P. Castillo

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martes, 28 de junio de 2016

Retrato del artista adolescente. James Joyce ( Dublín, Irlanda, 1882 – Zúrich, Suiza, 1941)



Libro. Título original: A portrait of the Artist as a young man. Edición: Biblioteca El Mundo,  2002. Traducción: Dámaso Alonso. Prólogo de Eduardo Chamorro. Narrativa, 306 páginas.





El entusiasmo de Laura (blog U-TOPÍA) por el escritor James Joyce motivó mi retorno a este viejo “conocido”, el entrecomillado significa que atribuir "conocido" peca de presuntuoso, pues solo he leído, y hace demasiados años, un título del célebre irlandés, “Dublineses” , y fuera a causa de mi insolencia veinteañera, o vaya usted a saber, el caso es que esos relatos no me dejaron gran poso.

De las sinergias que se generan entre los diferentes blogs siempre se obtienen jugosas recompensas, aparte de autores recién descubiertos, son un acicate inmejorable para reavivar viejos idilios literarios que dormitaban en la memoria, o alientan un intento de reconciliación ante el desencuentro que supuso este o aquel libro.

Y las segundas oportunidades hacia un libro ya casi olvidado pueden ser sorprendentes, no tanto por el libro, pues sus expresiones son las mismas, sigue con los puntos y las comas exactamente donde estaban, como por tus experiencias vitales acumuladas con los años, éstas despojan a las palabras de aquella ingenuidad con la que uno se asomaba al mundo, y la lectura se abre ante ti con otras sendas que explorar. Un libro no tiene edad pero te hace repensar la tuya.

Para situarnos extraigo un fragmento del conciso prólogo que hace, para esta edición, Eduardo Chamorro:

"La primera novela de James Joyce, Retrato del artista adolescente, también es, además de la más legible, ya que aún no se lanza abiertamente a explorar los límites del lenguaje para reconstruir lo que le rodea, la más autobiográfica, porque nos conduce por el Dublín donde vivió este orfebre de la palabra. El portentoso escritor irlandés retrata la niñez y la mocedad de Stephen Dédalus, un rebelde apegado a la vida pero que quiere alejarse de su familia, su religión y su patria."

Igual que ocurrió en la vida del autor, nos mostrará la vicisitudes de Stephen Dédalus en el opresivo entorno de un colegio jesuita y su vida familiar en Clane, un pueblo situado a treinta y pocos kilómetros de Dublín. Y las descripciones de las campiñas, los acantilados, las apacibles casitas ornamentadas con rosas, la fragancia de la tierra empapada de lluvia, los frescos atardeceres costeros, el trayecto del lechero por las solitarias carreteritas… son deliciosas.




“Trabó amistad (Stephen) con un chico llamado Aubrey Mills y fundó con él en la avenida donde vivía una cuadrilla de aventureros. (…)
La partida realizaba incursiones en algunos jardines de solterona o bajaba al castillo y libraba batallas en las rocas erizadas de hierbajos para regresar por fin a su casa como cansados vagabundos, con las narices llenas de los olores fermentados de la marisma y las manos y los cabellos impregnados de espesos jugos de algas de mar.” (p.77)

Los olores del pueblo.

“Había en la capilla un frío olor a noche. Pero era un olor santo. No era el olor de los aldeanos viejos que se ponían de rodillas a la parte de atrás en la misa de los domingos. Aquél era un olor a aire, a lluvia, a turba, a pana.” (p.23)




Paradójicamente para asimilar la incandescencia de este espíritu adolescente que nos presenta Joyce, viene bien el ánimo reposado que dan los años, pues cuando uno está sumergido en plena vorágine de una realidad nunca termina de verla.

No voy a descubrir nada si digo que el pensamiento de Joyce resulta tan desconcertante como compleja es su personalidad, impresiones que ya manifestaron sus propios colegas de profesión, fueran contemporáneos o actuales. Incluso obras consideras con un grado de complejidad menor, como ésta, te exigen que no vayas con el “paso cambiado” a la hora de leer, si te descuidas lo mínimo es factible perder la sintonía con Joyce.

Joyce no escribe considerando el entendimiento del lector como una prioridad. Lo diré de otra manera, Joyce no ha desarrollado su personaje, el adolescente Stephen Dedalus, para epatar con el lector, o generar complicidad con él, no.

