P. Castillo

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jueves, 21 de abril de 2016

Una Aldea. Ivan Bunin ( Vorónezh, Rusia, 1870 – París, Francia, 1953)


Libro. Editorial Calpe, edición de 1923. Colección Universal. Traducción de Tatiana Enco de Valero. 269 páginas.





Sabía que Marcelo ( blog, "Libros en estéreo") y los clásicos rusos eran un matrimonio bien avenido, de la misma forma que él también lo constató conmigo. De hecho, en una entrada suya sobre Gógol,  le comenté a cerca de otro autor, Ivan Bunin y su obra cumbre, “Una aldea”, y tuvo el detalle de proponerme una lectura conjunta, su famoso “estéreo”, de este libro. Ese dueto lector me pareció muy apetecible, la mirada de Marcelo significa sumar juicios muy certeros a la visión de la obra.

Mi primera impresión, que se produjo apenas leídas las primeras veinte páginas, es más una corroboración; siempre he pensado que la literatura rusa del s. XIX y principios del s. XX ha descrito como ninguna otra la paupérrima existencia de los campesinos, las gentes del campo.

Sí, lo ha hecho a través de su pueblo, claro, pero cualquier lector reconoce en esos rostros la cara de una miseria sin fronteras, sin edad, porque esa brecha entre ricos y pobres sigue hoy tan vigente como la relatada en “Una Aldea”, hace más de cien años.

Cuando leo a un autor ruso casi siempre me hago la misma pregunta; ¿Qué tiene de peculiar este pueblo para que muchas de sus obras literarias, geniales desde luego, sean un ajuste de cuentas contra el propio pueblo, contra uno mismo?
Así que echo mano de mi biblioteca e intento poner alguna luz en la sombría personalidad rusa, enseguida me hago con dos tomos, en busca de indicios reveladores.

El famoso “infortunio ruso” que, casi un siglo después, reflejara el historiador Iuri Afanásiev en su libro “Mi Rusia fatal”. Ese carácter trágico que uno cree adivinar en aquellas tierras severas, forjado en lo inmenso e inhóspito de su llanura.
O también será la indefinición de los rusos como indicara otro autor, bastantes años antes que Afananásiev, el profesor ruso Wladimir Weidlé, nos hablaba del desencuentro entre los “occidentalistas” y los “eslavófilos”, en su ensayo “Rusia ausente y presente”, una crisis identitaria que atraviesa a la historia rusa.
Acercamientos, sin duda, pero aún queda penumbra, dada la magnitud y complejidad de lo que se entiende por pueblo ruso.

Una nación, país, o lo que se quiera, que parece siempre abocada al fatalismo, solo así se explica que haya laureadas obras tituladas “Almas muertas”, Los endemoniados”, Crimen y castigo”, Guerra y paz”, “La pobreza no es vileza”, “Cementerio aldeano”…y podría seguir por esa senda.

Bunin, en ese sentido, hace un retrato de las gentes del campo magnífico, tal vez uno de los más logrados en la novela rusa entre el s.XIX y el XX. No hay que olvidar que esta historia tiene claras referencias autobiográficas, el autor deja traslucir la impronta que la Rusia profunda y rural ha marcado en su trayectoria vital.



Ahora, volviendo a releer algunos pasajes de “Una aldea” para escribir este comentario, me parece reconocer la estela del gran Dostoyevski, el maestro que esculpió como nadie el alma humana para dejar al desnudo toda su angustia o, como le mentaba Stefan Zweig, “el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos”.

Si bien, a diferencia de Dostoyevski, crecido en la gran Moscú, de la que es oriundo, motivando que una parte importante de sus relatos y personajes tengan ese carácter urbano,  Bunin está claramente determinado por el escenario agreste y remoto de la estepa rusa donde nació y pasó su infancia.

La mirada de Bunin hace que perciba (yo) la miseria del campo, en contraposición a la ciudad, con mayor intensidad, en tanto que las brutales condiciones de los campesinos, sus rudos sentimientos, su resignación, chocan frontalmente con el sosegado bucolismo que se respira en los bosques o praderas que envuelven a la Aldea, como se relata en la obra.

