Barría recuerdos…
Foto, Paco Castillo.
Estos encuentros que
narro son reales, como la vida misma.
Ya temprano he visto
a Claudio, un vecino mío, este navarro
de unos setenta años, corpulento y bonachón, sufrió hace varios años un ictus,
le dejó secuelas en la movilidad, aunque se defiende bien andando, y sobre todo
en el lenguaje, ha perdido facultades en el habla, pronuncia pocas palabras,
confusas en ocasiones, excepto una que dice con claridad meridiana:
“Hostias”. Entendiendo su significado como aquellas que
NO reparte el cura.
Claudio tampoco las
reparte, ni las repartía.
De tal suerte que le
comentas: Hola, Claudio, vaya frío que se ha levantado, ¿no?
Claudio: “Hostiass,
síiii”
Y en verano. Hola,
Claudio, vaya bochorno tenemos, ¿eh?
Claudio: Síiii,
hostiass”
A estas alturas, me
he percatado que a Claudio hay que hacerle las preguntas fundamentales para que
se haga entender, y se sienta razonablemente satisfecho por poder comunicarse,
por eso hay que ir al meollo e incidir en los asuntos vitales que siempre nos
han condicionado la existencia, los que importan; mirar al cielo (el tiempo), la gastronomía, la
familia, y dos o tres cosas más…
Eso le permite a
Claudio mantener una mínima conversación a base de… Hostias, pronunciadas claro
está.
Así él se va tranquilo por su camino, y yo por el mío. Un buen tipo, mi vecino.
Como muchas mañanas,
bajo por la calle del Viejo Casino, no, no se llama así la calle, ni tampoco
hay un casino antiguo, solo es el nombre de una pequeña urbanización de
chalets.
Foto, Paco Castillo.
La calle está flanqueada
en ambos márgenes por largas hileras de árboles, en su mayoría plátanos,
algunas moreras, también olmos, y casi al final se observan unos parterres con
planta de romero.
Las hojas hace ya
tiempo que han adquirido las tonalidades otoñales y yacen por el suelo al
capricho del viento, a mí me gusta que cubran la fealdad del cemento, como si
el adoquinado grisáceo se disfrazara de arlequín veneciano.
Ha estado lloviendo
copiosamente la noche anterior, aún llovizna algo, es un orbayu agradable,
purificador, sí, orbayar, que es lluvia fina y poco densa, esparciendo el rocío
por aquí y por allá, igual que unos comensales lanzando granos de arroz a los
recién casados.
Resulta curioso ver el rocío sobre el romero,
pues su nombre latino, rosmarinus, significa “rocío del mar”, así se lee
en Leyendas y Mitos de las Flores.
Y en ese emparejamiento entre rocío de lluvia y rocío de mar, tenemos una fascinante singladura, ya
que el rocío de lluvia, parte en su viaje inicial desde el mar, y cuando cubre
el romero, de algún modo, retorna al hogar.
A lo que vamos. Siempre me cruzo con
el mismo barrendero, un hombre más joven que yo, le echo unos cuarenta y pico.
Nos decimos los
buenos días, pero él apenas esboza un murmullo.
Tiene algo en su
manera de estar que me hace considerarlo una persona muy tímida o retraída.
Incluso deja entrever una expresión melancólica… y no hago esta consideración
sugestionado por el orbayu, o porque nuestros saludos se aíslen en su vaho.
Son
los ojos, creo que son sus ojos oscuros, las pocas veces que los levanta de las
hojas me hablan de alguna derrota, hay algo triste en esos iris que contienen
reflejos ocres, granates y dorados de las hojas marchitas.
Me intriga su figura
silenciosa, porque no puedo saber que mundo o que pasado hay encerrado tras esa
mirada, una mirada que tiene miedo a que se deshaga el vaho, se siente segura
en la ambigüedad de ese vapor flotante, reconfortada fuera de la claridad.
Por cierto, si os
apetece conocer deliciosas descripciones de la lluvia, después de la lluvia,
durante la lluvia… os tenéis que hacer amigos de Stephen Dedalus, el
chaval del Retrato del artista
adolescente, y la verdad es que el chico se deja querer. Ahí tenemos a James
Joyce describiendo, como solo un irlandés puede hacerlo, instantes de
lluvia que te empapan al leerlos.
