P. Castillo

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viernes, 6 de mayo de 2016

La casa decimotercera. Adam Zameenzad (Pakistán, 1947)

Libro. Ediciones Versal, 1988. Diseño de la cubierta: Julio Vivas. Ilustración: Krishna y Trinabarta, el demonio del remolino (siglo XVIII, Taller de Mankot)
Traducción de Carmen Francí Ventosa. Narrativa, 261 páginas.




Últimamente con estos largos y luminosos días (bueno, el de hoy tiene una oscuridad grisácea impactante, bella sin duda… Lluvia torrencial), en plena eclosión primaveral, mi tiempo de lectura y frente al ordenador se ha visto reducido en la medida que han aumentado mis salidas al campo, ya más extensas. Dichas caminatas campestres me entusiasman incluso más que las lecturas… y esto es mucho decir. El campo y yo, siempre ha sido así.

Sin embargo, no concibo un día sin pasar las páginas de un libro, leer quince o treinta minutos es infinitamente mejor que nada, esos intervalos me han servido para concluir el que os presento.

No sé si os ocurre, pero un día sin leer me produce un desasosiego que me cuesta expresar, de alguna manera siento mi espíritu desconsolado, como si le hubiese robado unos momentos que le son necesarios.
Sí, necesita entregarse a la lectura, tal vez para zafarse del tiempo que nos va desgastando. Esa realidad paralela que brinda la literatura le posibilita explayarse y desentumecerse del agarrotamiento que inflige la rutina, pero sobre todo es, lo reitero, sentirse en lugares donde el tiempo es como un monstruo sumido en un sueño plácido y profundo, inofensivo, siniestramente inerme.

Aunque en ocasiones “esos lugares literarios” donde recala tu espíritu, acaban espoleándolo de forma violenta porque el destino era cualquier cosa menos acogedor, este es uno de esos casos.




El relato transita por la “aparente normalidad” de una familia de clase media-baja pakistaní, residentes en Karachi, un matrimonio joven aún y sus hijos pequeños, que acaban de mudarse a otra casa más amplia en un barrio algo mejor, gracias a un alquiler inusualmente barato, una oportunidad que el cabeza de familia no puede dejar escapar.

Un narrador testigo, el mejor amigo del matrimonio, nos irá relatando los avatares de Zahid, el principal protagonista, la esposa de éste, Jamila, y los hijos de la pareja. A los que se unen las vivencias del propio narrador.
Zahid es un hombre lleno de inseguridades, hasta el punto de vivir atenazado por ellas. Todas sus decisiones pasan por intentar contentar a su esposa, permanentemente instalada en la frustración.

Jamila, una mujer de familia acomodada, atractiva y de rasgos delicados, pero como todos los jóvenes de su posición, materialista y superficial. Tenía sus esperanzas puestas en miras más altas, dado su origen familiar, que consumir sus días junto a un vulgar oficinista de una empresa textil, eso sí, educado y de buenas maneras, con estudios suficientes para tener un excelente dominio del inglés, idioma que enseña en clases particulares a hijos de familias bien, obteniendo un dinerillo extra.

¿Y por qué una mujer como Jamila se convierte en esposa de este insignificante oficinista?

Sencillo, fue rechazada por un anterior prometido, también hijo de familia distinguida, pero tenía otros planes para sí mismo.
Una familia de buen nombre que asiste al rechazo sentimental de su hija, lo padece como un profundo agravio que ha de ser subsanado cuanto antes.
Cuestiones del honor en estos clanes, que hacen guiños a ciertas modernidades occidentales sin renunciar a sus tradiciones feudales, lo que origina un cuadro familiar grotesco. Tal es el retrato de estas insignes familias que ocupan las avenidas más caras de la ciudad.

Y ahí surge Zahid, recomendado profesor de inglés para la hija vilipendiada. El esperado interés del joven por la hija le posiciona, a ojos de los padres contrariados, como una “cura de urgencia”, no tanto para sanar el mal de amores de la muchacha como para restablecer el honor familiar. Lo que tenga que decir la hija al respecto no está contemplado. No cuenta nada.