En la ciudad toda pobreza acaba confundiéndose entre el caos y el ruido. En la calma y aislamiento del campo todo se magnifica. 




La novela consta de tres partes. En la primera será un personaje, Tijon, el que acapare casi todo el protagonismo. En las otras dos, los derroteros de la historia recaen sobre el hermano, Kuzmá.

Bunin alterna el narrador omnisciente para contarnos la vida de estos hermanos, narradores a su vez, ya hombres que afrontan la madurez en la remota estepa rusa, paradigma de la fragil y dolorosa existencia de los campesinos en los últimos años del zarismo, con en el zar Nicolás II de Rusia, y previos a la Revolución Bolchevique de 1917.

Escribió esta obra en 1910, cuando el panorama literario estaba dominado por la corriente del realismo. En Rusia esto quiere decir protagonistas que arrastran un profundo desencanto con la realidad que los circunda. Ese carácter trágico que uno cree adivinar en aquellas tierras severas.

La muerte tiene en el frío estepario, el hambre y el alcoholismo, a sus más implacables verdugos contra esos desgraciados que pululan por las páginas del libro.

El frío invernal se cuela por las desvencijadas casuchas, en las noches oscuras y heladas la muerte silenciosa decide que este sea el último sueño de esa niña, aquel borracho, o aquella anciana.




Además, son seres que se enfrentan solos a su destino, a sus angustias. Los autores rusos y eslavos tienen una inclinación natural, por idiosincrasia, a presentar personajes como si cada uno fuese un planeta aislado en el espacio. Hay otros planetas pero todos son equidistantes entre sí. Mirándolo con detenimiento, es muy difícil encontrar la figura del amigo en la literatura del este, algo tan arraigado en la cultura del sur…

¿No es el Quijote, entre otras cosas, un delicioso elogio al amigo, el bueno de Sancho?

A veces considero que la literatura eslava, y en menor medida la nórdica, constituye un enorme monumento a la desconfianza del ser humano hacia sus semejantes, bueno, solo es una apreciación personal que revolotea por ahí…

La Rusia tradicional y zarista, la realidad, que parece encarnar Tijon, confrontada con la Rusia revolucionaria, una idea, un sueño romántico que anida en el imaginario de los más visionarios, como Kuzmá. El antagonismo entre ambos hermanos (entre las dos “Rusias”) es evidente, pero no hay que dejarse engañar por este aparente maniqueísmo, Bunin no se deja tentar fácilmente por los arquetipos y acaba perfilando dos personalidades que tienen sus aristas, sus particularidades. Al final resulta una paleta de colores en los que un tono adquiere matices del otro y viceversa, se enriquecen o se contaminan, según se mire.





La línea de demarcación que sitúa a Tijon de un lado y a Kuzmá del otro, sobresale unas veces y se difumina otras, cuando uno reconoce una parte de razón en el otro.

Bunin, como he apuntado, pudiera representar en el hermano mayor, Tijon, al pequeño hacendado ruso, apegado a la tierra y las tradiciones, grosero y malencarado con sus sirvientes, a la vez que embrutecido por las severas condiciones de esa vida rural, aunque siempre queda en él un mínimo resquicio de duda por su parecer, de alguna manera, su verborrea y fachada externa están en conflicto permanente con su fuero interno.

Lo que va configurando el espíritu revolucionario es un sentimiento de equidad y justicia, (al margen de la deriva que luego pueda tomar), actitud que Tijon puede entender pertinente, pero es un pensamiento que permanecerá siempre recluido en lo más recóndito de su ser. Sus contradicciones le hacen mirar con profundo resentimiento al pasado y con inquietante desconfianza al futuro, a los nuevos aires revolucionarios que ya se respiran.

En la vida, los principios y los actos a menudo toman direcciones opuestas. Una paradoja que reflejó magistralmente Klaus Mann con su libro, “Mefisto”, con relevantes oficiales nazis de la SS, que bajo el siniestro uniforme militar, escondían un alma aturdida y atormentada, pues ellos, una vez, estuvieron “del otro lado”, ya fueran activos comunistas, o de origen judío, etc, manteniéndolo en un ignoto secreto bajo la esvástica, condenados a vivir con esa  insoportable verdad.





