P. Castillo

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jueves, 25 de junio de 2015

Confesiones de un inglés comedor de opio. Thomas de Quincey (Manchester, 1785 - Edimburgo, 1859)

Libro. Alianza Editorial, 1987. 115 páginas. Traducción de Luis Loayza.




Tengo muchas cuentas pendientes que saldar con viejos libros, siempre eternos aspirantes a una cita que nunca parece llegar a consumarse.
En favor de algunos diré que tal vez no me consideraba un acompañante a la altura de mi partenaire.
Uno de esos pretendientes era “Confesiones de un inglés comedor de opio” (1821), escrito por Thomas de Quincey. Un libro de apenas ciento dieciséis páginas que permanecía olvidado, como tantos otros, en algún rincón de mis estanterías.
El caso es que empecé a leerlo hace más de dos semanas, junto con "Adolfo" de B. Constant, simultaneaba ambas lecturas.
El desamor de "Adolfo", las más de las veces, para la sobremesa, un poco de té por aquí, algún paseo por allá. El Opio, de Thomas de Quincey, para la noche salvo excepciones, con algún receso, y como no conviene abusar de las sustancias psicotrópicas lo he consumido en pequeñas dosis, dos o tres páginas cada anochecer, cuando salen los vampiros y a la espera de que Morfeo me entregara al sueño.

El título anuncia de forma explícita lo que vamos a encontrar, la confesión de un opiómano que además es escritor, un intelectual de refinada cultura, Thomas de Quincey.
A pesar de la admiración de Baudelaire, Borges y otros autores por esta obra, como señalan las distintas biografías, no me ha provocado un entusiasmo excesivo. La prosa de T. de Quincey es impecable, lo que no implica que sea arrebatadora, pero en defensa del autor debe decirse que no pretendía hacer una exhibición literaria con esta narración, solo eso, confesiones.
El libro se estructura en dos partes. La primera consta del periplo juvenil que protagoniza el escritor, primero como brillante estudiante de literatura y lenguas clásicas y después, falto de estímulos por su superior erudición sobre los profesores, nos describe su fuga del claustro académico y sus posteriores andanzas en la campiña galesa, para concluir deambulando por las calles londinenses, entre los zarpazos del hambre y el encuentro con determinadas personas que dejaron una profunda huella en su vida. Ahí destaca con luz propia Ann, una prostituta londinense con quien mantuvo una entrañable amistad, T. de Quincey no llega a pronunciar “amor platónico”, pero su forma de describirnos los fugaces momentos de complicidad y cuidados que ambos compartieron nos hace pensar que así fue, un amor imposible.

A estas alturas de mi vida lectora, admito sin reparos que esta parte se me ha hecho algo tediosa, pues no he hallado pasajes reveladores de lo que uno espera tras ese título. Aquí el autor nos narra una sucesión de episodios juveniles, a saber; el encuentro con las gentes y costumbres de la campiña, sin más trascendencia que mostrar un fresco sobre la vida y maneras en dicho entorno, así como con pinceladas descriptivas de sus experiencias londinenses, muchas interesantes claro está, pero sin desvelar nada sustancial en cuanto a la materia prima que acaparó mi atención inicial, el opio y él, él y el opio.  
Esta primera parte viene introducida por el título “Al lector”. Es el propio escritor quien asume la voz narrativa para contarnos su historia. Que nadie espere en estas cuarenta y ocho páginas iniciales unas andanzas adolescentes al estilo del “Oliver Twist” de Dickens. T. de Quincey no llega al talento literario del primero, pero una vez más diré que el autor que nos ocupa puso más encomio en su labor investigadora y de estudio, centrada sobre todo en la filosofía y, con especial encono, en la figura de Kant. Esa era su obsesión, más que deslumbrar al lector con su estilo literario, impecable aunque sin la magia narrativa que si me provocaron otros autores análogos.
Por fin llega la segunda parte del libro, organizado bajo estos capítulos:
“Los placeres del opio”, “Introducción a los dolores del opio” , “Los dolores del opio”.
Concluye en un apéndice aclaratorio del autor acaparando las páginas finales.
Ni que decir tiene que esperaba con cierta impaciencia saciar mi morbosa curiosidad ante el poder de invocación que suscita el matrimonio formado por T. de Quincey y el opio.
El escritor empezó a consumir la sustancia para calmar los dolores estomacales que sufría con regularidad, lo que comenzó así pasó a convertirse en una gran adicción, que ya solo buscaba el mero placer físico y mental, afición que se prolongó durante dieciocho largos años (desde los veintiocho hasta los cuarenta y seis), en los que apenas hubo un atisbo de remordimiento, más bien al contrario.
Aquí mi condición lectora se ha sentido más complacida, hay fases del libro que encontré brillantes, pero en otras el brillo rutilante se iba extinguiendo lentamente. Algunos pasajes explicando los principios de economía política, ya en plena vorágine opiácea, se me antojaban la explicación de un anodino catedrático de ciencias, viendo que se prolongaban durante una página más me las he saltado.
Veamos algunas comparaciones que hace el autor entre diferentes vías de estímulo:

“El placer que da el vino va siempre en aumento y tiende a una crisis, pasada la cual declina; el del opio, una vez generado, se mantiene estacionario durante ocho o diez horas; el primero, según la distinción técnica utilizada en medicina, es un placer agudo, el segundo es crónico; el primero es una llama, el otro un resplandor constante y uniforme. Pero la diferencia fundamental estriba en esto, que mientras el vino desordena las facultades, el opio, por el contrario (si se toma de manera apropiada), introduce en ellas el orden, legislación y armonía más exquisitos. “

Hay referencias a sus amigos intelectuales, el poeta Coleridge por ejemplo, que a todo lector de buena literatura le satisface encontrar, y lo mismo se puede decir de las  frecuentes alusiones a los clásicos griegos.

