Llevo siglos sin escuchar el pitido de la locomotora llegando a la estación, desde los 8 años de mi infancia hasta casi mis 58 ahora parecen haber pasado centurias, como si en esa transición cupiesen varios períodos históricos, y aunque parece una boutade, Milan Kundera en “Un encuentro” (2009), señala a este respecto:
La llegada de la locomotora a las 7: 55 am era mi despertador al amanecer, la estación estaba a dos kilómetros de casa, pero en los inviernos de aquella infancia, por los 70 (nací en el 67), el silencio en mi localidad aún era apreciable, y yo escuchaba al tren bajo una gruesa manta marrón, con la ventana cerrada y empañada del vaho, que ocultaba el pruno de afuera, no así el canto de los mirlos que allí anidaban; otros tiempos, otros despertadores. Sonidos que me susurraban en la niñez como el reclamo de las grullas.
Hace unas semanas, caminando temprano por el campo en una mañana oscura, gélida, en donde las hojas de los olmos estaban prisioneras bajo los charcos congelados, me quedé sorprendido al cruzarme con una solitaria mariposilla naranja (quizás una saltacercas; nombre común).
La mariposa surcaba un tanto errática el campo blanqueado por la escarcha, y me dije… ¿en dónde se va a posar, si el rocío nocturno ha transformado la pradera en un mar de cristales helados?
Con su frágil aleteo se adentró en la bruma, esquivando unas retamas fantasmales, como salidas del Mago de Oz, y acabé perdiéndola de vista. Quizás pretendía llegar a ese destino que en la película cantaba Dorothy (Judy Garland)… “algún lugar más allá del arcoíris” (Over the rainbow).
Me pareció el ser más desamparado del mundo, ningún congénere alrededor ni otros especímenes, únicamente ella, dirigiéndose a un horizonte que la niebla había desterrado. Apareció de la nada y regresaba de nuevo a la nada. trágico destino, consideré. No en vano me acompañaba Unamuno con “El sentimiento trágico de la vida”
No obstante, qué carajo sabrá la mariposa sobre la soledad; pensé, ella simplemente va de aquí para allá y procura no ser el aperitivo de una urraca. Intenta sobrevivir. No tiene pena ni alegrías, pues carece de conciencia para sopesar las cuestiones que sean. Yo sí la tengo, luego soy un ser enfermizo como sentencia Unamuno:
“(…) el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o a un cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad” (“El sentimiento trágico de la vida”).
Ciertamente, Unamuno
consideraba un asunto chungo esto de la existencia…
Lo que me lleva a otro
autor que releí hace poco; Knut Hamsun, quien trazó una vida muy chunga
también a su personaje en “Hambre”, tanto que ni siquiera se dignó a ponerle nombre
al angustiado protagonista; un redactor de tres al cuarto que se veía a sí
mismo como el no va más de los articulistas, pero en su mediocridad no dejaba
de mendigar un trabajillo en los diversos periódicos locales, no obteniendo ni
para echar migas a los gorriones.
El hambre perturbaba su
mente y la afinaba sin solución de continuidad, ora demente, ora brillante…
“El inteligente pobre es
un observador mucho más fino que el rico inteligente. El pobre mira a su
alrededor a cada paso que da, espía suspicazmente cada palabra que oye a las
gentes que encuentra, a cada paso que da él mismo, impone a sus pensamientos y
sus sentimientos un deber, una norma. Tiene el oído fino, es impresionable, es
un hombre experimentado, su alma tiene quemaduras…” (“Hambre”)
Magnífico, Hamsun.
Todos los inviernos
observo a los gorriones desde la ventana, mendigantes y hambrientos como el
personaje de Hamsun, les tiro migas de pan y acuden en tropel. Pero no tienen
conciencia, no son pobres, ni tampoco ricos, no son como nosotros; pobres y
ricos, enfermos indistintamente (recordando a Unamuno).
Pero los gorriones casi,
casi, la tienen (conciencia) sin comerlo ni beberlo, pues se dice que es el más
humano de los pájaros por aquello de estar tan adaptados a nosotros, a nuestro
estilo de vida urbano o rural, su destino depende en gran medida del nuestro,
pobres criaturas, apañados van… menos mal que no tienen conciencia.
Nosotros sí, de que sin su
presencia las ciudades, parques o jardines serían lugares sombríos, y también lo somos del empeño que ponemos (los humanos) en destruirnos entre nosotros. La Conciencia, que señala Unamuno.
También la Conciencia del Tiempo; el que fue, el que es, y el que será.
Pero en ese fluir temporal, la Conciencia hace sus trampas, se supone que para bregar con las complejidades de la realidad.
El físico cuántico Carlo Rovelli, uno de los más prestigiosos en la materia, lo refleja muy bien en su ensayo, “El orden del Tiempo”.