Tijon se ve atado a un destino que no tiene nada de esperanzador, no hay más horizontes que el mantenimiento, día tras día, de la hacienda, los puercos, los pocos caballos, bregar con sus sirvientes, soportar un matrimonio del que abomina, frustrado por los partos fallidos de la esposa. Aún así, su vida es muchísimo mejor que la de cualquier sirviente o campesino sin recursos. Estos simplemente esperan el fin de sus días, sin más ambición que mirar el cielo gris desde sus cochambrosas casas, sumidos en la somnolencia del aguardiente, mientras la muerte inexorable los va arrinconando.

Y por otro lado, Kuzmá, el idealista, tal vez el soñador de alma poética, quien ve en los libros una forma de escapar de ese ambiente opresivo en el que se ha criado… y, por qué no, una posibilidad de cambiar la mentalidad de sus compatriotas, los más desfavorecidos, y con ello propiciar una nueva Rusia… Pero más dubitativo aún que Tijon, pues su carácter meditabundo, casi siempre errático le hace sentirse un apátrida que nunca halla su lugar, cualquiera que éste sea. Al final, después de deambular por ciudades, siempre en compañía del aguardiente, solo cree encontrar refugio en aquello de lo que huía, la Aldea.

En medio de ambos hermanos, un desfile de paisajes, pequeñas ciudades, pueblos y personajes pintorescos, desde el paupérrimo campesino, al cacique rural, o cargo político.

Todo acontece en un escenario copado por una sociedad embrutecida y violenta, desconfiada e inculta, que ahoga sus penas en el aguardiente. De hecho éste  tiene estatus de un protagonista más… Parece que uno no es un “auténtico ruso” si no cae desmayado por el licor, omnipresente en esta obra, elevado a elemento notable de la identidad rusa.

Es destacable el profundo resentimiento que destila la pluma de Bunin sobre su propia gente, el pueblo llano, iletrado y mezquino, (y son apreciaciones del autor), sometiéndole a un agravio comparativo al ensalzar las bondades de los civilizados franceses y alemanes de la época. Para “escupir ese desahogo” se servirá de Tijon y Kuzmá.

Otro aspecto que acaparó rápidamente mi atención, un conflicto de plena actualidad hoy, la rivalidad entre el pueblo ruso y ucraniano, y que Bunin ya lo reflejaba en su novela en una dimensión mucho menos dramática, por supuesto, pero no pierde la oportunidad de exponer lo que piensa el ruso del ucraniano… un vecino estúpido, que tiene en la cabeza poco más que serrín, Tijon hace algunos comentarios en ese sentido. Tampoco faltan las comparaciones que el rudo personaje establece con gitanos (a veces, gitanos y cosacos no tienen una clara distinción, siempre en la voz de Tijon), e incluso judíos. Pero nunca en términos especialmente dolosos, es más la consabida rivalidad entre culturas.

Vemos, una vez más, como la literatura se hace eco del clamor popular, y eso le da el indiscutible valor histórico que tienen las buenas obras, por cuanto recogen expresiones del pueblo llano que no tratan los manuales de historia al uso.
- Destaco un pequeño fragmento que, por sí solo, refleja como ninguno, la brutal existencia de estas gentes del campo:

“ (…) las tranquilas niñas de pelo blanquecino jugaban al lado de los terraplenes de las casas a su juego favorito: el entierro de las muñecas…”  (p. 26).

¿Veis el giro magistral que hace Bunin para llevar al lector a esa terrible vida?

Las niñas han integrado a sus juegos, con total normalidad e indiferencia, el paisaje cotidiano que ven sus ojos; la muerte, la altísima mortalidad infantil… en el parto, en edades tempranas, etc, algo que debía de ser una siniestra rutina en la mísera vida del campo, por aquellos tiempos.

Impresionante las visitas al cementerio y al mercado de la ciudad que hace Tijon, en cuyos escenarios parece ver, con total clarividencia la decadencia de su pueblo, cuando ve a sus paisanos, borrachos, tirados en el fango.




En la segunda parte, quizás la vehemencia narrativa baje un punto de intensidad respecto de la primera, como si el ritmo del relato estuviera impregnado del espíritu indolente, bastante más apocado, de Kuzmá en comparación con el de su hermano mayor.