Joyce no va al encuentro del lector, esa no es su cruzada, Joyce va el encuentro de sí mismo. El carácter autobiográfico de la narración, pero sobre todo, su tono introspectivo ya adelantan la idea de un libro que el autor escribe para él, para “leerse” él. De nuevo, la escritura como catarsis de quien escribe.

Así que la andadura por esta obra está lejos de ser un camino de rosas… a pesar de que las haya en las casitas de los caminos, las de Clane, su pueblo.





Siendo así, no me extraña que muchos lectores al abrir un libro de Joyce estén a la defensiva, y esa fama de escritor difícil puede erigirse como un muro entre el autor y sus potenciales lectores. También esa dificultad puede ser un tentador incentivo para  otros.

Lo que está fuera de duda es la contradicción y el desconcierto de Joyce respecto a cuestiones como la religión, institución que para un irlandés de entonces  equivalía al resto de cuestiones; identidad nacional, política, cultura, visión del amor, etc.

Tales contradicciones joycianas tan pronto le llevaban a exaltar con sincero fervor religioso las grandes proclamas del catolicismo para, después, abominarlas.

Estas fricciones existenciales forjaron su imagen de escritor, persona en definitiva, complejo. Para que cada lector saque sus conclusiones, ahí están sus obras. Realmente uno suele verse así mismo, en lo esencial, no muy diferente de los demás. La marejada ideológica de Joyce, fruto de su aparente incoherencia, me hace pensar en él como un auténtico intelectual, aquel cuyo pensamiento, lejos de estancarse, fluye por no aferrarse al dogmatismo, y el dudar hasta de sí mismo.

Por tanto no solo voy a referir el desafío intelectual que plantea su lectura, también el físico… 

Porque, oye, adentrarte en la aridez de ciertos pasajes joycianos cuando la canícula exterior marca 35 grados positivos a la sombra, os confieso que acelera la deshidratación, uno suda lo suyo para salir, sin la mente descolocada, del intrincado mundo que constriñe los anhelos y angustias de Stephen.




Retornando a la obra, es evidente que hay una equidistancia insalvable entre el hecho religioso del que participa Joyce, a través de su alter ego, Stephen Dédalus, y mi postura sobre dicha cuestión, situada en las antípodas de cualquier exaltación divina.

No siento implicación hacia la vehemencia religiosa que rezuma parte de esta narración, el énfasis con que se expresa Joyce en el terreno religioso, que sucumbe a un estado de paroxismo en ciertos pasajes, me ha exigido buenas dosis de voluntad, ya que no he leído estos párrafos someramente.

Y es que en tales escarceos de catolicismo ambivalente, ahora a favor de la corriente, ahora en contra, residen algunas claves para entender, al menos en parte, la dificultad de este escritor, a juicio de muchos estudiosos, y por extensión el significado de su obra. No procede ningunear esas líneas, conviene escarbar en la tierra para llegar al cofre.

Además, sitúan el contexto social de aquella Irlanda de principios del s. XX, profundamente arraigada a su fe católica, y aún hoy, pues muchos irlandeses se apoyan en esta heterodoxia; la Irlanda católica frente a la Inglaterra protestante para acentuar lo diferencial, lo que les separa frente a sus vecinos, y convertirlo en valor sui géneris del ser y el sentir irlandés.








Retrato del artista adolescente es un libro fundamental en este sentido, pues aquí ya tenemos al imberbe Stephen Dédalus despertando a los primeros embates de la vida, dando los pasos iniciales que acabarían llevándolo desde este libro hasta la obra cumbre del irlandés, Ulises. Así que acompañar a Stephen en la senda iniciática que va de un libro a otro, cuando ya nos encontramos al otrora mozalbete convertido en un joven escritor, puede redundar en una lectura más vivificante de sus libros posteriores.


Un estamento tan arraigado en la cultura irlandesa como los colegios o internados  católicos, que suelen ser castillos y abadías de una belleza apabullante, son sin embargo escenarios sombríos de puertas adentro. Joyce refleja el ambiente opresor y dominante que los rectores mantenían con los estudiantes, quienes vivían bajo el temor de ser castigados con dolorosos varetazos, para escarnio público, al menor indicio de desacato o simple holgazanería. Algunos fragmentos describiendo el pavor del estudiante ante el inminente correctivo, y las secuelas posteriores, son sobrecogedores, Joyce logra que sienta los dedos de Stephen, amoratados y entumecidos por los golpes, como si fueran los míos.