Sí, como ya comenté
a cerca de este libro, creo que la lluvia la han inventado los irlandeses para
escribirla:
“Cuando el malestar hubo pasado, caminó con
dificultad hasta la ventana (…) La lluvia había cesado y entre movibles masas
de vapor de agua, la ciudad estaba hilando de luz el delicado capullo de una
neblina amarillenta. El cielo estaba tranquilo y tenía una vaga luminosidad. Y
el aire resultaba grato al pulmón como en una arboleda bien calada a
chaparrones. Y, en medio de aquella paz de las luces temblorosas y la quieta
fragancia de la noche, Stephen hizo un pacto con su corazón.”
Retrato del artista adolescente, James Joyce. Foto, Paco Castillo.
Lo dicho, instantes de lluvia que te empapan
mientras lees.
Foto, Paco Castillo.
Prosigo.
Este chico farfulla el saludo pero no
deja de mirar al suelo y barrer hojas, barrer y barrer hojas ensimismado,
mientras continúan cayendo de las ramas, cubriendo sus botas toscas y
embarradas.
Lo veo abandonado a su suerte, tal vez eso
explicaría su apego a las hojas, pues el árbol actúa así con ellas, las
abandona a su suerte cuando llega la oscuridad otoñal e invernal, las priva del
alimento vital, las expulsa de la copa, expatriadas
del reino, no le trae a cuenta usar tanta energía para mantenerlas a cambio del
exiguo beneficio que obtiene en estos días lúgubres y gélidos.
Foto, Paco Castillo.
Y una vez que lo dejo atrás, a mí me da por
pensar… si acaso no son hojas lo que barre este hombre, sino recuerdos de una
infancia mientras recoge restos amarillentos,
rojizos, pardos. Más adelante acumula un montoncito y me pregunto si ahora
habrá barrido el rostro de un amor juvenil.
Y cuando deja limpio de hojas el alcorque de la
morera… me digo que besos, abrazos, juguetes, canciones, amigos, quizás una
perrita llamada Canela… sí, un nombre poco original, o risas, llantos y
palabras no dichas estará arrinconando en una esquina desnuda y helada de la
calle.
Yo continúo hacia abajo, paso rozando las
arizónicas empapadas de rocío, aspiro la fragancia y por un instante me embriago
de plenitud.
Mañana volveré a verlo con su maquinal vaivén
de escoba, en ese lugar por el que apenas transita un alma.
Ahí estará barriendo los restos vencidos del
otoño. Lo saludaré, y él me responderá con un débil rumor sin dejar de barrer y
barrer... barrer parte de su vida.
Nunca lo encuentro junto a las arizónicas,
debería dejar la escoba un momento y aspirar ese aroma que a mí me insufla
vitalidad, podría acercar la cara a las gotas de rocío, así el brillo de sus
ojos sería soleado, y no el de un estanque congelado y sombrío.
Foto, Paco Castillo.
Pero no lo hará, allí no hay hojas que barrer, no
hay juguetes, ni amigos, ni nombres poco originales, como el de la perrita Canela, ni abrazos
que arrinconar en una esquina…
Me voy alejando y perdiendo su silueta, borrada
poco a poco por la bruma.
Al final cada uno habrá de seguir su
camino.
¿A dónde?
Quien sabe, siempre
hay un lugar… con hojas o sin ellas.
Sin darme cuenta, me he puesto a tararear
Autumn leaves (hojas otoñales), y con la imagen de ese muchacho barriendo hojas,
retengo un fragmento que cuenta así:
(…) los días se hacen más largos.
Y pronto escucharé la vieja canción de
invierno.
Pero te extraño más que nada, mi amor… cuando
las hojas de otoño comienzan a caer.