Está claro que el relato adquiere más brío y fuerza cuando se centra en Tijon, personaje siempre resoluto, visceral, que toma la iniciativa en todos los acontecimientos y cuya presencia, con su discurso contundente, siempre parece sobreponerse a la frágil figura del hermano, Kuzmá.

Así que este tramo es la mirada abatida de Kuzmá sobre el pueblo ruso, ruin e ignorante, siendo su aldea, Durnovka, la patética expresión de todas las “aldeas rusas”.

Hay fragmentos que han suscitado mi atención, cuando Bunin, en la voz de Balachkin (el mentor de los hermanos, sobre todo de Kuzmá), pone en la palestra el siniestro interés que siempre han tenido los poderes políticos por controlar a aquellos intelectuales que hacen uso de la libertad de pensamiento, y le dice furioso a Kuzmá:

“¡ Dios misericordioso! A Pushkin le han matado; a Lermontov, también; a Pisarev le han ahogado…; a Rileiev le han ahorcado; a Polejaev le hicieron entrar en filas; Scherchenko estuvo condenado a diez años de trabajos forzados…; a Dostoievsky (mi admirado Dostoievsky!, nota mía, jaja) le quisieron fusilar; Gogol se volvió loco…
¿Y Koltzov, Nikitin, Rechetnikov, Ponrielovsky y Levitov? ¡Oh! ¿Habrá en el mundo otro país como esta mal llamada nación? ¡Sea tres veces maldita! “ (p. 125).

Tremendo párrafo, ¿verdad?

Al margen del relato que nos cuenta el autor, no se puede negar que Bunin, igual que hicieran otros colegas, ha tenido una actitud valiente y comprometida escribiendo esta obra.

Para sacudirnos un poco la pesadumbre, vamos a dar un viraje. Ivan Bunin, niño criado al socaire de la aldea y el aire limpio de la estepa, lo certifica con varios detalles en el libro. Yo me quedo con este, ese ojo bien entrenado en ornitología campestre:

“A los días del sol siguieron los días fríos, azulados, grises, silenciosos. Los jilgueros y los abejarrucos empezaron a cantar en el jardín desnudo; en los abetos golpeaban los picos; aparecieron los petirrojos y unos pajaritos pequeños y tranquilos que volaban en bandadas de un sitio a otro por la era y el campo, que estaba ya cubierto por la hierba, de intenso color verde, de la sementera de otoño. Algunas veces, uno de estos pajaritos ligeros y silenciosos se posaba solitario sobre una hierba” (p. 200).

Algo que yo mismo aplico en mis incursiones camperas, siempre ojo avizor para captar el momento...




Jilgueros



Abejaruco


Pito real (carpintero verde)


Grajilla



Otro día dedico una entrada a esto, ¿por qué no?


Tanto la segunda parte, como la más breve tercera, Kuzmá tiene mucha más presencia que su hermano Tijon, esto me lleva a pensar que  Bunin sentía predilección por el primero, por cuanto, tal vez, representara en su mente el idealista que sueña con una Rusia más justa, pero que finalmente no puede sustraerse al implacable y violento invierno ruso… gran metáfora de la miseria y la ignorancia que, como un enemigo mortal, doblegan sin miramientos al pueblo.

El final me deja esa sensación… La Aldea seguirá siendo la misma visión de casuchas cochambrosas y campesinos arapientos el invierno que viene, como si la voluntad por esperar algo mejor estuviese tan congelada como los caminos que la cruzan.



Ese pesimismo ruso… tan aleccionador, tan literario.

Y, por supuesto, gracias a Marcelo, que ha tenido a bien compartir esta grata experiencia conmigo. Un privilegio acompañarle.