Es en la parte central del libro cuando llegamos a esa exaltación religiosa, al paroxismo que apuntaba más arriba. Stephen se ha entregado a los placeres del sexo con una prostituta, él nada menos, un alumno modélico en muchos aspectos. El sentimiento de culpa, tan siniestramente instaurado por las escrituras judeocristianas, será un peso insoportable para el devastado Stephen, se entrega a todo tipo de ensoñaciones y desvaríos, se contempla rindiendo cuentas el día del juicio final, se consume de horror imaginando los eternos sufrimientos que le esperan en el infierno. Y uno acaba algo exhausto leyendo esos textos enardecidos, cuesta mantener la atención. El juicio de Dios (admito mi tentación de escribirlo en minúscula, pero respeto el texto) sobre los acólitos, sean pecadores o buenos cristianos, atenaza el alma de Stephen… y yo leo algo exasperado, quiero respirar…




Pero extraigo una lectura, valga la redundancia, de estas páginas, y es hasta que punto el hecho religioso penetra en alma de un país y dirige sus pasos. Inquieta pensar en ello.

Es significativo que Joyce, este católico irlandés al menos en apariencia, no exalte las mieles que esperan a los elegidos al paraíso, de eso nada, el escritor se recrea en los tormentos infinitos del infierno, en el sufrimiento eterno que espera a los que ultrajaron a Dios. 

De tal forma, y esto es relevante, que Joyce parece manifestar lo que en realidad nutre el corazón de los fieles, “los hijos de Dios”, no es la bondad desinteresada hacia el prójimo, el amor sincero, sino el inmenso pavor que albergan estas almas ante las cuentas que tengan que rendir el día final. Así que la religión adoctrina a sus súbditos bajo la amenaza de un sufrimiento sin fin, a quien ose traicionar a Dios, el “Todopoderoso” que también resulta “Todobondadoso”. 

Pero, se preguntaría Joyce, ¿Cómo puede existir dentro de lo Todopoderoso lo Todobondadoso? ¿Uno no excluye a lo otro? Esos viejos axiomas, mejor aún, los misterios del Señor, supongo.





Con toda esta convulsión actual del Brexit británico, su salida de la Unión Europea mediante el referéndum, leo estas líneas del libro, que Joyce escribió en 1914, y constato estupefacto que era un visionario:

“Dédalus, usted es un ser antisocial, un ser envuelto en su propio egoísmo. Yo no. Yo soy demócrata y he de trabajar en favor de la libertad social y de la igualdad  de clases y de sexos en los Estados Unidos de la Europa futura.” (p.213)

Ahí queda eso. Los clásicos nunca pierden actualidad.

Llegamos al cándido protagonista.

Stephen Dédalus es un alma transida por la duda… Andar libremente los caminos al son de los grandes poetas, y dejarse llevar por la visceral pasión del amor, o postrarse al gran señor en una existencia de acato y juramento. Más aún, porque llega a ser una posibilidad plausible para el joven, convertirse en ministro de la iglesia y contemplar él mismo al rebaño arrodillado ante sus pies. 

La idea le seduce, pero el dulce gusto de ese poder es tan efímero como larga es la oscuridad en el claustro año tras año. Asomarse al acantilado y pensar en lo terriblemente difícil que es vivir mientras contempla, no sin envidia, la facilidad con que las golondrinas abandonan un hogar para habitar otro que, a su vez, quedará desolado cuando asome el gélido invierno… el otoño es una suerte que disfrutan los meridionales, cruzando el océano en compañía de las nubes.

“Descorazonado, levantó los ojos hacia las nubes que derivaban lentamente como vellones marinos. Viajaban a través de los desiertos del cielo, como un ejército de nómadas en camino; viajaban por encima de Irlanda, con rumbo a Occidente. Y Europa, de donde venían, yacía, lejos, al otro lado del mar de Irlanda; Europa, la de las extrañas lenguas, con sus valles y sus bosques y sus ciudadelas, con sus razas dispuestas y atrincheradas.” (p. 201)




Y a raíz de este párrafo, yo que observo tanto al cielo, me acuerdo perfectamente de algo peculiar que ocurrió hace años; se cubrió todo el cielo de nubarrones con ese tono gris antracita que anuncia lluvia inminente, fue mirar al cielo y de repente advertí una gota de lluvia, una solamente, un segundo antes de estrellarse en mi rostro, reitero lo de una gota, porque hasta varios minutos después no cayeron las restantes. Al menos no las vi mientras caminé un buen trecho. 