Eric Clapton, Autumn Leaves
Los recuerdos parecen más cercanos cuando el sol está más lejos, el pasado siempre aparece con la oscuridad, la noche suele ser mal acompañante para los ancianos, siempre me lo decía mi abuela. Pero el otoño o el invierno, son para mí mi sitio y momento perfecto: las montañas verdes, el gris de la niebla, y la opacidad de cristal de las gotas de lluvia. Pudiera vivir en un otoño eterno,sí.
ResponderEliminarSabías que la letra de esa canción es un poema de Jacques Prevert? Prevert es uno de mis poetas franceses preferidos, sino el más.
Las hojas muertas de Jacques Prévert
Oh, me gustaría tanto que recordaras
Los días felices cuando éramos amigos…
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo…
¿Ves? No lo he olvidado…
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo
Los recuerdos y las penas, también.
Y el viento del norte se las lleva
En la noche fría del olvido
¿Ves? No he olvidado
la canción que tú me cantabas.
Es una canción que nos acerca
Tú me amabas y yo te amaba
Vivíamos juntos
Tú, que me amabas, y yo, que te amaba…
Pero la vida separa a aquellos que se aman
Silenciosamente sin hacer ruido
Y el mar borra sobre la arena
El paso de los amantes que se separan.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo.
Los recuerdos y las penas, también.
Pero mi amor, silencioso y fiel
Siempre sonríe y le agradece a la vida.
Yo te amaba, y eras tan linda…
Cómo crees que podría olvidarte?
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy
Eras mi más dulce amiga,
Mas no tengo sino recuerdos
Y la canción que tú me cantabas,
¡Siempre, siempre la recordaré!
De las múltiples versiones de la canción, para un freaky de Eva Cassidy como yo no puedo obviarla.;)
https://www.youtube.com/watch?v=xXBNlApwh0c&feature=share&fbclid=IwAR1dXJjs_QsOVbIk19X7gIr-qOcSOaU0cx4amRjCX6eiPUhTiGrgFQVsiCQ
Gracias por la sensibilidad de tus entradas
Sabias palabras las de tu abuela. Nos ocurre lo mismo, Wineruda, el otoño y el invierno son mi territorio, mi hábitat natural. Me gusta esa frase con la que abres el comentario, muy bien pudiera ser así, el sol y la exuberancia dispersan los recuerdos de la cabeza, el otoño los concentra y aviva.
EliminarSí, conozco a Eva Cassidy, y la he escuchado también con este tema de Autumn leaves, también me entusiasma tocado con la guitarra y los toques de jazz de Stanley Jordan, me fascina ese tipo y su virtuosismo.
No conocía, sin embargo, que la letra de la canción pertenezca al poeta francés que mencionas, Jaques Prevert, me suena de algo pero no podría afirmar que lo conozco, así que muchas gracias por el regalo poético, me encanta ;)
Gracias a ti, amigo Wineruda.
¡ Bueno, ahora si ¡
ResponderEliminarHe clicado varias veces y ha salido el resultado repetido.
Me traspasas a otro mundo. Escribes como si el tiempo fuera más lento, quizá como debiera de ir, más lento, que sería lo razonable.
Quizá las fotos pongan de su parte, hacen mucho, lo reconozco.
La tela de araña sigue impasible a la espera, y no se aburre.
Estamos en igualdad de condiciones, yo tampoco me aburro cuando te leo.
Un abrazo
Salut
Pd: ahora clicaré sólo una vez ¡¡¡
No te preocupes, Miquel, esos lapsus están a la orden del día, yo cometo muchas torpezas, más gordas que las tuyas ;)
EliminarMe gusta entrelazar imágenes con palabras, a veces me resulta complicado transmitir lo que pretendo con una palabra, ahí acude la imagen para avanzar donde se detiene la palabra, otras veces es al contrario, la imagen se queda estancada y entonces la palabra se abre paso, y llega más lejos.
Pues me gusta tenerte en "mi mundo", hacen falta inquilinos como tú.
Un abrazo y salut, amigo.
Qué precioso texto has escrito lleno de otoño. Me ha encantado eso de que la lluvia la debieron de inventar los irlandeses para escribirla. Solo he estado una vez en Irlanda, en Dublín, y puedo decir que nos recibió y nos despidió con lluvia, aunque en el medio hubo algún día de respiro y paseo sin paraguas.
