gusta) dedicado, como no, a César Vallejo... pero será en otra ocasión, el libro está jugando al escondite conmigo, cuestión de centrarme en su "Búsqueda" (pues así mismo se titula el libro)... :)
EliminarGracias a ti, me complace saber que tienes al lado a Ciro Alegría, no es mala compañía.
Cuídate
César Vallejo fue uno de los poetas que más me ha impactado, desde que lo leí por primera vez. Los silencios y ausencias que menciona el relato me encajan a la perfección con la imagen que tenía de él. Recuerda a Antonio Machado, también profesor "monotonía de lluvia tras los cristales", del que se cuentan jugosas anécdotas por su despiste, en realidad ensimismamiento de poeta en un mundo que es el suyo y de nadie más.
ResponderEliminarEspero esa reseña de Ciro Alegría para incorporar una nueva lectura a mi lista. Me gustan las fotos de tu biblioteca, el aparente desorden y todos esos libros que se salen de lo habitual.
Un abrazo.
Hola, Gerardo.
EliminarCreo que si alguien tiene alguna imagen mental de un poeta... César Vallejo encajaría perfectamente en ella, en cierta manera responde a esa idea, un tanto romántica, que solemos tener de los poetas, persona ensimismada, tendente al aislamiento, amante de la soledad... no sé, como distante del resto, Vallejo tenía esas cosas, aunque no dejen de ser algo imprecisas, bueno, sea como sea, su obra era una genialidad, sin duda.
Ciro Alegría tiene una veta poética innegable, y la utiliza con mucha sutileza en su novelística, te gustaría.
Jeje, mi librería es una réplica de las casetas en la Cuesta de Moyano, un desorden en el que yo me oriento de maravilla, pero también me pongo a colocar, no te creas...
Un abrazo.
Un feliz encuentro, parece, a pesar de la tristeza que destilaba Cesar Vallejo y que tan bien percibió Ciro Alegría. Se ve que algo parecido al espíritu de la poesía ya habitaba en ciernes en él.
ResponderEliminarEspero que los problemillas técnicos se solucionen pronto.
Un abrazo
Lorena, en cualquier caso un encuentro que dejó huella, fíjate como lo recordaba Ciro tantos años después ;)
EliminarEn la exploración poética los autores peruanos me recuerdan mucho... a los islandeses! Una gran mayoría se han iniciado en la poesía, y de ahí sus estilos en novela.
Un abrazo!
Precioso homenaje de Ciro Alegría a su primer maestro, César Vallejo. Conozco -he leído- más a Vallejo que a Ciro. Al primero lo he recordado leyendo "Ayer" de Agota Kristóf; en concreto vino a mi memoria su poema "Masa" cuyo primer verso dice "Al fin de la batalla". Un poema bello, duro y hermoso.que incluye en su libro "España, aparta de mí este cáliz". A Ciro Alegría lo conozco y sé de su importancia en las letras peruanas, pero nada de él he leído, Tras leer tu fantástico post pasa a ocupar un lugar relevante en mi lista de pendientes. Creo que se va a poner por delante de algunos títulos y autores poco menos que irrelevantes que también se me van colando en la lista.
ResponderEliminarEl encuentro profe-alumno es hermoso y habla muy bien de ambos. Desgraciadamente este tipo de relación ha desaparecido del mundo escolar. Antaño -y eso se percibe en memorias de autores diversos- los maestros escolares ejercían sobre sus discípulos, especialmente cuando estos eran niños, una influencia maravillosa que iba cargada de la autoridad que la sabiduría del profesor transmitía al alumno y también de la afectividad -sano afecto- que entre uno y otro se establecía. Hoy día, todo lo que pueda ir teñido de afectividad es tenido por sospechoso y se evita por ambas partes; y la escuela, entre otras cosas también por eso, ya no es lo que era antes.
Al leer tu amable comentario en mi blog sobre "Ayer" en el que hablas de restaurantes peruanos, no recordaba que tu esposa es de esa hermoso país. Ahora sí entiendo tu extrañeza por que ella no te hubiese hablado del restaurante "Piscomar" situado en la c/ Gran Vía de San Francisco, en Madrid (ja, ja...)
Como a Gerardo las fotos que incluyes de tu biblioteca -no diría yo desordenada, sino viva- me encantan. Desde luego tienes una cantidad de libros y de títulos no muy frecuentes espectacular.
Un fuerte abrazo
Gracias, Juan Carlos.
EliminarCiertamente, si nos circunscribimos al marco europeo, Vallejo fue un autor con más proyección que Ciro, sin embargo Ciro era bastante conocido por los Estados Unidos y el resto de Latinoamérica. Ciro era un magnífico escritor, no en vano fue catedrático de Literatura Hispanoamericana y Técnica de Novela en la universidad de Puerto Rico.
Es maravilloso como se cruzan los hilos de la literatura... Agota Kristóf te remite a la poesía de Vallejo, o éste se inmiscuye en la obra de un poeta islandés (Jóhann Hjálmarsson), etc, etc. "España, aparta de mí este cáliz", lo tengo por mis estanterías, me gusta refugiarme en la poesía, más que una lectura, la poesía la entiendo como refugio, y de ese modo la siento y disfruto.
Así es, la relación de cercanía que antaño existía entre el alumno y su profesor ha desaparecido... y es una pena, hoy en día los alumnos tienen más interés en cotillear las pantallas de sus móviles que en conversar animadamente con sus profesores, un panorama que debe de ser desalentador para los docentes.
Jaja, mi mujer es peruana y, como tal, no perdona una buena comida patria, pero además con razón... la cocina peruana es espectacular. Creo que se conoce casi todos los restaurantes peruanos de Madrid, yo también conozco unos cuantos, me fascina su gastronomía.
Me ha encantado tu matiz sobre mi biblioteca; "no diría yo desordenada, sino viva", magnífico, nada que añadir ni quitar.
Un placer tenerte por aquí. Un fuerte abrazo!
Igual que U-Topia, algo he leído de César Vallejo, pero no sé nada de Ciro Alegría. Tu entrada, sin embargo, no ha sido baldía. Has logrado despertar mi curiosidad sobre este autor.
ResponderEliminarUn abrazo
Valga lo que comento a Juan Carlos respecto a la fama de Vallejo en detrimento de la de Ciro, pero la calidad literaria de Ciro está a similar altura que la de Vallejo, y éste libro en concreto esta escrito maravillosamente, no tienes más que leer esos fragmentos que he seleccionado para corroborarlo.
EliminarUn abrazo, Luis Antonio ;)
He leído 'Trilce' de Vallejo, aunque nada aún de Alegría. Pero sí guardo una versión digital de 'El mundo es ancho y ajeno'. He dudado si tenía algo más en las alforjas libreras, pero no he hallado nada. Veré si para el presente año puedo incorporarlo a mis lecturas.
ResponderEliminarEmotivo el homenaje de Alegría a quien fuera su maestro.
Gracias por traernos estos autores, Paco. Sigues rescatando -mal- olvidados.
Un fuerte abrazo, 'gringo'!
Pues has encarado uno de las creaciones más complejas de Vallejo, Trilce, yo lo he leído yendo y saliendo del libro, así suelo leer poesía, en pequeñas incursiones.
EliminarCiro Alegría tiene una prosa intimista y poética que te cautiva, no ha de ser difícil conseguir obras en tu país, amigo Marcelo.
Gracias a ti, faltaría más, amigo.
Un fuerte abrazo del "gringo"