De tal modo que Zahid fue el “torniquete” que cortó la hemorragia. No había tiempo que perder, mejor el “apaño” con el oficinista antes que continuar como la soltera humillada. Encontrar un pretendiente de su posición, sabiendo que había sido despreciada por un igual, era tarea casi imposible.

En resumidas cuentas, el matrimonio entre ambos era un continuo “quiero y no puedo”. Expresión popular explícita donde las haya.

Ella siempre lo vio como un insignificante sustituto que nada podía sustituir. Congeniaban algo como jóvenes que eran, claro, pero de ahí a verse casada con semejante partido… mediaba un mundo. Nunca disimuló su resentimiento hacia él, que no obstante era un buen hombre, aunque incongruente en su papel de esposo y padre. Una mezcla de estupidez y sensatez que la exasperaba más, si cabe.

De la indiferencia de su mujer era víctima constante Zahid. Éste lo asumió con un silencioso pesar, hundido en una existencia lúgubre en la que, a pesar de todo, no tenía cabida el odio ni el rencor.
La nueva morada parecía devolverle una brizna de felicidad, un hogar más digno de alojar a su familia.

Sin embargo, una sensación inquietante revolotea por toda la historia cuando se instalan en la flamante casa. Una calma tensa que se palpa.
Bajo una titubeante normalidad, la casa se cierne sobre el relato como un enorme y gris nubarrón, amenazador. Al principio se atisba en la lejanía del horizonte, pero enseguida notas ese aire frío que precede a su avance, lento e imparable, hacia ti.

Un halo siniestro, un mal presentimiento va tomando cuerpo a medida que va discurriendo la narración.
No en vano, basta con recordar el título “La casa decimotercera”. No parece prometernos un ambiente cándido…




El autor nos hace testigos de las vicisitudes de esta familia, lo cual supone una inmejorable ventana para asomarte a un país y a una realidad social tan distante de la nuestra y, en ciertos aspectos, reconocer determinadas consideraciones, problemas o asuntos que diluyen cualquier impresión de lejanía, por advertirlos tan próximos a nuestro paisanaje humano.

Pero estamos en Pakistán, y fuera de determinadas confluencias, Zahid y los suyos te descubren una existencia exótica en otros lances.

La inestabilidad política del país, con un gobierno tan inoperante como corrupto, unido a un islamismo rancio, retrógrado, y por supuesto peligroso, es el ambiente que se respira en este descomunal hormiguero de personas llamado Karachi, la megaciudad de Pakistán. 
La percepción que nos transmite Zameenzad sobre la situación del país, no alberga dudas en el lector en cuanto a la posición crítica del escritor con el gobierno pakistaní y el islamismo radical.

Un ejemplo de vida cotidiana que nos brinda la obra, algo tan intrascendente para nosotros como esperar el autobús, al despuntar el día y acudir al trabajo, se convierte en Karachi en una situación de la que dependen algunas de las decisiones más importantes de la jornada.

Conviene aclarar que Karachi, antigua capital de Pakistán (ahora es Islamabad), continua siendo el centro financiero del país y la ciudad más poblada con cerca de trece millones de habitantes. Imaginad eso en una urbe donde el coche privado es un lujo al alcance de pocos. Pensad en las paradas de autobuses en plena hora punta…
Matizo, la fecha de publicación del libro, es 1987, por lo cual tendría un número de habitantes inferior, pero entonces ya era una ciudad populosa.

¿A qué hora salir? ¿Qué ocurre si me retraso en ir a la parada y pierdo el autobús? ¿Podré tomar el siguiente? ¿Tendré que volver a casa y dar la jornada laboral por perdida? ¿Motivará este contratiempo que el jefe me despida? ¿Y si esto ocurre, qué desastrosas consecuencias tendrá para mi familia, para mí? ¿Esa maldita parada de autobús… arruinará mi futuro?

Cuestiones que pueden ser de vital importancia se derivan de una acción, tan irrelevante para nosotros, como subir, o no, a este o aquel autobús.
A miles de kilómetros, nuestras trivialidades pueden convertirse en una temible ruleta rusa para otros.