ResponderEliminarMe gusta ese barrendero que barre recuerdos en forma de hojas de plátano y las fotos que has puesto.
Esas entradas en que más que hablar de un libro deambulas por tus ideas y vas y vienes, me gustan mucho.
Un beso.
Muchas gracias, Rosa. Esa frase de la lluvia y los irlandeses revoloteaba por mi cabeza a medida que leía "Retrato de un artista adolescente", y es que Joyce demuestra, igual que todo irlandés, supongo, saber un rato de lluvias, jaja, igual que los finlandeses pueden hablarte un par de horas de como es la nieve.
EliminarMuchas mañanas me cruzo con ese barrendero que susurra el buenos días, no tiene modos huraños, solo que lo veo retraído, melancólico, quizás solo sea mi figuración y su realidad no sea así, quien sabe...
Un beso.
Me patulea el otoño el corazón. Es la estación del año más propicia a la meditación y al desistimiento. Uno deja pasar las cosas y las tardes y la lluvia nos acarician. Los seres humanos son muchas veces amenazadores. Es hermoso encontrarse a uno que no lo es, y su historia mecida por la llovizna y las hojas caidas, ¿quién la sabe? En un colmado de mi barrio hay un muchacho que debe tener veintitantos años que siempre me da la mano y me explica el color de las cosas. Es un alma sin grietas. Es sencillo. Otro dirán que es retrasado mental pero yo pienso que es un alma de Dios -si es que existe-. Me da la mano y yo siento que no me amenaza. Que no hay una recámara detrás que piensa con retorcimiento. Es puro y simple. Como una criatura animal. El pensamiento es perversor. Nos divide y nos enfrenta. Las almas buenas se distinguen por sus líneas rectas, no por sus sinuosidades. Este blog es un lugar en que nadie se siente amenazado. El autor disfruta contándonos historias sencillas. Encuentros en la urbanización, hojas en el suelo, un saludo que es un gruñido, una lectura de Joyce, la etimología de romero, la llovizna que impregna todo el post. Es hermoso este blog lleno de propuestas inocentes, aunque no carentes de complejidad. He viajado contigo, qué placer...
ResponderEliminarTe agradezco mucho tu sentido comentario, la verdad es que es un gran estímulo para continuar escribiendo y contando cosas, compartirlas y que te hagan partícipe de opiniones e impresiones resulta, pues eso, muy estimulante.
EliminarQué bonita historia esa que cuentas del chico, dándote la mano y explicándote el color de las cosas, a veces, pequeños(grandes) acontecimientos como ese dan sentido a todo un día. Es verdad que estamos rodeados de perversidad, y en esa tesitura el pensamiento se contamina, así que toca purgarlo, por ejemplo escribiendo, paseando solo o en buena compañía, leyendo un libro, un blog amigo, porque además ahí brota un sentimiento de complicidad que es muy reconfortante... puede que sea esto lo que me haga seguir al pie del cañón, quien sabe.
Las historias me surgen un poco al albur, algo capta mi atención y me veo tirando de ese hilo, y ya no sé por donde voy acabar, jaja.
la lluvia es muy inspiradora, los fragmentos de la misma que encontré en libro de Joyce eran muy bellos, sublimes. El entorno que me rodea, cualquier minucia, es una historia, una gran historia, en potencia, siempre lo cotidiano y sencillo, pues acaba siendo lo más extraordinario.
Muchas gracias, Joselu, hasta un nuevo viaje...
Un abrazo ;)
Paco, me encantan las descripciones tan exhaustivas de tus paseos campestres. Me llama la atención lo observador que eres, cómo te fijas en todo, en las personas, en sus caras, en sus ojos, en lo que parecen expresar, guardar.
ResponderEliminarY es que los paisajes otoñales son increíbles (buena profesión me parece a mi la de barrer y barrer hojas, rodeado de ellas, en medio de esa llovizna) ¿Sabes? me ha gustado especialmente la foto de esa tela de araña recorrida por pequeñas gotitas de lluvia
Un beso
Hola, Marian.
