El balcón en invierno. Luis Landero (Alburquerque,
Badajoz, 1948)
Libro, Maxi Tusquets editores, 2016. Ilustración de
la cubierta: Francisca y Luis hacia 1965. Archivo familiar de Luis Landero. 245
páginas.
El que este pequeño tesoro, El balcón en invierno estuviese apretujado en la impersonal estantería de un supermercado hace
que me interrogue, con más incredulidad si cabe, por qué un libro así estaba en
un lugar como ese y, lo más inaudito, por qué yo fui a un lugar como ese a
buscar un libro así.
Ya que después de darle muchas vueltas a la cabeza,
una vez leído, creo que no fui allí a llenar la cesta de la compra… algo me
dice que en realidad fui a por el libro.
Ya veis, el flechazo por un libro puede suceder en
un entorno tan opuesto al encanto de una librería como es una gran superficie
comercial, de cuyo nombre, francés para más señas, no quiero acordarme… Parafraseando
el comienzo de una ilustre obra que todos sabemos como empieza, de forma literal,
y casi ninguno como acaba…
Así sucedió con este ejemplar, cuando andaba
haciendo el acopio mensual de mis bebidas de arroz, pues hace años que no tomo
leche de vaca (pero sí Kéfir de cabra… manías mías).
Me topé con dicho título, y decidí librarle de
soportar por más tiempo la horterada del hilo musical, un híbrido de géneros
tecno-disco que no es ni lo uno ni lo otro.
Aunque también puedes sacudirte estas estridencias
escuchando una suerte de jazz chill out, bastante agradable, cotilleando en las
tiendas de complementos del hogar, pertenecientes al imperio textil del magnate
gallego que ya todos conocemos por estos lares, una música cuyo efecto
relajante no me incentiva a comprar, sino a sentarme sobre uno de esos cojines
bordados con medias lunas orientales y escuchar la música, sea como sea uno no
aguanta mucho por estos sitios, por aquí sí...
El libro tuvo un elemento determinante para atraer
mi atención, la fotografía de la portada, es el propio Luis Landero, antes de
cumplir los veinte años, acompañado de su abuela, Francisca, esmerada contadora
de cuentos. Fue cruzarse en mi camino y no pude resistirme a tomarlo entre mis manos, e ignorar las demás
estanterías.
Yo hago muchas fotografías, cuando me encuentro con
algunas viejas instantáneas (qué paradoja, viejas instantáneas…) de personas,
observo con fijeza la expresión de sus rostros, de sus ojos, qué sé yo… todos
lo hacemos.
Especialmente reparé en la mirada de la abuela
Francisca, que parece estar ausente, lejísimos,
de ese momento petrificado ( imaginad ya de este), como si estuviese
perdida en recuerdos remotos, como si esa mirada no quisiera recrearse en
aquel presente (ya pretérito) y buscase con ansia el retorno hacia tales
recuerdos, instantes de vida que el tiempo no puede convertir en polvo, porque aquellos
aromas, voces, sonidos, imágenes, etc, siguen tan nítidos en su ser como lo
fueron hace, quizás, setenta años, qué cosas…
Rememorar una pequeña escena infantil que, a lo
mejor, duró cuatro minutos, (perseguir un polluelo de gorrión, escuchar el sonido
de la locomotora aproximarse, el bullir de una cafetera y el aroma del café,
quien sabe) setenta años después, sin perder ni un detalle de lo que aconteció
en esos cuatro minutos… sí, setenta años después, qué cosas…
¿Tiene esa mirada de anciana setenta años?
¿Tiene edad esa mirada…?
¿Qué misterio encierra esa mirada que retorna a no
se sabe dónde?
Prefiero imaginarlo a la certeza de saberlo, es
mucho más bonito, y la palabra “bonito” es aquí perfecta, la utilizan los
niños.
Luego me centré en la contraportada y empecé a
leerla, un minuto después la bebida de arroz, las conservas de atún, el papel
de cocina y el detergente para la lavadora me importaban un carajo, los
necesito claro, pero no me provoca ningún sentimiento tenerlos.
El libro era otro asunto, considerándolo ya mío,
sentía cierta excitación y un hormigueo en el cuerpo anticipando momentos de
grata lectura. Veamos el apremio por llevármelo, dice así la contraportada:
“Este libro es la narración emocionante de una
infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una
adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad. Es también el relato
–sincero, humorístico, siempre bellísimo- de por qué oscuros designios del azar
un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la
literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborales en comercios,
talleres y oficinas, mientras estudiaba en academias nocturnas, empeñado en ser
un hombre de provecho, tal como le prometió a su padre, pero dispuesto a tirarlo
todo por la borda y vivir como artista de la guitarra (así como suena, fue
guitarrista profesional). Y en ese universo familiar, entre la sombra, entre la
sombra ominosa del padre exigente y el apoyo de una madre comprensiva, entre
los cuentos orales de la abuela Francisca y los ingeniosos proyectos del primo
Paco, surge un divertidísimo caudal de historias en el que se reconoce nuestro
pasado reciente.