Y me quedé tan alucinado por esta gota errabunda que, al contemplar el nubarrón, me preguntaba que porción de mar viajaba sobre mi cabeza; si llueve con tormenta estival ¿Me empaparán las gotas del Mediterráneo, las del Atlántico robadas en los peligrosos caladeros del Gran Sol, del mar de las Azores? 

¿ A qué lugares irá ese vapor de mar? 






Tendría que recitar algún poeta, me digo, que la lluvia al empaparte la piel es el mar acariciándote. Si llueve en estos días veraniegos saldré a que me acaricie el mar, seguro.

El escritor, pertinaz observador de nuestras miserias y grandezas, contrarresta esa claustrofobia del internado católico con el afán de camadería que reina entre los muchachos, a pesar de las rencillas inevitables entre adolescentes. De esta manera el libro exhala ese aire quieto y viciado del internado, y nosotros respiramos también.

Pero ¿qué digo yo? Lo que acabo de indicar en el párrafo superior, esa respiración saludable del libro, lo vuelve a repetir Joyce de una forma que ya no admite superación por ninguna otra… La lluvia.




Desconozco si otros lectores de la obra habrán reparado en ello, pero la lluvia es la gran salvadora de Stephen, de James Joyce y de mí mismo.
Cuando se barrunta la tragedia, y también después… la lluvia aparece providencial.

Llueve en la narración, en el rostro de Stephen, en el de Joyce, y por supuesto en el mío. Llueve en el corazón angustiado del propio libro. La Lluvia, que limpia el ambiente de impurezas, siempre retorna triunfal cuando parece que todo se aviene a la fatalidad. No sé si Joyce introduce estos fragmentos de forma deliberada, para que su escritura, en creciente tensión, se diluya al son de las gotas y su repiqueteo, cuando lentamente se escurren de la hojas al finalizar el chaparrón, y es que en el libro, como en la vida, después de la tempestad vuelve la calma.

Sí, creo que la lluvia la han inventado los irlandeses para escribirla:

“Cuando el malestar hubo pasado, caminó con dificultad hasta la ventana (…) La lluvia había cesado y entre movibles masas de vapor de agua, la ciudad estaba hilando de luz el delicado capullo de una neblina amarillenta. El cielo estaba tranquilo y tenía una vaga luminosidad. Y el aire resultaba grato al pulmón como en una arboleda bien calada a chaparrones. Y, en medio de aquella paz de las luces temblorosas y la quieta fragancia de la noche, Stephen hizo un pacto con su corazón.”




Y me animo con otro, más olor a tierra mojada, así aprovecho esta palabra que ya puse alguna vez, y encuentro tan bella; geosmina (del griego «aroma de la tierra»), esa sustancia química que determinadas bacterias y hongos, a ras del suelo, desprenden y se hacen perceptibles con la tierra húmeda, al llover por ejemplo.

"Los árboles del parque estaban cargados de lluvia. La lluvia caía incesante sobre el lago, gris como un escudo de metal. Pasaba una manada de cisnes, y el agua y la margen estaban manchadas de un légamo blancuzco y verdoso. Y, ellos, se abrazaban dulcemente excitados por la luz pluviosa y gris, por los árboles húmedos y silenciosos, por la presencia del lago" (…)




Si la lectura de un libro, éste u otro, se convierte también en un reto intelectual, como señalaba al comienzo, llegar a su última palabra, “FIN,” proporciona una sensación de dulce victoria, pues salir bien parado del lance, no digamos ya si es con Joyce en pleno estío, sienta de maravilla al ego lector… Para que nos vamos a engañar.




Ah, he ojeado el tiempo para estos días… dan lluvia en Irlanda, que se preparen los poetas.



19 comentarios:

  1. Mi experiencia con Joyce ha sido al revés; comencé por casi el final -Ulises- y me di cuenta que debía por lo menos haber leído éste que tú reseñas tan magníficamente -y la 'Odisea', de Homero, claro-. Lo hice con el griego, pero no aún con el 'Retrato...'.
    Se te nota entusiasmado, Paco, y eso es excelente para tu público lector, puesto que despierta interés en libro y autor que son raleados por su fama de poco abordables, como bien señalas al inicio de tu extenso e interesante trabajo.
    Mucho me temo que antes deberé enfrentarme a algo de Joyce más abstruso; ya te imaginas.
    Pero tendré en cuenta tus líneas para hacerme de un ejemplar en breve.
    Gracias por el rico texto que nos has sabido deparar y por esas envidiables fotografías que lo acompañan tan apropiadamente.
    Recibe un fuerte abrazo, y un sincero deseo de buenas vacaciones.
    Cuídate, pibe!