“El día empezó mal, como a veces sucede, en especial los días bien planeados. Zahid tenía la costumbre de llegar a la parada del autobús hacia las siete de la mañana, hubiera desayunado o no, antes de que la multitud que se dirigía a los colegios, universidades y oficinas se congregara en la parada. (…)
La parada del autobús era una masa fluida de humanidad en incesante movimiento. Los más jóvenes y aptos e incluso los viejos y valientes se movían hacia delante y hacia atrás, empujando y presionando, mientras intentaban subirse a los pocos autobuses que circulaban, desbordantes ya de pasajeros. (…)
En los estribos de un autobús en marcha en marcha se sujetaban diez o quince personas, agarrándose las unas a las otras para salvarse la vida. Algunas incluso se habían atado a la parte posterior del autobús gracias a diversos sistemas mágicos (p. 27-28).”



Tráfico en Karachi. Fotos de internet


Otro asunto que ha copado los medios de comunicación occidentales, suscitando enconados debates, el burqa, esa vestimenta femenina que llevan numerosas mujeres de religión islámica, siempre rodeado de polémica.
Veamos un reflejo in situ, de su realidad en una sociedad islámica como Pakistán, esto nos muestra el libro:

“Había pensado (Jamila) muchas veces en abandonar la costumbre de llevar burqa, pero nunca había tenido valor suficiente para dar ese paso tan osado. A Zahid no le importaría; en realidad la animaba a que lo hiciera, siempre que vistiera discretamente (…) De todos modos, él nunca tenía la última palabra en lo que ella hacía. La mayoría de las damas pertenecientes a familias ricas habían abandonado el burqa años atrás, e incluso numerosas muchachas de clase media, y hasta pobre, ya no lo llevaban. Las mujeres campesinas de los pueblos, que siempre habían tenido más libertad y sentido común que los moradores de las ciudades, moralmente más rígidos, nunca habían tenido esa costumbre. Era un simple convencionalismo propio de mojigatos” (p. 64).

Hay que pensar que el libro fue escrito en 1987, lo sorprendente es que, casi treinta años después, la situación ha involucionado a tiempos anteriores a la fecha de publicación.

En el país sigue imperando la ley de los consejos tribales en muchos enclaves rurales, y deciden aplicar su justicia (una sentencia de muerte), a aquellas mujeres acusadas de deshonor

En cuanto al escritor, Adam Zameenzad, poco o casi nada se sabe por aquí. Yo mismo desconocía totalmente su existencia hasta que, recostado sobre el lomo de otro libro que sí conocía y buscaba, en una de “mis” librerías de lance madrileñas se cruzó conmigo. Al primer vistazo todo rezumaba exotismo oriental; el grabado de la portada; Krishna y Trinabarta, el demonio del remolino (siglo XVIII, Taller de Mankot); ¿Y ese nombre, Adam Zammeenzad ? Un inquietante título; “La casa decimotercera”. Me llevé el que buscaba y también éste que me buscaba a mí, claro.

Me limitaré a mostraros la breve semblanza del escritor que hay en el libro:

“Adam Zameenzad pasó su infancia en la costa oriental de África (en Nairobi) y posteriormente vivió en Pakistán (su país natal), Canadá y los Estados Unidos. Actualmente es profesor en Kent, en Gran Bretaña. La casa decimotercera es su primera novela y recibió en 1987 el premio «David Higham» a la mejor obra de un autor novel. Avalado por una admirativa frase de Doris Lessing (« La casa decimotercera es un vigorosa obra dotada de un talento inusual. Espero con impaciencia la próxima obra de este autor»), Zameenzad parece consolidarse como un brillante escritor, más allá de la actual sobrevaloración de la juventud de los autores.”


A. Zameenzad en la actualidad

El escritor no deja títere con cabeza, arremete contra el gobierno de su país, los despropósitos que comete en áreas como la educación, los favores al ejército, el tráfico de influencias, la situación de los asalariados, la sangrante intromisión del islamismo radical en la vida de los ciudadanos. En fin, se le ha comparado con Salman Rushdie por su talento y la mordacidad de su pluma.  Mi impresión, leído el libro, va por ese camino.