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) se dio a
conocer en 1989 con “Juegos de la edad tardía” (Premio de la Crítica y Nacional
de Narrativa 1990). Traducido a numerosas lenguas, Landero se ha convertido ya
en uno de los más destacados narradores españoles de las últimas décadas.”
Tenemos ya una idea de lo que encontraremos, la
propia historia de Landero, la niñez en su familia de labriegos, en esa tierra
humilde y de hostil belleza que es Extremadura. Su vida primera es la del
campo, y la sabiduría que éste otorga a todo devoto observador de sus
misterios, de todos los dramas, pequeños o colosales, y la épica que acontece
en lo agreste de su entorno desde que despunta el alba hasta el anochecer
plagado de estrellas.
Así que sus pasajes me han tenido en candilejas por
dicho aspecto que, tal vez, pueda ahuyentar a otros. Pero hay mucho más en
estas páginas.
Ha sido una lectura muy emotiva, si hubiese querido
decir sensiblera no hubiese puesto… emotiva, aclarado queda.
Vuelvo a ella, a la mirada de la abuela. No imagino
a Luis Landero leyendo esto, pero me pregunto que le vendrá a la cabeza cuando
se observa a sí mismo, en otro tiempo y lugar, y todavía más me intriga que
piensa al contemplar a su abuela, es de suponer que la respuesta, o parte de
ella, subyace entre las páginas del libro, sugerida en mil matices.
El balcón en invierno se ha dejado leer con
fluidez, la prosa de Landero no es la de un sofisticado urbanita (podría serlo, es filólogo, ha sido profesor de literatura, además casado con filóloga), aunque resida
en Madrid ( a donde emigró con su familia, siendo adolescente), sino la de un
fervoroso observador del campo y conocedor de su “lenguaje”, un estilo diáfano
y cercano que se gana la complicidad del lector.
Por lo tanto, la narración muestra el profundo
apego del escritor por la vida sencilla, o austera, en el campo. Existencia que
él refleja sin escorarse en demasía hacia la melancolía, ha equilibrado bien la
balanza, de dicho ingrediente añade la cantidad justa, pues uno no se aviene a
un pasado que le complace recordar sin cierto asomo de nostalgia, al fin y al
cabo no ha escrito un tratado de estadística, sino sus experiencias vitales
que, ya adulto, intenta comprender para comprenderse a sí mismo.
Por eso se busca en aquel chiquillo entusiasmado al
soltar las gallinas, nada más despuntar el día, para picotear libremente entre
las jaras y las retamas. La misma expectación que mostraba esperando la
profunda oscuridad de las noches agrestes, cuando ese largo silencio nocturno
era suavemente resquebrajado por el primer croar de un sapo, al que seguirían
rítmicamente otros tantos, y de nuevo la sinfonía ancestral de aquellos parajes
rurales, el coro melodioso de grillos y
otros seres que, desde el principio de los tiempos, hacen compañía al silencio
de la noche.
O también la gélida relación con el padre, y el
intercambio de miradas ausentes de afecto entre los dos. Es obvio que la
relación con el progenitor, más allá de su temprana e imprevista muerte, es un
lastre sentimental que Landero asume con la incertidumbre de una culpa sin
dueño, sin un claro merecedor.
Si se pudiera establecer una semblanza de Landero a
partir de las palabras con las que ha escrito su vida, El balcón en invierno,
mi primera impresión es la de estar ante un hombre campechano, e intentado
descubrirle algo más a través de su escritura, veo en Landero ese tipo de
erudición que, lejos de apabullar, seduce.
Porque su
sabiduría es la de algunos niños y niñas que, criados en el campo, dejaron su
mente permeable a un sinfín de estímulos y señales, acostumbrados a descifrar
un código comunicativo, el de la naturaleza, que no admite titubeos, es lo
que es, cruel y hermosa, trágica y cómica, claridad y oscuridad, donde lo
intrascendente para quienes jugaban entre el cemento de la urbe, era
profundamente revelador para quienes miraban al cielo alertados por las grullas
migratorias, y llegaban a casa cubiertos de espigas y olor a lavanda con el
sonido de los graznidos atenuándose en la lejanía… ahí, mirando a cielo abierto
o husmeando debajo de los troncos, entre el detritus, extraían alguna enseñanza
que revelaría su valor a lo largo de la vida.