16 comentarios:

  1. Ya le comenté a Marcelo que el nombre de la aldea significa la aldea de tontos, lo cual explica muy bien, creo, lo que el autor opina de sus protagonistas (y de sus compatriotas)...
    Dices que no hay amigos en la literatura eslava- no sé cómo defines lo eslavo (en España se suele meter en el saco eslavo a todos los que fueron ocupados por el glorioso Ejército Rojo después de la IIGM y muchos, como los estonios, los húngaros o los rumanos no tienen nada que ver). Yo creo que no es tanto la llamada "alma eslava" como las experiencias históricas de guerras, invasiones y ocupaciones que infunden la desconfianza hacia el otro- y en eso la experiencia es común para los eslavos y los no-eslavos. Y para decir la verdad, no creo en el arquetipo del amigo del Sur, jaja. Son todo apariencias, me temo. Mi experiencia es que los lazos familiares y de amistad en España son bastante superficiales, que todos hablan a la vez sin escuchar a nadie, por ejemplo.
    También le comentaba a Marcelo que se da la coincidencia de que hace poco me recomendaron una novela rusa contemporánea, "La familia Yoltishev" de Román Senchin, que trata de la sociedad rusa hoy en día. Y parece que nada ha cambiado: el alcoholismo, la incultura y la violencia son los temas principales. Muy triste.
    un abrazo



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    1. Es cierto lo que dices: “(en España se suele meter en el saco eslavo a todos los que fueron ocupados por el glorioso Ejército Rojo..)

      Tengo una buena amiga húngara, desde los tiempos de la facultad, y tenía esa puntualización clara por lo mucho que hemos hablado del asunto. Además, como señalas sobre rumanos y estonios, acotación que también tengo bien definida respecto de sus identidades… jeje, tenemos como amigos a otro matrimonio mixto, española-estonio. Es una realidad que conozco algo.

      Respecto a lo demás, aclaro;

      “Dices que no hay amigos en la literatura eslava- “

      Yo no he dicho eso, sí esto : “es muy difícil encontrar la figura del amigo en la literatura del este”. Es parecido, pero si vamos al detalle hay una diferencia sustancial. Decir difícil implica no negar la presencia de esa figura, solo reconocer su escasa alusión.

      Cuando expones: “Yo creo que no es tanto la llamada "alma eslava" como las experiencias históricas de guerras, invasiones y ocupaciones que infunden la desconfianza hacia el otro-“

      La verdad es que no hay contradicción en lo que tú reflejas y yo ya pensaba respecto a ese pasado de guerras y contiendas como moldeador del carácter, pero no quiero restar importancia a la influencia del entorno natural, con todos sus elementos en juego, en la conducta de las personas.

      Por otra parte, yo no plantearía “alma eslava” y “experiencias históricas de guerras..” como factores que parecen autoexcluyentes… ¿Qué es lo uno sin lo otro? Son vasos comunicantes, así lo veo. En cualquier caso, a lo mejor no te he interpretado bien, Agnieszka.

      Tienes razón en lo del arquetipo del amigo del Sur… aquí nadie escucha al otro, todo es griterío. Si te pusiera los fragmentos, incluso entradas, en donde pongo de “vuelta y media” la ruindad que nos gastamos por aquí, los del Sur… Tendríamos para un buen rato, jejeje.

      Bueno, me apetecía, alguna vez, exponer un aspecto positivo rememorando el ilustre Quijote… que, paradójicamente, nos da un buen rapapolvo.

      Gracias y un abrazo!!

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  2. Creo que me he tomado algún que otro atajo mental en cuanto al alma eslava, jaja. Lo siento y ya me explico: se habla mucho, sobre todo, del alma rusa- melancólica y triste como si a saudade portuguesa viajase al otro fin de Europa. Pero se olvida, por lo general, que esos sentimientos tienen su razón bastante prosaica: es difícil afrontar la vida con optimismo y ver sus positivos si no sabes si vas a vivir mañana. Esta característica es típica para todos los pueblos en el este de Europa. Se dice que los más deprimidos son los húngaros precisamente, para quienes el siglo XX fue una serie de derrotas. Por otro lado está la falta de confianza entre las personas, la cual frena el desarrollo de la sociedad llevando a la desesperación que se intuye en la novela de Bunin: los protagonistas carecen de perspectivas de una mejora de su situación, ergo ahogan sus penas en vodka y el círculo vicioso de sus vidas se cierra. Muy triste y, según varios reportajes sobre Rusia que he leído, muy actual. Pero esa falta de confianza se da en todas las sociedades en reconstrucción después de ser sometidas a una dictadura, como la española. Obviamente, cada lugar tiene sus circunstancias y lidia con sus problemas de manera diferente. No obstante, éstos siguen siendo muy parecidos, por no decir iguales. Por eso creo que hay que separar "el alma"- que yo entiendo como un conjunto de características- de las experiencias, aunque muchas veces converjan. No se si me explico, jaja. Un abrazo

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    1. Agnieszka, te has explicado con una argumentación excelente, y además confluimos en gran parte.

