P. Castillo

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lunes, 23 de noviembre de 2015

“Mefisto”, Klaus Mann (Münich, Alemania, 1906 – Cannes, Francia, 1949)

Libro. Editorial Salvat, 1986. Colección Novela y Ocio. Traducción de Araceli Castro Martínez. 332 páginas.




                                         A las puertas del Museo de América. 
                           Vistas al Arco de la Victoria. Madrid. Paco Castillo, 2015

Cederé el inicio a la contraportada del libro, que introduce este párrafo, para que todo lo que venga después encaje con mayor sentido.

“Escrita en el exilio en 1936, Mefisto, tras su publicación en Alemania en 1956, provocó uno de los más significativos procesos literarios de la Alemania de la posguerra. Inspirada en un personaje real, el actor Gustav Gründgens, que llegó a ser Director General de Teatro en el III Reich, Mefisto describe la progresiva corrupción y el oportunismo de un actor lleno de ambición que utiliza para satisfacerla la palanca del poder nazi. Pero Mefisto es a la vez un vasto cuadro de un periodo y el análisis de una insatisfacción.”

Un aspecto, que se dará en toda la narración, se hace notar, la efusividad con la que Klaus Mann ejerce de fisonomista con sus personajes; entre otros, peinados, frentes, narices, ojos, orejas, mandíbulas, caderas, barrigas, manos, etc, son objeto de una minuciosa descripción al más puro estilo expresionista alemán (novela escrita en 1936). Es decir, una cierta deformación de los rasgos, acentuando el premeditado efecto caricaturesco (y a la vez manteniendo una siniestra verosimilitud), que rodea a los personajes, eso sí, indiscutiblemente “reales” en sus personalidades, acciones y desenlaces.

Si bien tanto celo descriptivo me llegaba a incomodar, ese peaje ha sido un pago ínfimo cuando al concluir la historia, me he dado cuenta de todo lo que me ha aportado. Un libro es hijo de su época, el escritor no puede ser ajeno al arte de su tiempo.
Por otra parte, la prosa de K. Mann alcanza un lirismo sublime, estremecedor, al narrar el satánico rostro del ambiente nacionalsocialista. Cuanto más depravado resulta, mayor poesía destila la descripción. El mal arropado bajo el más exquisito refinamiento.

Quienes tengan reticencias por si se topasen con un relato trufado de situaciones belicistas, de la guerra en definitiva, estad tranquilos, eso brilla por su ausencia. Este relato se sumerge profundamente en las conciencias de aquellos que vivieron la evolución siniestra de una sociedad que llegó a las mismas puertas del infierno, palabra esta que tiene un estrecho lazo con el título.

El tímido comienzo que encuentro en esta historia no me hacía prever la envergadura que alcanzaría. La dramática intensidad que va adquiriendo provoca que la lectura sea frenética, hasta casi succionar el aliento, el augurio de que algo grande se está cociendo en las postrimerías del libro es excitante.

Una primera sorpresa con este relato, estar basado en hechos reales.

La segunda, que va un paso más allá, el actor real que inspiró esta historia, Gustaf Gründgens, fue en verdad esposo de Erika Mann, hermana del propio Klaus. Se da la circunstancia de que Gustaf y Klaus eran amantes y el embrollo legal que afectaría a la futura publicación de este libro tiene su origen en la denuncia que interpuso el primero sobre el segundo. No debemos apresurarnos a decir que  este libro, después de haber sido leído, es un ataque personal de un amante contra otro, esa sería una visión infantil, el trasfondo de lo que aquí se cuenta está a años luz de una rabieta entre amantes, es algo mucho más profundo que no tiene que ver con una persona concreta, sino con una sociedad entera y su visión del mundo.
De ahí que fuese uno de los episodios literarios más mediáticos, por los numerosos litigios, en la Alemania de posguerra.


                                           Gustaf Gründgens. Foto internet

Tercera, y gran, sorpresa al menos para mí, pues desconocía el dato.
Klaus Mann, un escritor con mayúsculas, poseedor de un inquebrantable compromiso cívico y político que repudiaba el nazismo sin doblegarse, su activismo contra los nazis, tanto dentro como fuera de Alemania fue realmente valeroso, incluso rozando lo temerario. Enemigo del régimen fascista participó en la Guerra Civil española como corresponsal. Además se alistó en el ejercito de los EE.UU para combatir a la Alemania nazi.
Tuvo una vida tan intensa como breve, siempre bajo la alargada sombra de su padre… ¡Thomas Mann! (esa era la sorpresa para mí), que se extendía allá donde fuera, hiciese lo que hiciese.
Se suicidó en Cannes, tenía 42 años.


                                      Klaus Mann. Foto internet.


Muchos críticos prejuiciosos daban por sentado la mediocridad literaria del vástago, ser hijo del genio le situaba en un plano de inferioridad per se. Vacuidades.
Una mirada más actual de la crítica le ha considerado, no ya uno de los grandes escritores europeos del siglo XX, sino, con obras como Mefisto, a la misma altura que su padre. Mi impresión, habiendo ahora leído a los dos, va en esta dirección.