“La vida campestre estaba llena de curiosidades e
imprevistos. Un día apareció una cigüeña en el gallinero, cosa digna de ver. Se
había dañado un ala, sus compañeros habían migrado y ella, deambulando a pie en
busca de cobijo, se encontró con el gallinero y debió pensar: Aquí me quedo.
Las gallinas, los pavos, los patos y los gansos, el perrillo, sin la menor
extrañeza ni reparo, la aceptaron como a uno más. Allí pasó el invierno,
haciendo vida doméstica, acudiendo dócilmente cada tarde a comer su salvado, su
grano, su verdura, hasta que un día de primavera levantó el vuelo y desapareció
(p.182).
Sin embargo los campesinos, mayores y niños, parecen
vivir de espaldas a esa belleza del
campo:
"Más tarde comprendí que los campesinos, como
también les ocurre a los niños, no saben lo que es la belleza campestre. Donde
otros ven un paisaje, ellos solo ven un sembrado, una dehesa, un erial bueno
para cabras, un cerro o un barbecho. No se han parado a contemplar la
naturaleza, sino que viven revueltos, confundidos con ella. Recuerdo mi estupor
y mi alegría cuando leí en los libros de texto los primeros fragmentos
literarios donde se describía la belleza del campo, y las ganas locas que sentí
de ver a mis padres y a mis abuelos y a mis tíos y a mis primos mayores para
contarles lo bonita que era la naturaleza, sus muchos colores y tonalidades, el
horizonte, el canto de los pájaros al amanecer, la paz y el silencio, el rumor
del arroyo.
Ahora sé que se hubieran reído de mí, del mismo
modo que ahora, cuando recuerdo los campos de mi niñez, por encima de la
belleza, se me revela ante todo un paisaje hecho de historia; es decir, de
tiempo y de dolor” (p.183).
Por eso me gusta que Landero no se limite a decir,
por citar un ejemplo, que en tal rivera se podían admirar imponentes árboles,
sino que ahí se pueden contemplar sauces, encinas, álamos, olmos y fresnos, son
nombres hechos con palabras hermosas, y enriquecen el texto con tonalidades,
texturas, aromas e incluso sonidos, porque las hojas de un sauce cimbreadas por
el viento tiene su música particular, diferente a la que tiene un castaño en las
mismas circunstancias, lo sé, yo mismo he grabado esa danza de las ramas con
sus hojas mecidas en algún fresno.
Permitidme este inciso. Ya que he mencionado la
palabra viento, me encanta escuchar, por ser nombres bellos, la “Tramontana”
que sopla en el Mediterráneo, el “Cierzo” que se origina en el Valle del Ebro,
la “Galerna” que conocen bien por el Golfo de Vizcaya, y hablando de esa
sinfonía que producen las hojas cimbreadas, he aludido al castaño, pues bien,
el Ábrego, un viento atlántico que nace cerca de las Azores y las Canarias para
viajar al norte peninsular, es conocido en Cantabria como Viento Castellano,
pero en Asturias se le llama Aire de las Castañas, porque al soplar violento
provoca la caída de dicho fruto.
Está bien eso de las palabras a favor del viento…
jeje.
Y la suerte para el lector es que Landero, ya un
hombre maduro, sintiera el irrefrenable impulso de allegarnos la sensación de
ser parte y observador de tal naturaleza, haciéndolo a través de la escritura,
una literatura cimentada en la observación profunda de la vida, majestuosa o
diminuta, que nos circunda. Ya sea en el campo o en la capital madrileña.
Pues resulta que aquel escritor en ciernes, siendo
un adolescente entregado a la causa perdida de la poesía, dejó atrás aquella vida,
de efímero bucolismo, para recalar toda la familia, con gallinas y pavos
incluidos, en lo que antes era un arrabal más de Madrid y hoy es un barrio casi
céntrico, el barrio de la Prosperidad.
¿Existiría
para un clan de recios campesinos un lugar más idóneo, habida cuenta del
nombre? Prosperidad…
Madrid, amplificador de grandezas y miserias, de triunfos y
fracasos será el otro cincel que vaya dando forma al futuro hombre y escritor,
los retoques que ya se perfilan definitivos.
Aquí tenemos el trasiego por mil trabajos, las
horas ganadas al sueño en academias nocturnas para estudiar, la providencial
aparición de un profesor que le abrió los ojos a los Borges, V. Inclán, García
Márquez, Kafka, Flaubert, Melville, Scott Fitzgerald… y algunos más que va repasando.