      En cuanto a los húngaros... ¡lo has clavado! Ese ser deprimente que parecen arrastrar es algo que me comentaba mucho mi amiga húngara, compañera de facultad, (residente en España hace varios años).
      Aunque sigo sin ver claro esa separación entre "alma" y experiencia vital... Aunque yo tampoco sé si me explico, jaja.

      Bueno, suelo echar mano de los recursos de mi biblioteca, si procede, me interesan los matices paralelos que otorgan otros libros a la lectura principal, y de ensayo, política, sociología e historia sobre Rusia, o la antigua URSS, tengo buen material.

      Tomo nota del libro que citabas; "La familia Yoltishev" de Román Senchin. Si me lo permites te hago otra sugerencia; "La nueva filosofía moscovita" (Alfagura) de Viacheslav Pietsuj.

      Gracias y un abrazo :)

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  3. Muy interesante el intercambio de comentarios con Agnieszka. Siempre procuro mantenerme al margen de calificar a los pueblos porque casi siempre son tópicos, ni mucho menos digo que lo hayas hecho tú, Paco, pero estoy con Agnieszka en que el carácter está vinculado con las vivencias históricas y actuales. Pero vamos, eso lo compartes tú también.

    Rusia, y especialmente su campesinado, han vivido una larga historia de miseria que llega hasta nuestros días. La servidumbre desaparece en los años sesenta del siglo XIX. Si pasamos a los sistemas políticos, no han vivido en democracia, lo más parecido es el sistema actual. Yo enlazo con las obras de Svetlana Alesiévich, por ejemplo su "Homo Sovieticus", donde habla de este destino trágico, guerrero, pesimista y la fuerte presencia del vodka.

    Pero volviendo a la obra de Bunin, me parece muy atractiva su lectura aunque me cuesta leer la literatura rusa, pero lo incorporo a mis posibles lecturas, me ha encantado tu reseña, tus reflexiones al compás de la novela y tu propuesta de hacer una entrada sobre los pájaros. Y las fotos preciosas.

    Abrazos!!

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    1. Así es, Laura. Como ya reflejé soy de la misma opinión en cuanto al carácter y su vinculación con las vivencias históricas. Hay no había disparidad con Agnieszka, no hice mayor inciso en esto porque, en términos coloquiales, “es de cajón”.

      Lo que señalaba es que, además de eso, el carácter no se explica solo por esa variable, sabida es la influencia del entorno físico en nosotros, lo que ocurre es que nos deja un poso más sutil, ya que su efecto no es tan perceptible, como si sucede con una guerra, ser testigo de una bomba que destruye tu vecindario te provoca un shock instantáneo, te altera el carácter aceleradamente.

      Mientras leía trataba de imaginarme la vida de esos campesinos. Si ya es una existencia dura, por la propia condición de campesino, añadir el implacable invierno ruso… tremendo.

      Gracias por tus palabras, Laura. De paso tomo nota de S. Alesiévich.
      Lo de los pájaros, llegará.
      Abrazos!!

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  4. Hola Paco

    No conozco mucho la literatura rusa, me gustan los cuentos de Chejov, los poemas de Maiakovsky, Marina Zvetaieva y Anna Ajmatova y un autor más moderno que leo en cuanto puedo que se llama Viktor Pelevin, pero de alguna forma entre los autores clásicos rusos y yo se levantó una barrera infranqueable que no puedo superar, lo he intentado pero no van conmigo ni los temas, ni las formas, ni la prosa ni la causa.: Tolstoi, Gorki, Dostoievsky, Bunin, más tarde Sholojov o Bulgakov que sé que no tienen nada que ver entre ellos ...pero nada que no puedo, que es imposible. ..Reconociendo que de otra forma me habría atraído el libro que comentas, sabes llevar con tino las reseñas por el buen camino, pero hoy no puedo acompañarte en el libro, descarrilé..
    un abrazo cuídate

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    1. Hola Wineruda.

