Hojas secas…
Allí arriba estaban, siete u ocho,
solo una avanzadilla de las que vendrán.
Escucho a las primeras grullas y logro verlas antes de ocultarse tras las nubes, sobrevuelan estas praderas otoñales mustias y amarillentas por las muy escasas precipitaciones.
| La lluvia ausente, el campo sediento, foto Paco Castillo |
Aunque
anuncian lluvias inminentes, seguramente estará lloviendo al publicar este
escrito.
Quizás mi blog se haya acoplado a la llegada y retorno de las grullas.
Antes de proseguir sería bueno que
Eivør y su maravillosa voz me acompañen (como otras veces en el blog). Aquí canta también a una
ausencia, a un retorno anhelado; Gullspunnin, significa "hilos de oro" en feroés, igual que esos pastos trigueños (como hilos dorados) que ansían lluvia, y me
animará a que no deje una entrada en el aire por enésima vez… vamos a ello.
Los campos, vistos desde el cielo
que atraviesan las magníficas aves, serán un mosaico de retales parduzcos en
diferentes intensidades.
A estas alturas de octubre sorprende un paisaje tan reseco, pero al menos ya se puede caminar por el campo entre las olivardillas, y a nada que te acerques se percibe el intenso aroma que desprenden, no sabría muy bien como definirlo… ¿mezcla de alcanfor y menta?
Mi abuela materna, Francisca (ya
fallecida), es la única que me contó alguna que otra andanza de antaño; el
resto de mis abuelos murieron mucho antes de nacer yo.
Y, ya que hemos comenzado con plantas, me relataba como el abuelo salía al campo a recoger hierbas aromáticas para condimentar el puchero, así podía regresar con un ramillete de cebollas campestres, orégano, tomillo, ajonjolí silvestre…
Lo imagino entrando al parco hogar
con su vestimenta, sucia y desconchada, oliendo a tomillo, o romero para
elaborar vinagre.
El campo ha sido una despensa
generosa con la gente humilde, y para mí el campo podría ser un libro que voy escribiendo
al compás de mis pasos, mientras lo escucho y observo.
A ras del suelo las hormigas
continúan incansables en sus expediciones, afanadas en surtir sus despensas
como hacía el abuelo.
A diferencia de mí, Gorki (el gran
escritor ruso) sí pudo convivir con su abuelo materno durante varios años de su
niñez, pero leyendo su entrañable libro, “Días de infancia”, la experiencia fue
muy traumática y conflictiva, no solo por perder a su padre muy temprano. Su abuelo; un pequeño cacique forjado en la
rudeza del ambiente rural, era un hombre bruto, primitivo y cruel, como la
severa geografía que habitaban.
Cuando el abuelo le partía el
labio de un mamporrazo (después de haber repartido también a la abuela; su
mujer) era la abuela quien lo consolaba, envolviéndolo en un sinfín de leyendas
que la mujer contaba, con gran gestualidad, al atento y fascinado chico, y
entre esos tortazos y leyendas se forjó la senda del inmenso escritor que fue,
y su sentido de la justicia con los desvalidos.
Un buen hombre, que pasó toda su
infancia en el lado Amargo (Gorki significa amargo en ruso) de la vida, y en
adelante así decidió firmar su estampa; Gorki.
Continuo caminando. En el encuentro con las grullas ojeo un fragmento al azar de “Mi Credo” (Herman Hesse), y me quedo atónito por cuanto me veo reflejado en el párrafo, en mi manera de leer campo a través, algo que ya expresé en otras entradas.
I Ching:
Me gusta pasear junto a las
olivardillas, con su verde discreto parece que quisieran mitigar la pesadumbre
de contemplar toda esta vegetación enfermiza, exhausta.
"El viajero y su sombra", parafraseando a Nietzsche, foto Paco Castillo
Así las cosas, los tres o cuatro “locos
de las setas” que estos días ya me habría cruzado por aquí, no han hecho
acto de presencia.
Por suerte, tengo al Nobel Peter Handke para toparme con uno de ellos; “El loco de las setas”.
Ensayo donde el autor austríaco nos acerca unas peculiares reflexiones en torno a un amigo de la infancia, incansable buscador de setas desde la niñez, actividad que gustaba de realizar en soledad, ya desde niño.
Su amigo, nos cuenta Handke, llegó a ser un prestigioso abogado penalista, defensor de personajes casi indefensibles, a los que logró salvar el pellejo, pero él solo tenía un único deseo en la mente, salir de los juzgados y perderse en la frondosidad del bosque, buscar setas, escuchar el crujir de las cortezas bajo sus pies, sentir el frescor, ver las hojas caer o danzar al viento. Todas estas cosas “nimias” eran para él lo más relevante que le podía ofrecer la vida, todo lo demás era secundario, incluida su flamante carrera penalista. Nadie lo sabía, mejor dicho... casi nadie.
Me voy abriendo camino entre formaciones de hormigas, saltamontes y alguna mariposa de la col desorientada.
Y esta vez no son grullas lo que escucho en lontananza, sino el reclamo de unas
águilas ratoneras tras la muralla arbórea del pinar, que surge en el horizonte.
Sé que no tardando mucho las
divisaré alzando su hermoso vuelo sobre el espesor de las copas.
A medida que me acerco al pinar,
sopla un viento débil, pero las acículas apenas se animan a danzar al compás de
la brisa, necesitan más brío.
Espero la
inminente aparición de las águilas, entonces me regalarán una de esas escenas
que, aún habiéndolas contemplado por centenares, siempre despiertan en mí
alguna emoción o sentimiento recóndito, esos graznidos surcando los cielos me
remiten a una era remota, puede ser a los tiempos de una Humanidad inexistente,
un tiempo carente del atronador ruido de la civilización.
Mañana saldré
al campo, llegarán más grullas, y espero ver a las águilas de nuevo.
Podría decirse que haré lo de siempre, pero no; ya nada será como ayer, el viento no soplará igual, las grullas que observe serán otras, las nubes no serán las mismas, tampoco el vuelo de las mariposas o el de alguna estrella fugaz, ni yo; más bien seré como la hoja de un olmo flotando río abajo, hasta que se detenga silenciosa en algún momento, en algún lugar donde resecarse, como los cardos marchitos que alimentan a los jilgueros, bajo un cielo que nunca había sido como es en este justo instante...
No hay comentarios:
Publicar un comentario