Otro apunte que le agradezco sinceramente a T. de Quincey es descubrirme que no era tan inepto (yo) cuando afirmaba la dificultad de entender un párrafo entero, ¡no ya un libro! De Kant. Mi gratitud señor Quincey:

“Ahora volvía a ser feliz: tomaba solo 1.000 gotas de láudano por día y ¿qué era eso? Una primavera tardía ponía término a la estación de mi juventud; mi cerebro cumplía sus funciones con la salud de antes; otra vez leí a Kant y otra vez lo entendí o creí entenderlo (…)”

Creo de veras que el libro cumple el cometido que se había propuesto el autor, revelar de primera mano el impacto del opio en una mente portentosa, como así mismo se atribuye T. de Quincey.
He disfrutado bastante más la segunda parte, la prosa en varias ocasiones se ha manifestado poderosa, como si estuviese imbuida del efecto narcotizante del opio, luego el efecto se iba diluyendo y el relumbrón narrativo también.
La única e insalvable contrariedad es que el cometido que yo me había propuesto, viajar al mundo habitado por las ensoñaciones opiáceas, se ha quedado en un destello que pasó fugaz ante mis ojos.
Yo no consumo opio, a lo sumo una copa de un buen Rivera del Duero o Rioja. Si hay una reelectura, seguro que sí, lo haré con la copa más llena de lo habitual... por aquello de meterme un poco más en el papel. Conseguir opio está complicado, y mi ánimo tampoco está por la labor.


6 comentarios:

  1. Uf, cuentas pendientes con libros... viejos, nuevos, adolescentes... Es un no parar, pero creo que eso es de lo que más me gusta: que siempre, siempre, siempre, hay algo para leer.

    Sobre el libro que nos traes, llevo un buen rato delante del ordenador intentando recordar qué libro leí de Thomas de Quincey hace (muchos) años. No lo recuerdo. Y no sé porqué tengo la sensación de que es por razones parecidas a las que comentas, algo así como "sí, está muy bien escrito, pero me falta algo ¿alma?". Puede incluso que fuera este mismo libro, porque por aquella época leí también "Opio" de Cocteau, "Yonqui" de Burroughs y unos cuantos más (bastantes) en esta misma línea...
    Yo creo que Kant era responsable de que muchos le dieran a la droga dura, para ver si así conseguían entenderlo ;)

    Un abrazo y una copa de vino

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  2. Hola Ana. Veo que ya estás versada sobre el tema, literariamente hablando se entiende. Es evidente que hay una distinción clara entre saber escribir de forma impecable y saber transmitir sensaciones cuando se escribe, lo que te hace disfrutar de la lectura es la perfecta simbiosis de ambas, algo que no siempre se encuentra, desde luego.
    Jejeje :) coincido en esa apreciación sobre Kant y la droga dura. Un abrazo amiga.

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  3. Lo que más me sorprende de esta entrada, es que sin tener noticias de ello, yo he pasado y repasado en estos días varias veces mis manos sobre el lomo del libro 'Del asesinato considerado como una de las bellas artes'... del mismo autor! Y si no me incliné aun por él ha sido porque lo vi breve y decidí dejarlo para cuando necesite intercalar con otras lecturas.
    Yendo a éste, si leo solamente los párrafos marcados por ti, pues dejaría los vinos argentinos y buscaría una ración de opio. Ten presente que aun me espera 'La metafísica de las costumbres', ja, ja.
    Interesante libro te has leído; empuja mis deseos de leer el que tengo a mano.
    Genial reseña, Paco.
    Un gran abrazo!

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    1. Hola Marcelo. Es extraño amigo, estamos separados por un océano y nuestras mentes, en una dimensión sin espacio, se han unido en el mismo propósito, reposar su atención sobre el mismo autor, igualmente lejano en el tiempo y en la memoria. El libro que mencionas, 'Del asesinato considerado como una de las bellas artes' es considerado, a menudo, más atractivo que el comentado, y la verdad es que el argumento resulta fascinante. No lo he leído, aunque hace ya tiempo que lo tengo en estado de "reposo", nunca sé cuando llegará el momento, solo que llegará.
      Un último apunte... ¡ni se te ocurra dejar los vinos argentinos!
      Un abrazo y gracias por tus palabras.

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  4. Me pasa como a Ana, sé que he leído algo de él pero no lo recuerdo. He mirado en las estanterías y no encuentro nada, así que me quedo con las ganas de saber si es acertada mi suposición o no.

    Libros pendientes que un día compramos y que hoy no recuerdo los motivos, tengo algunos y, a veces, caen porque encuentro el momento.

    Estos escritores románticos son atractivos por motivos diversos, eso sí, hay que encontrar la predisposición adecuada, la copa de vino llena podría serlo :))

    Abrazos!!

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    1. Cada libro está anclado a una parte de nuestra vida, el ejercicio de recordarlos es rememorar una etapa de ese camino vital que permanecía olvidado, aunque me sucede lo mismo que a ti, imposible recordar todo.
      ¿Sabes Laura? No sé hasta que punto hay que encontrar la predisposición adecuada... o dejar al libro que la encuentre por ti. En cualquier caso lo de la copa de vino llena te asegurará éxito sí o sí. :))
      Abrazos.

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