Afirman los investigadores que El Tiempo tal cual lo concebimos (pasado-presente-futuro) no existe desde la perspectiva científica (física cuántica).
Sí, ya, pero ojo como a uno de estos físicos se le ocurra llegar todos los días dos hora más tarde a su puesto de trabajo, ya puede decirle a su jefe que no llega pronto ni tarde porque el Tiempo No Existe, que se irá a la p… calle. Nuestras incongruencias.
Resumiendo a Rovelli de un
modo algo burdo.
El manual de instrucciones
del mundo y la realidad que lo configura, es tarea ingente para nosotros, excede
sobremanera nuestras capacidades intelectuales, de ahí que hayamos dotado al
mundo de una “gramática” para poder operar en él, y el “verbo” fundamental de
esa gramática es el Tiempo, es el eje sobre el que hacemos pivotar este
misterio de existir.
Y además nos sirve para dar cierto orden al Caos Universal (de Universo, Espacio) en el que estamos inmersos. El Tiempo articula el lenguaje Humano que, como sabemos, siempre limita la realidad, la achica.
Pero sin duda somos sorprendentes..., ahí tenemos al lenguaje poético, tendiéndonos un puente allende las fronteras con la realidad. Lo resuelve magistralmente Anna Ajmàtova, a quien leo en estos días lluviosos.
Esta mañana dominical los cielos
encapotados han dejado un pequeño resquicio, un hueco por donde se advierte un trozo azul del cielo, diáfano,
límpido como un charco de lluvia recién caída, así que sería un gran
oportunidad para que actúen los cianómetros, un artefacto no menos poético que
Ajmàtova.
Es un instrumento meteorológico (o eso pretendía, amén de su poco fundamento científico) creado por el fundador del alpinismo moderno; el suizo Horace Bénédict de Saussure (1740-1799), intentaba medir el azul celeste en todas sus intensidades, pensando que esto le proporcionaría otros datos meteorológicos relevantes, y además, desterrar algunas leyendas propias de los pueblos de montaña, pues a medida que se ascendía una cumbre para ir a otras poblaciones, se comprobaba que el cielo oscurecía, y las gentes tenían miedo…
“En los Alpes circulaba la
leyenda de que si se subía lo suficiente en la atmósfera, el cielo se volvía
completamente negro, lo que haría caerse al vacío a quien osara adentrarse en
aquellos dominios. Estos miedos hicieron que durante mucho tiempo nadie se
atreviera a subir más de la cuenta por las montañas.”
Fuente: https://www.tiempo.com/noticias/divulgacion/la-medida-del-azul-celeste.html
Y ya puestos, regresamos a la canción, "Over the rainbow”, donde Dorothy entonaba la última estrofa:
(…) y los pájaros que vuelan más allá del
arcoíris
¿oh, por qué entonces..?
¿…por qué yo no puedo..?
Las grullas vuelan de nuevo al Norte. Paco Castillo
Así es.
¿Quién no ha deseado alguna vez dejar todo atrás... y atravesar el horizonte hacia un arcoíris?
Pd. Os dejo con Capercaille, rememorando aquellas memorables sobremesas radiofónicas con Ramón Trecet en "Diálogos 3"
Alguna vez comenté que tu avanzar dialéctico era un zigzag mayéutico hecho a base de preguntas y respuestas que reorientaban tu discurso en torno a ejes que toman como base tus lecturas. Hoy más bien diría que el método socrático que articula tu dictum es la concatenación que va de un lugar hasta llegar a un concepto o una palabra que te conecta a su vez con esa palabra en otro contexto, y así avanza tu elocución haciendo fluir al lector como una criatura consciente que se ve arrastrada por tus conexiones dialécticas y los libros que te dan soporte y así han aparecido Kundera, Unamuno, Ajmatova, Rovelli, Hamsum... además de otras conexiones de ideas. Prodesse et delectare, que decía el clásico. Y así hemos derivado de la tragedia de la vida, a la conciencia, y de ahí al fluir del tiempo que cuánticamente no existe -he conseguido el libro El orden del tiempo (me ha seducido)-. El ser humano no es especial salvo en su conciencia de sí mismo que lo ha llevado de las cuevas de Lascaux a los ordenadores cuánticos y la IA, pero su vida es trágica porque tiene conciencia de sí, del tiempo y de la muerte, aunque todos estos conceptos son ilusión. Miro a mi gato y me pregunto quién está más desarrollado cósmicamente: él vive el presente, es una criatura inmanente por completo, mientras que yo tiendo a ser inequívocamente trascendente, y eso es un error, pero que no puedo evitar. Muchas gracias con tu concatenación de ideas, conceptos y libros porque ayudan a pensar en una tarde de finales de invierno...
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