El libro está estructurado en una serie de
capítulos, todos anclados a una fecha.
Por ejemplo este que alude a la poesía con un
Landero adolescente:
Ignonimia
Septiembre de 1964
“Y luego, un día, no sé de qué manera, dejé de
creer en Dios y me encontré creyendo en Gustavo Adolfo Bécquer. En aquel tiempo
yo solo tenía un libro en propiedad. (…) Las mil mejores poesías de la lengua
castellana. (…) un día entré por primera vez en una librería y me lo compré. Ya
al abrirlo, al olerlo, al leer un verso aquí y otro allá, al ver que el tomo
tenía setecientas páginas (…) me sentí admirado, incrédulo ante el prodigio de
aquel libro fuese mío. Aquello era un auténtico tesoro, y yo la persona más
afortunada del mundo. Durante mucho tiempo yo fui feliz con aquel libro, feliz
acaso como nunca en la vida. Fue un verdadero idilio, el más hermoso que uno se
pueda imaginar. Aquel libro era mi amada y yo su amado, (…), (p.85).
Y un elogio a la palabra:
“(…) el milagro de la portentosa fecundidad entre
las palabras y las cosas. Ah, las palabras. A veces ocurría que me enamoraba
perdidamente de una palabra hasta entonces desconocida y durante varios días
vivíamos un amor turbulento, excluyente, febril, y yo escribía poemas donde esa
palabra era la protagonista, la estrella invitada, y las demás hacían de
teloneras. Palabras como errabundo, cénit, heliotropo, inefable, éxtasis,
madreselva, doliente, iridiscente, plenitud, taciturno… “
En estas líneas, que pertenecen a un capítulo tan
evocador como “Breve viaje sentimental por mi biblioteca, 2013”, me consta que
más de una y uno se reconocerán…
"Esta última frase está subrayada a lápiz (se
refiere a una que aparece en Madame Bovary), porque yo soy uno de esos lectores
impertinentes que siempre lee con un lápiz en la mano y que no para de
subrayar, de escribir notas en los márgenes, de trazar flechas, de enmarcar
palabras, de remitir a otras páginas, (…)
Una vez pensé por qué no escribo un libro que se
titule algo así como Breve viaje sentimental por mi biblioteca. Y es que hay
días que no tengo ganas de leer pero sí de releer, o más bien de hojear, de
pasearme entre mis libros y buscar en ellos fragmentos subrayados o anotados,
lo cual equivale en efecto a hacer un viaje sentimental por mi pasado
imaginario, por mi memoria de lector. En muchos libros encuentro líneas o
párrafos resaltados a lápiz con una pasión que a veces todavía comparto pero
que en otras me resulta ya extraña y como ajena. ¿Por qué quise destacar esa
frase, esa escena, atesorarlas con tanto fervor, defenderlas contra el olvido,
dejar allí constancia de mis desvelos como lector? No lo sé, no lo sé" (p. 114-115).
Teniendo en cuenta el espíritu viajero de quienes
me visitáis, no me resisto a destacar esto:
"El viaje a Zaragoza fue el único de importancia que
hizo mi abuelo Luis en toda su vida.
Asombra pensar en como ha cambiado el mundo en tan poco tiempo y en cómo los
viajes, incluso a lugares exóticos, se han convertido ya en una rutina y un
capricho. Quién me iba a decir a mí que iba a viajar tanto (…)
Y es curioso. Al cabo de los años, mis mejores
viajes, los que recuerdo con más emoción, y los más llenos de aventuras y
experiencias, son los que hacía de niño entre el pueblo y el campo. (Landero
vivía en pleno campo, e incluso el pueblo se le antojaba ya un “sitio grande”)
Viajes aquellos comparables en mi corazón a las
andanzas míticas de la antigüedad, las de Odiseo, las de Moisés y su pueblo
elegido, las de Marco Polo (…) o Ahab y la ballena, o los viajes científicos de
Humboldt o de Darwin… Como lector sigo conservando el mismo incansable y gozoso
espíritu viajero que alguna vez tuve en la infancia.