EliminarComo le ciento a Joselu. a la vuelta de la esquina, en cualquier detalle nimio, una ventana iluminada en la lejanía, un niño corriendo al cole... todo puede unirse y crecer como una historia, al menos así lo hago yo, extraigo los elementos cotidianos que observo, la vida misma a mi alrededor... y comienzo a ver un camino, una historia que escribir. El chico este, el barrendero, siempre me intriga por su mutismo, no es malhumorado ni nada de eso, simplemente le encuentro muy tímido, o apesadumbrado por la vida, por algo que desconozco, el caso es que surgió la necesidad de ponerme a escribir sobre esto, sin más.
La foto de la tela de araña es muy... melancólica, ¿no? y bella.
Un beso, amiga.
Uy Paco pero qué bonito, me ha encantado este paseo entre hojas y las reflexiones que nos vas dejando. Algunos por aquí se quejan de las hojas molestas, que no se recogen y qué quieres que te diga a mí me gustan las hojas caídas, que como dices cubren el cemento y dejan un manto marrón.
ResponderEliminarComparto contigo esa observación constante, esa mirada atenta a la vida que hay a nuestro alrededor y todas esas historias que nacen de ese imaginar lo que algunos barren.
Tu entrada destila sensibilidad y comprensión, es un placer leerte e imaginar a Claudio y sus hostias y al barrendero de ojos tristes junto con ese rosmarinus (lo desconocía), qué bonito ese rocío del mar, como bonita es esa palabra para describir a un tipo de lluvia fina, orbayu no lo había escuchado nunca pero también desconocía que los gallegos tienen más de setenta palabras para describir la lluvia. Llueve para que yo sueñe… decía Uxío Novoneyra.
Buscaré ese libro de Joyce, Retrato del artista adolescente.
Y gracias por la música que acompaña la entrada y por la delicia que ha sido leerte, como ese orbayu, que es tan agradable, que no molesta, que se acomoda en la piel y es que con la lluvia entiendo a los niños y lo mucho que les gusta juguetear con ella y especialmente a mi me gusta ese olor que queda en el monte.
Besos
Hola Conxita.
EliminarSiempre me agrada esa visión cromática de las hojas otoñales en las aceras, entiendo que haya que limpiar las calles, pero el decorado que forman es bello...
Muchas veces lo hemos comentado, la presencia de las pequeñas cosas es el origen de grandes historias, nuestra mirada suele desdeñar lo sencillo y busca lo impactante, pero casi siempre lo impactante está en lo cotidiano.
Claudio es uno de esos vecinos de toda la vida, su hijo mayor ha sido, y es, un gran amigo mío, es dos o tres años más joven que yo, pero hemos jugado juntos siendo críos, hay un fuerte vínculo desde aquellos días lejanos de la infancia.
Lo del romero y su significado lo descubrí en ese bonito libro que muestro, me encanta repasar sus páginas, llenas de referencias cultas y mitológicas.
Orbayu es una palabra preciosa, y además con referencia a la lluvia, algo que me gusta.
Y a ese chico, el barrendero, pues me lo encuentro cuando transito por esa calle, la verdad es que me tiene intrigado...
Buen tema musical, me encanta ese tono melancólico de Clapton.
Muchas gracias a ti, Conxita, que siempre sabes leerme tan bien.
Besos
El otoño tiene algo de nostálgico, ¿verdad? Es la estación propicia para esos recuerdos que parece que, como las hojas desterradas de los árboles, trae el viento a su antojo. Así, los recuerdos nos asaltan muchas veces a su capricho. Poco importa que intentemos atesorarlos con el arrastre de la escoba o que con la misma escoba nos decidamos a deshacernos de ellos.
ResponderEliminarMe han gustado también tus conversaciones con Claudio. Justas y oportunas para que consiga expresarse. En qué jaula deben de vivir sus pensamientos sin la vía de escape de la voz bien modulada y sobre todo con la poca paciencia que seguro tienen muchos de sus interlocutores.