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    1. Es curioso Marcelo, me consta que muchos lectores se inician con Joyce entrando por "la puerta grande", su "Ulises", y debe de haber muchos que acaben "escamados" ante tamaño desafío, ciertamente es una obra compleja, así que deciden no regresar a este gran escritor, en fin.

      Como suelo decir, el lector es soberano para orientar su criterio literario, nunca he tenido inclinaciones para cambiar a nadie de parecer, eso significaría atribuirme un papel de mentor literario que está fuera de mi alcancee... y además me daría urticaria, bastante tengo con preocuparme de lo que yo leo... aunque me alegren las coincidencias, por supuesto.

      El entusiasmo que has percibido en mí... no viene necesariamente del libro, aunque me ha gustado, es que estaba escuchando, de forma muy tenue, un canto gregoriano y bebiendo un rooibos verde mientras escribía, menuda conjunción de astros... vamos, un momento zen jaja.

      Espero que encuentres el libro, sabes que estimo mucho tu criterio.

      Un abrazo campeón :)

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    2. Pues me alegra saber que la conjunción de astros -a más de la lectura de Joyce- te han puesto de buen ánimo, amigo. Intentaré hacerme de un ejemplar de este título en breve. Prometo.
      Hazme un favor. Cruza los dedos y deséame un buen descenso a los infiernos. Voy por otro Joyce.
      Un gran abrazo.

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  2. Hola Paco

    Analizas las vicisitudes de leer a Joyce de manera admirable, de la forma que yo no supe hacer, cuando ya hace años, reseñé, tres libros suyos. Los borré todos hace tiempo. Creo que fui injusto y torpe analizándolos, no porque no creyera lo que ponía, sino porque debí de abstenerme de hacerlas. He leído muchos autores más difíciles que Joyce, pero a este nunca lo he tragado, me engañé a mí mismo pensando que “Retrato del artista adolescente” o “Dublineses” me habían entretenido, pero no, nunca me ha gustado, ni me gustará. Siempre he tenido una reflexión sobre Joyce, y es que sí, es un maestro, es un innovador en la novela, -Ulises- pero no deja de ser eso sólo un maestro, que como cualquiera, su función es ser superado por sus alumnos ¡y vaya que fue superado¡ Que sus obras merecen la pena, sí claro, pero que son esbozos de alta literatura que vino tras él , también.
    A veces creo que los críticos de relumbrón, sí los académicos, -de los que alguno he conocido- tienen un problema, y es que se siguen unos a otros pensando que lo que dijo el anterior que es buen libro, no arriesgan nada, y no hay mayor prueba que ver sus listas de mejores libros ser iguales unas a otras obviando libros, lenguas, literaturas, inusuales pero magníficos.
    bueno lo dejo que me enfado .)
    un abrazo
    cuídate.

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    1. Amigo Wineruda

      Comparto muchos aspectos de lo que comentas, especialmente en lo tocante a “los críticos de relumbrón”, creo que das en la diana con tu parecer. También entiendo tu postura hacia Joyce.

      Desde mi experiencia personal, Joyce no es un escritor que me provoque un enamoramiento a primera vista, el flechazo fulminante, creo que le podría aplicar el famoso dicho; “el roce hace el cariño”. Lo bueno es que, lejos de ser una atracción impredecible, se convierte en un amor de fuertes lazos.

      La lectura de Joyce es cierto que no sublimado mi espíritu, por decirlo de alguna manera, pues desde esa introspección en la surge su obra, tengo el presentimiento de que no contempla más lectores en el horizonte que a él mismo, sin que vea en ello un egocentrismo soberbio, me parece que solo se puede escribir un gran libro de tal naturaleza desde esa forma de abordarlo.

      Y destacaré una aportación que siempre me dan este tipo de autores que, con ciertas obras, tanta implicación suponen para el lector, siempre depositan en tu bagaje lector una especie de sedimento, o abono mejor dicho, sobre el que crecerá tu juicio lector, sobre ese detritus de aspecto no muy bonito florecerán nuevos matices, quizás tiempo después, que van a enriquecer tu experiencia y mirada lectora.

      Lo más sorprendente es que estas enseñanzas que aportan se te suelen incrustar incluso aunque muestres reticencia a las lecturas, quedan ahí aunque no seamos del todo conscientes… cualquier día manifestarán su existencia de un modo que ahora no sabemos prever. Al menos yo lo veo así.