Nuestra finca, Valdeborrachos, dista unos quince
kilómetros del pueblo. Aquella distancia entonces era mucha, porque entonces el
viaje se hacía casi siempre en caballerías, o en carretas de bueyes o de mulas,
y a veces a pie, con la chaqueta al hombro. (…)
Uno no dormía pensando que al día siguiente habría
de emprender ese viaje extraordinario. Y cuando se ponía en camino, ah, qué
maravillas nos salían al paso a cada instante. Entre dos piedras una araña
había urdido su tela, que con las gotas del rocío prendidas en los hilos
brillaba lejos como la plata viva de los cuentos, Al pasar el vado, una pequeña
rana verde se lanzaba al agua y dejaba un surtidor de burbujas sucias de fango
(…)
Esa alondra que con vuelos cortos se toma una y
otra vez la delantera en el camino (…) De pronto, el salto y el fogoso pataleo
de huída de una liebre encamada. ¡Ahí va, ahí va! Ladrar y correr de perros,
gritos y risas de ánimo, la alegría joven, incomparable, del camino" (p.153).
Pues sí, amigo Landero. Ah, las palabras… leer su
libro ha sido, utilizando una expresión que ahora se escucha bastante, y que a
mí me gusta…
ResponderEliminar¡Por Dios! Paco, pero ¡qué bueno!
Haces un cuento de una reseña, un cuento sobre tierra, agua, fuego y aire, sobre todo con lo que está compuesto el mundo.
No creo que se pueda cocinar un plato con mejor gusto que el que has conseguido aquí; en fuego bajo, con troncos y carbón vegetal, con olor a romero y salvia. Con el infinito gusto en la elección de las palabras, no deben sobrar, pero no deben faltar, deben asomarse al precipicio para ver todo lo que las rodea pero no caer al fondo en el halago porque sí. Con la medida del mundo del que no lo medía en distancias de aviones, o rápidos coches. Historias de sobre amor a la literatura pero sobre todo amor al mundo, sea en el pueblo sea en la ciudad, gente luchadora que descubres en las palabras de estos libros..
Yo, poblador de un lugar rodeado de montes, pero más urbano que rural, más color metálico que terreo, estoy perdiéndome entre las fotos y las historias de campos abiertos y bosques cerrados, que nos has contado de Llamazares o Landero, y estoy mutando de color, y cambiando la forma de pisar la tierra.
Gracias, por cómo escribes y por lo que escribes ...y por los paisajes
un abrazo- cuídate y cuídanos con tus historias
Gracias Wineruda, siempre me lees con el mismo entusiasmo con el que yo escribo, y eso es algo que he de agradecerte amigo.
EliminarHa sido una lectura con la que me he sentido muy identificado, ha existido una gran complicidad entre el libro (mejor dicho, Landero) y yo, y de alguna manera esos se transmite en mis palabras.
Además he encontrado a un escritor profundamente honesto, alguien que no escribe para que advirtamos lo sobrado que va en su oficio, el de escritor, sino simplemente para contarte algo desde la humildad de quien se siente igual a ti, y en un gremio, el de los escritores, en que la tentación de exhibir el poderío es notoria, se agradece un poco de trigo limpio.
Es curioso que me menciones a Llamazares, lo digo porque inicialmente lo iba a incluir en la reseña, tenía ya un párrafo detallando semejanzas y diferencias entre ambas obras, pero lo dejé para no alargarme mucho.
Pero tratándose de ti, de un lector profundo como tú, quiero contártelo.
Hay una confluencia notable entre ambas obras, en cuanto a la vida en el campo o la aldea, pero, y esto es lo singular, existe una equidistancia insalvable, en "La lluvia amarilla" se ensalza la agonía, el último aliento de un pueblo y su morador ante la muerte inevitable. "El balcón en invierno" es un sentido homenaje al valor de o sencillo, de la vida callada del campo y sus anocheceres tranquilos, las miradas de los campesinos con sus escasas sonrisas y sus largos silencios. También hay muerte en el libro de Landero, pero ésta es un afluente más, importante eso sí, de la historia. En "La lluvia amarilla" la muerte fluye por todo el río, que finalmente se diluye en el mar.
Gracias a ti por leerme así.
Cuídate y un fuerte abrazo.
Una reseña así hace imprescindible la lectura de la novela.
ResponderEliminarun abrazo
Agnieszka, sé de tus reticencias a buena parte de la literatura española, y te entiendo, la verdad.
EliminarEstoy convencido que esta historia de Landero romperá, al menos en parte, ese ánimo poco favorable... que yo también he padecido con nuestra literatura, afortunadamente creo que hay cosas muy buenas que conviene considerar. Cuando se busca bien, termina encontrándose el premio.
Gracias y un abrazo.
Muy buena la reseña, me ha entrado la curiosidad por leer esa visión del escritor y su manera de entender esa vida. La portada me ha parecido entrañable, con esa abuela de negro y el cariño del nieto que se intuye en su pose mirándola.