Que para este libro K. Mann escogiese una compañía teatral, con su rutilante estrella a la cabeza, me parece un acierto brillante, pues hay una correlación perfecta entre ese escenario literario y la puesta en escena de Hitler sobre el púlpito, casi irreal, teatral, con un dominio absoluto en la representación ante la vociferante muchedumbre, absortos por los gestos grandilocuentes del temible Actor-Dictador.

Cuando observamos la figura de Hendrik Höfgen y sus colegas actores bajo el telón, ¿qué descubrimos? Que K. Mann ha trasladado brillantemente a las tablas el retrato de una sociedad, la Alemania nazi, postrada a los pies de Hitler.

Ahora veamos quien es el protagonista, este Hendrik Höfgen que cincela la mano de K. Mann. El narrador omnisciente se va intercalando con las voces en primera persona.

Hendrik es un actor perteneciente a un pequeño grupo teatral de la provinciana Hamburgo, lugar que en esa época y, sobre todo, comparado con la sofisticada Berlín, epicentro social y cultural de aquella Alemania, así era contemplado.
Siente sus alas cortadas en ese asfixiante ambiente hamburgués. Sabe que su deslumbrante talento, que lo tiene, solo puede ser admirado en la más alta institución artística del país, el Teatro Nacional de Berlín.

Ante el gran astro orbitan como estrellitas apagadas sus compañeros de reparto, buenos actores y actrices, sí, pero cuya luz proviene de los reflejos que altivamente reparte la gran estrella sobre éstos.

Hendrik vive para, y por, la admiración desenfrenada del público, para ser aclamado hasta el paroxismo por la alta sociedad berlinesa, a la que siente, anhela, pertenecer, dado su origen medio burgués, soterrado por la grisura de la clase media que envuelve a su familia, a la cual profesa  una oculta vergüenza . La fama, el dinero y el poder son su horizonte vital.
Las divergencias ideológicas entre la pequeña compañía de actores y actrices no se hace esperar. Hans Mikklas, un joven mal encarado, con los bolsillos siempre vacíos, brusco y pueblerino, es un sincero admirador del nacionalsocialismo, cree a pies juntillas que Alemania está perdiendo su “antiguo esplendor” y que alguien como el Führer es el hombre que devolverá la grandeza a la patria. Casi todos lo rehuyen, le consideran un ser antipático y, en cierto modo, un pobre diablo al borde de la indigencia.


Mikklas, el trabajador de férrea convicción política, con una conciencia de clase hábilmente persuadida por la propagandística nazi.
Para Hendrik el nacionalsocialismo es un medio para conseguir el fin. Para Mikklas es la finalidad en sí misma, íntimamente convencido de que la solución para devolver la honra a Alemania está en el horror del nazismo. Como tantos miles de obreros lo interiorizaron a su vez. Simples bestias de carga al servicio de las viciosas y refinadas élites.

Los engañados se darían cuenta incluso antes de la derrota del nazismo, Mikklas y millones de “Mikklas” más lo comprendieron todo, la siniestra y gigantesca pantomima, cruelmente real, la cima del III Reich como nido de demagogos, comediantes, farsantes, matones, asesinos, donde todos se miraban de soslayo, desconfiados, conscientes de la mortífera representación en la que se habían embarcado, y sabedores de que han de mantenerse en cartelera hasta alcanzar la horripilante gloria que ansían. Sí, todo eso lo comprendieron las masas defraudadas… Demasiado tarde.

Un día, unos tipos elegantes le volaron los sesos a Mikklas, se volvió muy protestón contra los gordos poderosos que se entregaban a la gula en lujosos restaurantes, eso le irritaba al muchacho, varias veces había tenido que pedir unos marcos prestados para comprarse un bocadillo en la cantina del viejo Schmitz.

En este giro de la historia, K, Mann exhibe una jugada digna del mejor maestro ajedrecista. En ese tablero siniestro de las altas instancias del nazismo, posiciona como indiscutible ganador a Hendrik. Será su cinismo y falsedad el pasaporte para codearse con los poderosos en la soledad de las alturas, pasearse por la cumbre. Por el contrario, Mikklas será el peón aniquilado, su compromiso sincero, aunque manipulado, su determinación ideológica incorruptible con las proclamas del nacionalsocialismo, su enérgica actitud contra los advenedizos que, con sus insignias y la cruz gamada en la solapa, corrompen los “valores germánicos”, no solo le supondrán la marginación del nazismo, serán su condena de muerte.

Que se personifique el fraude del nazismo, que se descubra su rostro diabólico tras la máscara, en un actorcillo de tercera categoría, Mikklas, perdido entre la masa, resulta impactante, es otro de los magníficos hallazgos que nos ofrece este libro.