      Soy acérrimo defensor del legítimo derecho que todo lector tiene para decir NO a cualquier obra, por célebre que sea, autor y, si me apuras, a toda una corriente literaria. Además no soy de los que intentan convencer a otro de lo contrario, cada uno es soberano de sus razones y decisiones.

      Leí "El jugador" de Dostoyevski con 15 o 16 años, creo... Y no me enteré de gran cosa, pero intuí que ahí había "algo" de hondo calado, y capté la angustia que traspiraba la novela, vamos, me impactó, y hasta hoy.

      Con los autores rusos que lees, los que mencionas, supongo que ya estás por encima de la media, no solo por lo poco que puedan leerse autores rusos, sino literatura en general, en este país. Así que no, tú no descarrilas, vas muy bien encarrilado.
      Gracias por tus palabras.

      Cuídate amigo :)

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  5. No dejas de sorprenderme, amigo Paco! No sólo por tu análisis de la obra y de su entorno sociopolítico temporal, sino también que con tus líneas has permitido el intercambio de pareceres acerca de la realidad rusa con otros buenos lectores como Agnieszka y U-topia.
    Además, te vuelves a valer de un elemento natural que no poseo en mi derredor: la geografía. Nos has llevado junto a tu libro a un viaje fotográfico que ensambla perfectamente con el contenido y el espíritu del libro que acabamos de leer.
    Agradezco enormemente tu buena disposición para la lectura conjunta, que ha sido enriquecedora, estimo, para ambos.
    Recibe un fuerte abrazo desde el río 'color de león'.

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    1. Hola, amigo Marcelo.

      Ha sido un placer esta lectura conjunta, te aseguro que para mí ha sido muy enriquecedor. Tú aportas esa concisión que yo suelo escamotear, así que la combinación de ambos, como bien dices, resulta excelente. Habrá más ocasiones, seguro.

      Sin los comentarios de grandes lectores, como los que tenéis a bien visitarme, este blog sería un lugar sombrío... Aunque al menos las fotos tratarían de alegrarlo, jeje.

      Cuídate Marcelo.

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  6. Hola Paco,
    Mientras te leía me venían imágenes de tierras áridas y frías y he pensado que las tierras en las que uno vive, aparte de otras circunstancias que evidentemente habéis comentado, acaban conformando el carácter de aquellos que lo habitan.
    Lo que he leído de autores "rusos" me parece recordar que con frecuencia sus protagonistas tienen unos caracteres ásperos, poco amables con ellos mismos y con el prójimo.
    Si me ha sorprendido que sus propios escritores son extremadamente críticos, los despellejan con frecuencia sin ningún tipo de amabilidad.
    Pienso que cuando la realidad es muy dura, como esos campesinos que comentabas en el libro, hay poco tiempo para la poesía y todos los esfuerzos se dedican a sobrevivir.

    Me gustan mucho esas fotografías en las que pones a los libros, esos paseos con ellos, muy original y romántica imagen de esa literatura integrada en el paisaje.

    Un saludo y feliz día del libro

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    1. Hola Conxita.

      Sin lugar a dudas, el entorno físico le marca a uno más de lo que imaginamos, lo hace de una forma poco perceptible, poco a poco, como el agua de lluvia que va moldeando la roca, hasta darle una forma peculiar.

      La literatura rusa del s.XIX y el s.XX muestra con frecuencia esa dureza que aquella época reflejó en el carácter y la vida de los rusos, así es, como bien dices.

      Parece que los escritores hacen un... ¿Pertinente... impertinente? ajuste de cuentas con sus libros. En cualquier caso suponen un magnífico retrato de la época, detalles que sirven para explicar varios aspectos actuales. Ese es uno de los grandes tesoros que los libros ofrecen a los lectores.

      ¡Ah sí! Las fotos, reconozco que disfruto mucho haciéndolas, ese diálogo libro-paisaje siempre me sorprende.