ResponderEliminarY qué decir de tus grabaciones del viento y las imágenes con las que acompañas el texto, me han gustado mucho y especialmente, me gustan esas mariposas que cada vez se hacen más difíciles de ver en algunos lugares, también las estamos eliminando.
Un placer leerte.
Saludos
Gracias Conxita siempre es una alegría tenerte por aquí :)
EliminarSí, a mi también me cautivó la foto de portada. La verdad es que hay cariño pero también reproche, sobre todo hacia el padre, no es una mirada complaciente, solo sincera.
Q
ué bueno lo del viento, ¿verdad? Es una pena lo de las mariposas, qué estúpida idea del progreso es esa que se basa en echar cemento y hormigón encima de la tierra, la hierba y los árboles, aniquilando la vida que ahí había, para especular con mega-urbanizaciones... que sinsentido.
Gracias a Las flores, la hierba, los árboles, por el oxígeno nos regalan, no nos morimos con los pulmones fulminados de contaminación... y los mandamases empeñados en sustituirlos por cemento. Me gustaría mandarlos a una isla, eso sí, toda de cemento, en medio del océano, a ver que tal...
Cuídate amiga.
ResponderEliminarLuis Antonio10 de junio de 2016, 10:36
Me acerco a tu espacio para devolverte la visita y me encuentro con mucho y bueno, pero que requiere un tiempo que ahora mismo no tengo. Volveré. Fijo.
Mientras tanto, ahí va un cordial saludo, Paco
ResponderEliminar
Luis Antonio, estás en tu casa, tómate la libertad para entrar y salir cuando quieras, suelo dejar la "puerta abierta", aunque a veces no ande por aquí.
EliminarUn abrazo!
Aparte de la reseña, muy buenas fotos. Lo que más me gusta de la primavera es cuando está el trigo alto, verde y hace viento. Ese cimbreo, que solo se puede escuchar en completo silencio me fascina. Aparte de las amapolas. El problema es mi alergia a las gramíneas, pero a pesar de todo no me resisto.
ResponderEliminarEl libro de Luis Landero lo leí al poco de salir, prestado de la biblioteca. Muchas de las anécdotas que cuenta las conocía por haberlas expuesto, de forma novelada, en otros libros suyos. Me pareció que estaba por debajo de su nivel, le faltaba nervio. Es bonita, eso sí, la evocación de ese tiempo perdido, del medio rural en el que se criaron nuestros abuelos y que en parte yo incluso conocí, pero ya muy trasnformado, siendo niño.
Un saludo.
Hola Gerardo.
EliminarAparte de este libro, no tengo otras referencias del escritor para establecer cual es su pulso narrativo en otras obras, en alusión a la falta de nervio que comentas en este libro. Y como tú has leído otras del autor, tu criterio me parece del todo fiable, hasta donde alcanzo sé que eres un buen lector de literatura española, además selecto, y tu opinión la estimo en buen grado.
A mi juicio, tal vez sea por lo diferencial de esta obra respecto de su anterior trabajo, ya que al ser una autobiografía, exige cierto temple, es una mirada retrospectiva, un dejarse mecer por los recuerdos que siempre apoca algo el ímpetu. Cuando se escribe un relato de ficción propiamente dicho (aunque la impronta vivencial siempre está ahí), el mero hecho de ir abriéndose paso en la historia, el que la imaginación siempre tenga que conquistar terreno, puede requerir una pluma más acechante, más vehemente, una actitud más proactiva que la exigida por esa mirada al pasado, que siempre tiende a la voz pasiva atemperando el nervio narrativo que comentamos.
Lo dicho, asumo que mi conocimiento sobre el autor y su obra, puesto que solo he leído éste libro, y tú aparte de éste ya conoces otros, no se puede comparar al tuyo. Estaré atento a lo que has apuntado, pues seguro que leeré más de este magnífico escritor.
Gerardo, casualmente he grabado, también, un trigal alto, verde, y frondoso mecido por el viento… seguro que lo verás por aquí, tendrá su oportunidad.
Vaya… siento lo de tu alergia, aunque veo que tu ímpetu por vivir la eclosión primaveral es más poderoso, bien por ti amigo.
Ah… las fotos, un libro en una mano, la cámara en la otra… y ancha es Castilla!! Jeje.
También tú tienes ojo fotográfico, lo he visto :)
Gracias amigo!