      Concuerdo contigo que Joyce, aunque maestro, siempre tendrá alumnos que lo superen, pero Joyce igual que hicieron otros antes que él, realizó lo más difícil, como los grandes exploradores, abrió un nuevo itinerario, que supondría ampliar las posibilidades de sus sucesores para expandir nuevas rutas, sin los pioneros nada de eso sería posible. Pero ya digo que todo lo expuesto pertenece a mi experiencia personal, me parece saludable la cotejar los pareceres de unos y otros, partiendo siempre de que la lectura es un conocimiento moldeable y matizado por nuestra intimidad. No creo que fueras torpe e injusto con tus análisis de Joyce, si no te gusta, tus consideraciones serán tan válidas como las de quienes vayan en sentido contrario, faltaría más. Gracias Wineruda por tus siempre enriquecedores comentarios, un valor que aportáis todos los que me visitáis.

      Un fuerte abrazo!!

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  3. Me gusta mucho que haya podido aportar mi grano de arena para esta lectura, el resultado (tu reseña) es excelente. No quiero añadir mucho más a lo ya dicho, exceptuando una reflexión, Joyce convierte sus novelas en un campo de batalla entre maneras diferentes de entender la vida (el catolicismo, el nacionalismo, el amor de pareja, la bebida, la muerte, etc), pero en lugar de poner orden a esa batalla, lo recoge tal cual se desarrolla dentro de nosotras mismas. Es raro que cuando nos debatimos internamente, esa lucha tenga orden y fácil legibilidad, vamos de un lado a otro, de una emoción a otra, de una idea a otra (y además si vamos caminando se nos cruzan personas, animales, coches, a los que les dedicamos una breve atención e interfieren en nuestra reflexión). Pues eso es Joyce, nadie como el ha sido capz de reflejar el diálogo interior creando un caos que nos vuelve locos a sus lectores.

    Coincidencias... hoy he acabado de leer el libro de poemas suyos. El balance es decepcionante, lo he dejado solo en una reseña breve en el lateral.

    Abrazos!!

    Me han encantado las fotos y tu manera de comprender las nubes y la lluvia.

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    1. Amiga Laura.

      Esa reflexión que introduces me parece fundamental, has explicado en dos líneas, acerca de ese cáos interno que a veces nos gobierna, lo que yo en doscientas.

      Mi conocimiento de Joyce está en pañales comparado con el tuyo, tomo nota de cualquier apunte que hagas al respecto. No sé si llegaré a leer tanto de Joyce como tú, pero no me cabe duda sobre la idea de volver a él, lo tengo claro.

      Vaya, qué chasco con sus poemas, lo cierto es que en el "Retrato del artista adolescente" ya nos muestra su vocación de poeta y la admiración que determinados poetas le despiertan, al menos en esos años en los que escribió este libro, en sus páginas desfilan autores como Guido Cavalcanti o William Blake, entre otros.

      Gracias Laura por tus palabras... Miro mucho a las nubes y me encanta la lluvia, siempre aprendo algo de esta contemplación.

      Abrazos!!

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  4. Cierto es que muchos compañeros blogueros nos descubren o redescubren lecturas. Cierto también que con el paso de los años leemos de forma distinta ( sí, somos nosotros los que envejecemos, no los libros ni los autores). En lo que ya no te doy del todo la razón es en eso de que los escritores con fama de difíciles ahuyentan a los lectores, pues en mi caso últimamente (será también cosa de la edad) es un aliciente. Luego ya será otra cuestión salir o no airosa de la lectura. Aún no me he estrenado con este autor, pero cuando lo haga, espero no sudar demasiado, aunque solo sea porque aquí en el norte las temperaturas son más suaves.
    Un abrazo

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    1. Hola Lorena.

      jeje, pues me darás parte de razón, ya que apunté también el hecho de que la dificultad suponga un aliciente para algunos lectores, en la medida que a otros les desanima. Hasta donde yo sé, los que comentáis en mi blog estáis claramente en el primer bando, veís en la dificultad del autor un estímulo más para encararlo.

      Lorena seguro que sales muy bien parada del encuentro con Joyce, eres una lectora de mirada profunda, como te dije, de las que aíslan las palabras y exploran todos sus contornos, salvando las distancias, porque cada una tiene su manera particular de leer, me recuerdas a Ana (Blasfuemia).