Y me ha encantado el encuentro entre el rocío de lluvia y el rocío de mar. Hermanos especulares de un mismo ciclo que ojalá siga siendo infinito por mucho tiempo.
Un abrazo
Esos árboles despojados de hojas, al llegar el otoño, arrastradas por el viento y la incipiente oscuridad... es un gran refugio para la nostalgia, esa visión, convertida en símbolo, de aquello que se lleva el viento, como los propios días de nuestro acontecer, arrastrados por algún viento.
EliminarPersonas como Claudio te hacer reconsiderar aspectos que de otra manera no sopesarías, o lo harías de un modo más superficial.
El ciclo de la naturaleza es fascinante, y lo más fascinante, valga la redundancia, es saber que nosotros somos parte de él, aunque actuemos como seres ajenos a su devenir, falta error, por eso somos tan dañinos con el entorno.
Un abrazo, Lorena.
Pones de manifiesto, amigo Paco, el pedazo de corazón y la exquisita sensibilidad que te caracterizan cuando expresas lo que sientes por tu vecino Claudio, por el paisaje otoñal y por Stephen Dedalus, ese personaje de ficción, alter ego de Joyce, y que tan presente está en sus difíciles pero inconmensurables obras de literatura.
ResponderEliminarNo he podido finalizar la lectura de Ulises, pero no pierdo la esperanza. La Odisea de Homero y Hamlet de Shakespeare son "peritas en dulce" al lado del mencionado Ulises con la que tienen puentes de comunicación e influencia.
Un abrazo
Me abrumas con tu parecer, amigo Luis Antonio, intento transmitir lo que me dicen las personas, el entorno, unas simples hojas, la oscuridad y melancolía del otoño, pero sé que la valía de mi texto está en la mirada de quienes lo leen.
EliminarTampoco yo finalicé el Ulises, no me culpo por ello, si acaso a Joyce, jaja.
Un abrazo.
Pura ensoñación, Paco. Salir del cubículo, dejarse templar por la naturaleza, indagar en las personas que nos rodean, ¿lo estamos perdiendo? Tus entradas ponen remedio, sin duda.
ResponderEliminarUn abrazo del otoño que languidece.
Gracias por tus palabras, Gerardo, sé que compartimos la misma inquietud, poner la mirada en lo cotidiano, en el entorno que nos rodea, y a partir de ahí definir una historia para compartirla, no sé si lo estamos perdiendo, pero la mente y la mirada andan demasiado aceleradas en estos tiempos...
EliminarOtro abrazo otoñal ;)
Buenas tardes señor Paco.,el relato de esas dos personas me a emocionado,las fotos del las vainas del algarrobo ,las vainas,del cinorrodon,las espigas con su escarcha,la tela de araña colgada de el árbol aloja con su bello color que decir de la melancólica música de Enric Clapton todo esto es muy bonito y melancólico
ResponderEliminarun abrazo y feliz año 2020
Muchas gracias, señor Miguel. Emocionar a alguien con mi escrito es la mayor gratificación que puedo tener.
EliminarUn abrazo y feliz año 2020.
Magnífica combinación, Paco, entre el rocío, las hojas que son barridas por el viento, tu vecino Claudio y esa nostálgica mirada sobre el otoño que, además, concluyes con Clapton.
ResponderEliminarMe sorprende tu minuciosa observación del entorno que, como bien dices, podría generar historias literarias. No he leído ése libro de Joyce, pero Stephen Dedalus vendría a ser algo así como el Telémaco en el 'Ulises'. Poldy Bloom lo adopta como si fuera su hijo e intenta protegerlo, como haces tú con tus niñas.
Otra entrada sentida, como las que nos tienes acostumbrados.
Un fuerte abrazo, pibe!
Gracias, Marcelo.
EliminarAsí es, me gusta poner la mirada sobre acontecimientos en apariencia nimios, pero siempre hay algo digno de contar cuando observas lo cotidiano.
Conozco la vinculación entre el Stephen Dedalus adolescente de la primera novela y el más maduro del Ulises, me gustó mucho ese Stephen de la niñez y el retrato lluvioso de Dublín.
Gracias campeón!!
Abrazo!