Zameenzad hace gala de una prosa ágil, sin artificios, y dosifica con maestría la tensión en el lector, ésta va acrecentándose de forma vertiginosa, como si fuera el magnífico crescendo al final de la Obertura 1812 de Tchaikovsky, estimulando nuestra imaginación, juguetea de forma perversa con ella, nos hace barruntar que algo sórdido nos aguarda en las páginas finales. Y no somos capaces de adivinar, exactamente, el qué… Se me escapa un vehemente “maldito cabrón, me tienes en ascuas”.

Y acabas el libro. Solo escuchas tu respiración, honda y pesada, durante un par de interminables minutos. Las palabras se agolpan aturdidas en mi mente, como si no tuviese potestad sobre ellas…

Algo me desgarra por dentro. Definitivamente mi espíritu no va a encontrar sosiego en “aquel lugar”.

Pero necesitaba saberlo.






12 comentarios:

  1. Hola Paco

    Leí ayer tu reseña, como siempre diferente por buena, y buena por diferente, pero no comenté nada porque quería hablar con una amigo pakistaní que tengo, y saber lo que opinaba de este autor. He decir que Khalid es un tipo inteligente, y tiene acabada lo que sería aquí secundaría. Ademas de buena persona. Bueno a lo que iba: le he preguntado por Adam Zameenzad y me ha dicho que no le suena de nada, y me ha sorprendido puesto que por ejemplo si conoce al único autor pakistaní de nacimiento que yo conozco Saadat Hasan Manto, aparte de los que tienen origen pakistaní como Hanif Kureishi, así que investigando un poco, porque me ha producido interés tanto la novela que comentas, como el hecho que un pakistaní no conozco a ese autor, y he llegado a la conclusión que existen autores que desaparecen de la memoria o simplemente no aparecen en las librerías de sus países de origen por las razones que sea...A veces, me parece, por razones políticas, y otras veces porque son autores que reflejan más la mirada del “exiliado” -sea económico, sea político, o simplemente circunstancial- y esa mirada suele ser más desde el punto de vista del “asimilado” al país de residencia -en el caso de Adam Zameenzad es Inglaterra - que del pais de origen. Eso sucede , la conozco un poco mejor, en la literatura de EEUU, con autores que unen a su origen una especie de marca de distinción, por ejemplo Julia Otsuka con Japon, Oscar Hijuelos como hispano o Gish Jen de China entre otros muchos. Que responden más a una literatura norteamericana que a los de sus paises de “origen”
    Pero vamos que esto que digo puede ser una perfecta tonteria , que lo será..jaja
    por lo demás un libro que queda apuntado en mi larga lista de deseados, y con más motivo si es de una editorial que aprecio mucho como Versal
    un abrazo

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    1. Hola Wineruda.

      Era de esperar que un sibarita de la lectura como tú, con ese gusto selecto que tienes con los libros, conociera, y aprecie, una editorial como Versal.

      Zameenzad, me consta, es desconocido para muchos de sus propios paisanos, pues ha tenido una vida errante desde niño, aunque siempre ha vuelto a Pakistán, y en sus primeros años de profesor residió ahí, después de su estancia en Kenia.

      No vas desencaminado en las razones que expones, en cuanto al anonimato de ciertos autores en su país, Zameenzad ha sido muy crítico con el islamismo y el gobierno de Pakistán, al menos el que había en los tiempos que apareció el libro, eso podría explicar que tenga un perfil bajo en su país, y también existe esa condición de "asimilado", ese carácter así conformado ha aportado magníficas obras a la literatura, pues llevan en su memoria y en su ser la confrontación de diferentes mundos, realidades que aun con dolor y pesar se suman al bagaje vital, y ese experiencia vertida en un libro por quien domina la escritura suele convertirse en lectura memorable, no diré nombres, no acabaría, pero a todos nos vienen a la memoria los escritores de origen judío exiliados, los de aquí, en la República, empujados por el franquismo al exilio en Latinoamérica, en fin, un tema que da para un extenso debate.

      En cuanto a los últimos escritores que nombras, asimilados culturalmente, pero con una marca distintiva, como tan certeramente has señalado, pues en esencia sucede lo mismo, al final lo que tenemos son personas fraguadas en experiencias vitales dispares y diversas, que se retroalimentan, y para escribir un libro esto siempre suma, nunca resta, en definitiva lo que caracteriza a un gran libro es su dimensión universal, que ante el mismo libro un chino o un noruego se "reconozcan" en determinados aspectos de lo que leen.