      Adoro Asturias, es como mi segunda casa. MI infancia está ligada al Cantábrico, al menos en los interminables veranos que disfrutaba de niño ahí, en Vidiago durante muchos años. Todos los años intento hacer una escapada con mi familia por allí.

      Un abrazo y disfruta del verano con buenas lecturas.

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  5. Hola Paco.

    Cuántas reflexiones me provocas siempre. Joyce... fue autor también de adolescencia. Batallar con Joyce cuando tienes tus propias batallas puede ser demoledor, la verdad. Siempre lo he leído desde la postura de "esto es literatura", pero siempre (también) me ha costado leerle desde las entrañas. Como si lo leyera desde fuera (y no suelo leer así), como si Joyce me expulsara o me mantuviera a distancia ("eh, esta es mi guerra, tú quédate ahí y mira"). Me gusta leerle porque me gustan las lecturas por las que no te deslizas en vertical. Y las contradicciones de Joyce, y sus argumentos para una cosa y la contraria siempre te retienen, como si quisieran tentarte para que te ubiques en un argumento u otro.

    En cualquier caso, salvando esa exaltación religiosa que mencionas, qué bueno es que siempre extraias tu propia lectura, lo que el libro tiene guardado para ti.

    Por cierto, la lluvia, el agua... también era una constante en Plath y Woolf. Algo tendrá. Y toda viene o va del/al mar.

    Abrazo

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    1. Hola Ana.

      La reflexión es inherente a toda lectura, otro asunto es hasta donde puede llegar cada uno con ellas, y me queda claro que tú llegas muy lejos, expandes las posibilidades de lo que lees hacia todas las direcciones posibles y captas matices sutiles, de los que no se dejan ver fácilmente.

      Jeje... Lo clavas en esa expresión "esto es literatura" que tantas veces se ha impuesto como una suerte de "ultimátum" para leer tal o cual libro en nuestra mocedad.

      Joyce siempre te va a "enseñar algo", aunque pienses que no lo ha hecho.

      Así es, al final un buen libro tiene la capacidad de dialogar con cada lector como si del único habitante de la tierra se tratara, como dices, algo que el libro guarda solo para ti.

      La lluvia tiene una gran carga simbólica, de purificación o catarsis, el preludio de un acontecimiento o el final del mismo... Sí, todo va y viene del mar, la vida surgió ahí.

      Un abrazo Ana, disfruta lo que puedas, como quieras.

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  6. Con Joicye me considero un fracasado, quizás por comenzar la lectura de su edificio literario por el tejado: Ulises. NO he logrado finalizar la lectura, aunque he presentado poca batalla. El argumento, poco convencional, no es el problema. Tampoco lo son las contradicciones de los personajes. ¿Quién no las tiene? El problema que me ha superado, sin duda alguna, es la dimensión experimental de la narración...

    Tu espléndida reseña de Retrato del artista adolescente casi me anima a un nuevo reencuentro con este autor. Ya veremos...

    Sí me encantó la representación teatral del monólogo de Molly que vi hace muchos años... Aquella frase en la que Molly atribuya a Dios el hacer tan atractivas a las mujeres para gustar a los hombres es...mítica.

    Un abrazo, Paco y feliz verano

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    1. Amigo Luis Antonio.

      Fracasado no, hombre. En la lectura no hay fracasos, solo el momento inadecuado. También yo picoteé el Ulises, lo dejé y me leí Dublineses... tenía que leer algo por sentir mi orgullo juvenil herido, jaja.

      Ahora las cosas se ven de otra manera, ni mejores ni peores, diferentes, y me dije: "tú (Joyce) y yo vamos a reunirnos tranquilamente, tenemos un asunto pendiente". Y así ha sucedido, Joyce me ha enseñado que todo estaba igual... excepto yo.

      Si te animas estaré expectante por saber tus impresiones, si no, me complacerá igualmente leerte, siempre aprendo algo.

      Uff, hace tanto que no voy al teatro, jeje, ciertamente una frase mítica la de Molly :)

      Feliz verano, amigo, que te sea provechoso.

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  7. Me ha encantado tu reseña y leyéndote he recordado cómo me gusta el olor a tierra húmeda en la montaña, recién lavada por la lluvia, desconocía que tenía un nombre "geosmina", es un olor tan peculiar que me ha encantado saber su nombre.
    Joyce, me resulta muy complicado y árido en algunos momentos, justificado quizás por ese comentario de que él no escribe para los lectores, es para él que lo cuenta y eso me ha hecho entender.