Tras leer tu amplia y rica reseña de la obra de Landero, El balcón en invierno, he acudido presto a Amazón para descargarme dicha novela. Tú eres el culpable, Paco. Igual que nuestra común y admirada amiga, U-topia, tienes una gran capacidad de persuasión a la que yo siempre he llamado ENTUSIASMO. Nada hay más contagioso...Ni razones estilísticas y peroratas sobre estructuras narrativas y demás recursos literarios. El entusiasmo que muestras por esta obra me llega más adentro que todos los demás argumentos. Gracias.
ResponderEliminar^
Por cierto, un libro queda bien en cualquier sitio y éste, sea el que sea, mejora con su presencia. Yo los tengo hasta en el cuarto de baño...
Un cordial saludo
Gracias por tus palabras, Luis Antonio.
EliminarEse entusiasmo se explica por lo mucho que he disfrutado leyendo esa vida en el campo, que ya se nos antoja arcaica y, sin embargo, fue "ayer mismo". Pero también por lo que cuenta un escritor acerca de su oficio, de la literatura, de sus libros... esos pasajes me han dejado una excelente sensación.
Desde luego U-topia es una lectora magnífica, y su opinión es valiosa en todos los sentidos.
Jaja, a veces me digo que debería incidir más en estilismos, estructuras narrativas... después de tu impresión mejor seguir fiel a mi "mirada", de hecho siempre es así.
Aún no he llegado a lo del cuarto de baño... mi mujer, Araceli, no se aviene fácilmente a este tipo de negociaciones, ni siquiera el entusiasmo literario puede aquí. En cualquier caso tengo mis artimañas, con los libros uno se hace experto en el uso del espacio, se aprende mucha geometría.
Un abrazo y bienvenido, amigo Luis Antonio.
Os he "pillado"... gracias, sois encantadores los dos.
EliminarMi encuentro con este libro no fue en un supermercado sino en el vasto mar de internet. Al igual que te ocurrió a ti fue amor a primera vista. Una vez que vi su portada no pude evitar leer la sinopsis y caí, tenía que leerlo, ya. Así que entiendo perfectamente todas tus emociones con esta lectura y me ha encantado recordarla a través de tu reseña.
ResponderEliminarSaludos
Hola Lorena, bienvenida.
EliminarEl impacto que tienen esas fotos, viejos retratos, quizás resida en la "magia" de detener ese instante, de alguna forma congelar aquella mirada, mueca, expresión, pensamientos indescifrables que uno se afana en conjeturar, todo eso salvado de convertirse en polvo, aunque sea en un pedazo de papel, resulta fascinante.
La sinopsis es, desde luego, muy tentadora, pues se habla de un escritor, su vida y lo que piensa de ella, con todos los libros y experiencias que forjaron su camino.
La parte del libro en la que aparece la literatura, la poesía, los escritores y libros que admira, ya merece la lectura del libro, al menos para mí.
Estás en tu casa, Lorena.
Saludos!
Hay sentimientos encontrados, Paco, respecto del libro. La crítica más conocedora lo ha tildado de no estar a la altura de otros trabajos suyos; más como un negocio comercial que como un aporte a las letras. Tu experiencia lo recomienda y a mi me gusta escuchar a aquellos que hablan de tiempos idos...
ResponderEliminarNo sé... aún tengo algún título suyo por aquí para ir conociendo a Landero. Creo que me aventuraré con alguno de ellos primero, para conocer sus letras. No obstante, lo tendré apuntado.
Un fuerte abrazo, amigo.
Hola Marcelo.
EliminarGerardo también apuntaba que le faltaba algo de nervio, en comparación con trabajos anteriores, yo no puedo establecer esa conclusión, pues es lo primero que leo de Landero, y la experiencia ha sido muy positiva, también es verdad que existen caminos comunes que ambos hemos recorrido, salvando las diferencias.
Hay anécdotas muy curiosas en este libro autobiográfico, los capítulos dedicados a su formación como escritor son muy interesantes. Y el Madrid del extrraradio de los años 60 está muy bien retratado, creo que te gustaría, amigo Marcelo.
Un abrazo campeón :)
Respecto a los encuentros con libros en lugares no habituales, también tengo bastantes historias curiosas. A veces encuentro libros en los sitios más insospechados y en algunas ocasiones han sido buenos hallazgos, así que no me sorprende que tú lo encontraras entre el jabón de la lavadora y ese líquido de arroz que no tengo ni idea de qué es.
ResponderEliminarTambién a mi, como le ha ocurrido a Wineruda y a ti mismo, me ha venido a la cabeza LLamazares del que he leído más que de Landero. De este solo leí hace tiempo Caballeros de fortuna y no dejó huella en mi.