      Wineruda, tus "tonterías" darían para instruir a muchos de este país, no, tú no dices tonterías, tú lees libros... ¡Casi nada por aquí!

      Un abrazo amigo!

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  2. No quiero que se me olvide felicitarte por los paisajes que acompañan el libro y los equilibrios que consigues para que el libro no acabe, por ejemplo, en un charco. Muy buenas esas localizaciones de la novela que comentas.

    Sobre pasar un día sin leer... Ni me pasa por la cabeza. Necesito, como bien describes, leer cada día, aunque sean unos pocos minutos. Para mi también es terapéutico recogerme en silencio en torno a la historia que ande leyendo y "salir" de la cotidianidad para caminar por otros mundos. No importa que la historia no sea el lugar al que me iría, ni que me identifique con los personajes, no busco esos objetivos, busco que me cuenten una historia que me crea y que hable del ser humano y de sus emociones, reflexiones y comportamientos universales.

    No conozco tampoco al autor pero me gusta esa heterodoxia respecto a lo establecido y esa posición crítica que describes en tu reseña. En el tema religioso, el retroceso de estas sociedades que habían llegado a ser laicas, es terrible.

    Y me has provocado una sonrisa con esa frase de... maldito cabrón, me tienes en ascuas, jajaja

    Abrazos!!

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    1. Gracias, no tiene mucho misterio lo de los libros al borde de los charcos, se busca un palito, un trozo de rama, y lo clavas en la tierra, entonces apoyas el libro sin problema, ahora es muy fácil por que el terreno está blando con tanta humedad... ya veremos en verano :)

      A veces, en alguno de estos charcos, hay renacuajos y me quedo un buen rato observándolos, es curioso presenciar ese " frenesí colectivo" buscando cada uno su lugar en la charca... Me recuerda a la Gran Vía de Madrid, llena de transeúntes y coches en la hora punta, jeje.

      Hay pasajes del libro muy jugosos, cuando se reúnen los amigos de Zahid, en sus casa, y algunos al ser de diferentes posiciones políticas y religiosas (uno es simpatizante del comunismo, otro más bien conservador, afín al islamismo intransigente), entablan conversaciones muy interesantes confrontando, y argumentando, cada uno su postura, desde la óptica de dos pakistaníes, animadas líneas que a ti te gustarían, seguro.
      Zameenzad no se calla su opinión sobre los islamistas radicales y sus acólitos... Los pone "a caldo".

      Jajaja, sí, no podía reprimirme, tenía que soltar algún improperio, uno sentía la tensión leyendo :)

      Abrazos!!

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  3. Muy interesante Paco, la lectura que nos propones, tu análisis y esos paisajes por los que paseáis el libro y tú. Muy bonitos.

    Un día sin leer...he mirado atrás en mi memoria y no sé encontrar un día sin leer, lo que sea. Así que incluso los momentos en los que estoy agotada, siempre hay tiempo para leer, ni que sean diez minutos, supongo que forma parte de uno mismo.

    Me ha provocado mucha tristeza esas dos personas atrapadas en una vida que a ambos les produce frustración, ese pobre hombre intentando complacer a la esposa y esa esposa intentando complacerse a sí misma, cuanta tristeza acumulada y cuanto dolor sin expresar más que con reproches.

    El autor desconocido para mí y por lo que decís los entendidos también en sus países, lo cual vista la situación me parece normal, tanto por ellos como por una población que bastante tiene con sobrevivir a todos esos extremismos. Me ha dado que pensar, las fechas que nos mencionas y como años más tarde, aun todo va peor, muchísimo peor.

    Buena propuesta aunque de momento no sé yo si me apetece leerla, deberé buscar su momento.

    Un saludo

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    1. Hola Conxita.

      Es un libro que ya solo por mostrarte una "fotografía" de la sociedad pakistaní, por aquel entonces, me parece atractivo, bien escrito y una historia impactante, truculenta, ahí lo dejo.
      Mis paseos con la cámara y los libros son muy provechosos, jaja.
      Bueno, todo tiene su momento.
      Gracias Conxita!