    No sé si me animaré a leer el libro, pero me han atraído algunos de los aspectos que cuentas en tu extensa reseña. Me quedo con esa reflexión que compartes que genera inquietud, y sobre todo para mi, en los tiempos que vivimos y notamos en la piel la religión y lo que se hace en su nombre: "Es hasta que punto el hecho religioso penetra en alma de un país y dirige sus pasos. Inquieta pensar en ello." Inquieta y mucho.

    Un saludo

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    1. Hola Conxita.

      Me alegra haberte dado a conocer esta palabra, geosmina, cuyo nombre encierra el misterio, ya desvelado, de esa sensación que tanto te gusta, igual que a mí, el olor a tierra húmeda.

      Joyce no es un escritor que se deje leer del tirón. No es fácil, tienes que escarbar para adentrarte en su mundo, no a todo el mundo le apetece.

      Por mi parte no entiendo la lectura sin esa cuota de esfuerzo intelectual que requiere todo buen libro, pretender que sea el libro el que haya de adaptarse a tu visión de las cosas redunda en una lectura unilateral, incompleta, el libro también exige tu inmersión en lo que te proponga.

      Cada libro leído es un ejercicio de reflexión, de mantener la mente en forma, lejos del aborregamiento.

      Cuídate Conxita, qué pases un agradable verano :)

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  8. Excepcional reseña, Paco. He cogido varias ideas interesante, empezando por el principio, esa lectura que en su momento no dejó poso y al cabo de los años, nos fascina. Es muy tópico decir que cada libro tiene su momento, pero no por ello deja de tener su parte de verdad.

    Respecto al valor del libro de Joyce como ejercicio de introspección, casi de catarsis, nos habla de un autor con una fuerte necesidad de expresar y canalizar su fuego interno. Para mí, esa necesidad, casi ansiedad, es uno de los motores del acto de escribir. Luego el lector conecta, empatiza o rechaza. Y esa catarsis individual acaba seduciendo a miles de personas, que aparentemente no tienen nada en común, ni se conocen. Me parece maravilloso que alguien hable de sí mismo, de sus obsesiones, de su búsquedad de la propia identidad y conecte con tantas personas de épocas, contextos culturales e intereses tan dispares.

    Lo curioso es que apenas he leído a Joyce, tan solo algun cuento y una biografía en comic de Alfonso Zapico, que me encantó. Es un autor odiado y amado por igual, por lo que sé. Lo mejor es abordarlo sin prejuicios y sabiendo elegir el momento, eso creo yo.

    Fantásticas fotos, el paréntesis de un cielo antes o después de la tormenta y esa gota de lluvia prendida como una lágrima de la rama de un árbol. Decía Eladio Cabañero que en La Mancha el cielo aplasta la tierra como un martillo y en verano la verdad es que así es.

    Un abrazo y feliz verano.

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    1. Hola Gerardo.

      Muchas gracias por tus palabras, me complace suscitar ideas, o reflexiones, a partir del libro, que se expandan otros caminos por los que transitar, en última instancia esto es gracias al libro, no tanto un mérito personal, pues sin la lectura no hay nada.

      Creo que todo escritor, excepto los advenedizos, comienza a escribir, sea lo que sea, con la pretensión de iniciar un viaje hacia sí mismo, luego uno va añadiendo capas a ese ejercicio de introspección, pero en el fondo todo escritor escribe para probarse a sí mismo en el mundo, muchas veces otros mundos posibles que brinda su imaginación, otras veces el mundo real, ese es el poder del escritor, hacer experimentar a los demás, porque él cree en lo que hace, otras realidades paralelas...

      Fíjate con G. Orwell y su "1984", nos hizo "vivir" en esa distopía y pensar en las consecuencias, para nosotros mismos, para todos, de vivir bajo ese escenario. Impresionante.

      Sí, esa foto de la gota de lluvia... me fijo en los pequeños detalles, toda gran historia parte de ellos. La poesía, en este caso Eladio Cabañero, siempre encuentra la expresión perfecta a cada sensación.

      Feliz verano y gratas lecturas. Un abrazo

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  9. ¡Hola!
    Tenía pensado leerlo, aunque últimamente no tengo mucho tiempo.
    Genial reseña.
    ¡Nos leemos! :-)

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    1. Hola Abracalibro.

      Gracias por tus palabras, cierto, el tiempo es un bien escaso.

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