      Saludos y feliz día del libro :)

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  7. De literatura rusa, ando floja. Solo leí El Idiota de Dostoevsky, algunos más de Tolstoy como la Resurrección, y sus cuentos, y creo que poco más. Anna Karenina, y Chejov, al que olvidaba y me gusta tanto. Ciertamente, la literatura rusa tiene que mucho que ofrecer, y tal y cómo cuentas Busin parece altamente necesario.
    Los pájaros...últimamente me gustan tanto...donde vivo ahora hay más variedad...tampoco estoy muy alejada del mundo urbano, por lo que no son tan numerosas las diferencias. Estuve viendo aberrajucos bien entrado el otoño, cosa que me sorprendió...He pensado en observarles más de cerca y hacer fotos...pero mi cámara dista mucho de ser mejor que mis ojos, de manera, que tengo que esperar a que un alma caritativa o mis ahorros, me regalen una cámara.
    Un placer pasear por aquí, con tanto paisaje bello...Buen día!!

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    1. Yo empecé con Dostoyevski cuando era jovencito, me dejó impactado... ¡Y eso que no me enteré de gran cosa! jaja.

      Como ya he comentado, la literatura rusa del s.XIX y el s.XX supone un excelente retrato de la época, que nos permite reconocer una parte de la personalidad del continente europeo hoy en día.

      Las costumbres de las aves, por lo que cuentas de los abejarucos, están siendo alteradas por el impacto climático... No sé dónde vamos a llegar, es preocupante.

      María, intuyo que tú tienes un magnífico "ojo fotográfico", de los que saben capturar lo bello que hay por ahí...

      Gracias y cuídate amiga :)

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  8. Hola Paco. "Conozco" a Agniezka, a Laura y a Marcelo -de sus blogs-, y agradezco que ellos me hayan traído a este tuyo, y a esta entrada en particular. Me ha gustado ese contrapunto tuyo con Agniezka sobre el "alma rusa". "Contrapunto" en el sentido positivo, musical de la palabra, donde uno realza al otro. Yo no conozco a esos pueblos más que por sus literaturas, que confieso me cuestan, por eso que tú mencionas: es tan sórdido y lúgubre todo que creo que hay que leerlos como ellos se "toman" la vida, con un vodka a mano. (Soy argentino, Paco, tierra de sol y verdes praderas, ahora inundadas)
    Dicho esto, me has hecho pensar que debería volver a leer a Dostoievsky, aunque sea en dosis pequeñas y espaciadas. Tu frase del gran S. Zweig tiene mucho de verdad. Es un buen antídoto contra la banalidad, esta modernidad líquida que todo humedece y afloja.
    Ahora recuerdo que sí he leído algo del gran ruso, pero de la mano de Coetzee. "El maestro de Petersburgo" es un intento del sudafricano por recontruir el clima, la cadencia y hasta la terminología de FD. Un hermoso libro, dicho sea de paso. Y le salió muy "ruso". Yo no entendía por qué me costaba leerlo, hasta que entendí a qué "jugaba". Un genio, para mi gusto.
    Muchas gracias por tu reseña. Hace bien encontrar gente que no le tema a aventurarse en las estepas (literarias). Es una forma de valentía, diría yo. Y/o de integridad.
    Gracias de nuevo.

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    1. Hola Josebla.

      Ante todo gracias a ti por visitarme y comentar, soy yo el agradecido.

      La verdad es que no me puedo quejar, pues quienes me visitan, los que citas y otros tantos asiduos a mi blog, son excelentes lectores y sus juicios, opiniones o recomendaciones están en consonancia con su nivel lector... ¡ a mucha altura! Ese intercambio es muy enriquecedor, siempre aprendo algo, y más allá de los libros quedan esos pareceres entre lectores sobre cualquier cuestión que tenga interés para los aquí reunidos, eso no tiene precio.

      Josebla, vives en un gran país, Argentina, cuna de magníficos escritores y apasionados lectores.
      Jeje, lo del vodka, en mi caso, lo cambio por un buen vino Rivera del Duero, o Rioja.

      Dostoievsky es especial para mí, me ha acompañado siempre en mi peregrinar literario, le debo mucho.
      Tomo nota del título de Coetzee, anda por mis estanterías, pero no esa obra.

      Un placer tenerte por aquí, Josebla.
      Gracias a ti.

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