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  4. Hola Paco. Pero qué reseña has escrito, hombre!. Y con las fotos, la idea opresiva de "hormiguero humano" se hace más patente, más asfixiante.
    No disfruto de este género. Sé que existe ese infierno, y para muestras ya tengo nuestra realidad latinoamericana. Como tú dices al final "Definitivamente mi espíritu no va a encontrar sosiego en aquel lugar.Pero necesitaba saberlo." Tu frase se amolda a lo que pienso de estas crónicas.
    Sí he disfrutado de tu reseña. Muchas gracias. Un abrazo.

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    1. Hola Josebla.

      La fotografía y la lectura son dos pasiones que he logrado conjuntar y, la verdad, me lo paso muy bien haciendo estas fotos librescas.

      La idea de "hormiguero humano" es una expresión tan elocuente que uno enseguida visualiza esas ciudades opresivas.
      Algo conozco de esa realidad latinoamericana, y es cierto que en determinadas zonas los desequilibrios sociales son impresionantes, no está en el ánimo de los dominantes cambiar las cosas...

      Muchas gracias a ti, Josebla, siempre es grata tu presencia. Un abrazo.

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  5. Me encantan tus líneas, Paco. Sobe todo esa síntesis de lo que acontece en una realidad tan distante de nosotros. De hecho, me pondré a ver qué puedo hallar en estas riberas sobre el autor.
    Tus fotografías son magníficas; transmiten en gran medida tu recorrido literario.
    Y comparto en gran medida lo que Utopía ha comentado. No es una cuestión de empatizar, sino descubrir esas sociedades en su realidad cotidiana. Y tú has hecho mucho por ello en esta reseña.
    Recibe un fuerte abrazo, amigo!

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    1. Hola amigo Marcelo.

      Gracias por tus palabras. Totalmente de acuerdo contigo y Utopía, lo valioso es descubrir el ritmo cotidiano de esas sociedades y que hay de convergente o divergente respecto a las nuestras, a veces te sorprende, no tanto las diferencias, que uno ya presupone, como ciertas analogías que quizás no esperabas.

      Ya sabes que me encanta la conjunción libro-fotografía, echo de menos alguna tuya, ¿te animarás? :)

      Un gran abrazo.

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  6. El campo, tú, lo que lees, cómo lees... dice tanto de ti... Sospecho que no hace falta que te lo diga, pero sí, a mí también me pasa, ese desasosiego si no lees. Tiene que haber causas y razones muy poderosas para que esté un día, dos... los que sean, sin leer aunque sea un ratito. A veces esas razones son generadoras de intensidades también, y otras son de las que te pesa doblemente que te impidan leer. Pero no siempre se puede elegir...

    Atraída por lo que cuentas, y leyéndote, me doy cuenta que en realidad no hay nada intranscendente en nuestra vida. Que todas las pequeñas elecciones, incluso las más cotidianas, te encaminan a algo. Pasos necesarios.

    No conocía el libro, tengo muchos (¡demasiados!) esperando, pero no quiero dejarlo pasar por alto. A mí también me gusta saber claramente donde no voy a encontrar sosiego. Y seguir buscándolo.

    Un fuerte abrazo Paco

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    1. Jaja, Ana :) ya me vas conociendo, necesito recluirme en el silencio y la soledad de esos paseos campestres, me llenan de energía positiva. Igual sucede con la lectura (nos sucede), aunque sea un ratito, así siento que el día no ha sido desaprovechado, el tiempo siempre nos acecha, y uno quiere que el día no se le escurra de las manos, sin pena ni gloria, leer mitiga esa sensación de congoja.

      Lo has captado magistralmente, Ana; "me doy cuenta que en realidad no hay nada intrascendente en nuestra vida", se ve que tienes mucho recorrido literario a tus espaldas :)

      Sí, ya veo que últimamente estás inmersa en el universo literario que han recreado admirables escritoras, que tú nos lo cuentes es un festín para los sentidos, me encanta, se me "vea" o no, siempre te vigilo :)

      Es un libro especialmente duro en las páginas finales, brutal, diría, ahí lo dejo.

      Un abrazo grande Ana!

      Otro fuerte abrazo para ti Ana :)

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