Tu reseña es maravillosa, he escuchado el viento entre los árboles, que bella canción... he visto tus flores silvestre, tus mariposas, en fin, todas las imágenes con las que has arropado las emociones que te ha despertado esta lectura. Yo fui niña de ciudad, de calle, eso sí, entonces en los barrios se jugaba, había casa y campos y árboles frutales para robar algún higo y acequias... pero nada que ver con esos recuerdos del campo de Landero.
Me ha encantado ese breve viaje sentimental por la biblioteca con el que me identifico completamente.
Un fuerte abrazo!!
Así es, Laura, los libros y algunos de sus lugares de encuentro darían para una buena reseña. Yo tengo especial cariño a una edición de "Cien años de soledad", de G. Márquez, porque lo encontré en un mercadillo de Luarca, Asturias, entre todos los puestos de verduras, sidras, dulces y demás productos de la tierra, había una señora, bastante mayor, con un puestecillo de libros destartalados, casi todos muy ajados ya, y encontré ese de G. Márquez que no tenía... Siempre que lo veo me acuerdo de Luarca, de la señora mayor, el ambiente marinero, en fin...
EliminarEs verdad que puede haber paralelismos entre el libro de Llamazares y el de Landero, aunque, como decía a Wineruda, el de Llamazares es un espejismo de lo que fue la vida ante la presencia implacable de la muerte, y el de Landero no deja de ser una muestra de gratitud hacia la propia vida, hacia las personas y experiencias que han hecho de él lo que es. A ti te gustaría mucho todo lo que concierne a los libros, la biblioteca del autor, sus escarceos con la literatura, y seguro que lo demás también.
Gracias por tus palabras Laura
Abrazos!!
Un libro de Landero en un supermercado... No sé si quiero profundizar en el tema :) Creo que mejor no.
ResponderEliminarMe he quedado pensando (siempre me pasa, vengo y me tiro un buen rato, parándome a pensar con tus reflexiones, con las imágenes, los vídeos...) en lo de la fotografía de la portada. Tengo el libro desde hace tiempo (sin leer) y también en su momento estuve mirando esa fotografía. A mí también me llaman la atención las miradas y el gesto, aunque el gesto casi siempre es la mirada.
Me crié en el campo. En el campo y en la calle. Pienso mucho ahora en esos tiempos. Creo que intento recuperar algo. No recuperarlo, porque sé que lo tengo. Intento darle la energía, la luz, la respiración que tuvo en su momento. Creo que eso se ve en esas miradas ausentes, buscando en la infancia.
Me encantan tus paseos con los libros. Me paseo yo también por donde tu caminas. Me gusta.
Un abrazo
¡Bueno Ana! Aquí tienes carta blanca para explayarte en lo que consideres, yo encantado :)
EliminarAcertada, como siempre, cuando dices que el gesto es casi siempre la mirada, sí, parece que la vida entra por los ojos, e igualmente nos abandona saliendo de ellos, la mirada entre dos personas es nuestra comunicación más antigua, seguro que hay códigos en nuestra forma de mirar que la razón no capta pero sí nuestro ser emocional.
El campo y la calle tienen sus enseñanzas, valiosas siempre, y a veces no caemos en la cuenta de lo que nos han determinado en la vida.
Pasea conmigo pues, y si el camino desaparece abriremos otro :)
Un abrazo Ana
Soy medio extremeña,...y es una tierra de lo más interesante. Nada tiene que ver el norte con el sur. Este libro totalmente desconocido para mí, trataré de buscarle un momento en mi ajetreada vida. Lo que más me ha gustado es tu encuentro con el libro...de lo más interesante...A veces un libro viene acompañado de un momento determinado,...de una música...de kéfir, y...sin duda, de una buena portada que ya he visto que tiene unos fondos, en los que creo, que jamás se imaginó.
ResponderEliminarUn abrazo y felices lecturas.
Hola María.
ResponderEliminarPues teniendo raíces extremeñas este libro puede tener mayor implicación en ti, desde luego te descubre una parte del pasado en el que, tal vez, tengas algunas revelaciones de tu presente.
Sí alguna vez lo lees me encantará conocer tus impresiones, del libro más inesperado pueden surgir las sensaciones más intensas.
Me alegro que te guste mi puesta en escena con los libros, mientras pueda así serán las restantes :)
Un abrazo!!
Hola Paco!
ResponderEliminarHermoso blog y tus fotografías, gracias por compartirlo.
Aquí me quedo, te sigo!
Me gustaría que te pases por mi blog literario para ver qué te parece y si te gusta, sígueme :).
saludos nos leemos!!
Hola Kosmich.
EliminarGracias por tus palabras, quédate el tiempo que gustes.
Me paso por tu blog.
Saludos!