Mikklas tenía su opuesto idelógico en su compañero actor, Otto Ulrichs.  
Otto es el único que tiene un compromiso sincero con las ideas revolucionarias del comunismo, suya es la propuesta de realizar una obra que aúne los valores de esta doctrina. Para ello ha de implicar a Hendrik, sabedor del talento de éste. La estrella se deja querer pero la promesa de una colaboración inminente se eterniza en el tiempo. Él tiene la mirada fija en el lujo y la sofisticación de la siempre codiciada Berlín.
Me ha parecido ver un guiño del escritor hacia la importancia que tuvo el teatro como propagador del ideario izquierdista revolucionario, y aunque K. Mann no lo mencione de forma explícita, es fácil recordar la relevancia que tuvo una corporación como el Sindicato Teatral Ruso.


                                 Pozuelo de Alarcón, Madrid. Paco Castillo, 2015


La complejidad psicológica de los personajes, es decir la que todos tenemos, aleja a estos de lo arquetípico, del maniqueísmo, tentación siempre acuciante en la que caen tantos escritores.

K. Mann maneja con gran habilidad ese juego de pares opuestos contraponiendo al protagonista sus antagonistas. Especialmente las mujeres que se cruzan en el camino de la estrella teatral ponen de manifiesto, por exceso o por defecto, todos los matices psicológicos que hacen de Hendrik el ser que es, ahora un tipo seguro y encantador, luego dubitativo y vulnerable, después pérfido y patético.  Al fin y al cabo, un excelente actor.

La reconversión de Hendrik, esperable sin por ello perder sutilidad, desde sus iniciales escarceos y simpatías por el comunismo, las proclamas marxistas, acariciando incluso la idea de un proyecto teatral de corte revolucionario, hasta caer en la aduladora depravación de inclinarse ante los bárbaros del nacionalsocialismo, siendo el “bufón” de los más poderosos, y llegar a convertirse en Director General de Teatro en el III Reich, es desarrollada con una destreza exquisita por K. Mann. Sencillamente genial.

Hendrik, megalómano impenitente, solo vive para vanagloriarse de su deslumbrante talento como actor. No tiene reparos en usar sus seductoras maneras para engatusar a cuantas personalidades se crucen en su camino, no por ambición política, una mera pose para él, quiere salvar su pellejo ante el inminente matonismo, que ya todos barruntan, con el afianzamiento imparable del nazismo. Y así, allanado el camino, entregarse al acto de contemplar en el universo artístico que lo acoge, el brillo resplandeciente de su estrella sobre el resto. Sentir el éxtasis de la fama, el poder, el dinero. En su existencia no cabe la mediocridad, eso sería para él la muerte en vida.

Si para ocupar su lugar entre la clase alta ha de casarse con una dama determinada, la enigmática Bárbara, lo hará sin sopesar las consecuencias de su vacío sentimental, eso son simples daños colaterales que, en su maquiavélico proceder, están justificados para alcanzar su objetivo.
O, si tiene que hacer algún gesto, en el más absoluto secreto, hacia sus antiguos amigos comunistas (ahora invisibles como fantasmas), lo hará, por simple oportunismo, como salvoconducto por si cambiasen las tornas. Siempre hay que estar con las espaldas bien cubiertas, eso de las ideologías queda para los fanáticos, los sesudos intelectuales o algunos locos románticos.
Sin embargo, un poso de culpabilidad queda adherido a su conciencia como un remanente, no podrá desprenderse de el.


                               Ciudad Universitaria. Madrid. Una mirada aterrada
                               que rehuye a la otra. Paco castillo 2015

Con extraordinaria facilidad K. Mann saca jugo de situaciones más o menos triviales, un cóctel familiar, un paseo por el jardín, en ellas afloran detalles que muestran de golpe la verdadera dimensión de los personajes, complejos y contradictorios. Sirvan de ejemplo estas líneas, cuando el aún provinciano actor es invitado a un lujoso restaurante por el refutado autor y crítico teatral, Marder, supuesto azote de la sociedad burguesa, en compañía de dos mujeres, Bárbara (con quien tendría un efímero matrimonio), y Nicoletta.

“Theophil Marder había invitado a las dos jóvenes y al actor Höfgen a cenar a un restaurante muy caro, (…)
-         ¿Qué le parece estimado Hendrik? – preguntó al actor con aquella corrección alevosa (…)

Hendrik no tenía nada que objetar. Por lo demás se sentía inseguro y desconcertado en aquel señorial restaurante. Le parecía como si el camarero hubiera tasado con desprecio su smoking, lleno de manchas y, en algunos lugares, muy rozado.
Hendrik se sintió consciente, superficialmente pero con fuerza, de su convicción revolucionaria. - Mi puesto no está en un local como éste, para explotadores capitalistas - , pensaba, iracundo, mientras le llenaban la copa de vino blanco. Ahora lamentaba haber aplazado la apertura del teatro revolucionario (p. 84)

En los lamparones de una chaqueta se plasma la rotunda constatación de lo que significa tener conciencia de clase, al menos en aquel momento. Brillante K. Mann.

Una genialidad que lleva aparejada el sello de los maestros rusos, Dostoyevski o Tolstoi, por citar a dos que aparecen, más de una vez, en las conversaciones de los protagonistas. No son los únicos, una nutrida representación de los clásicos europeos tienen su momento estelar en boca de los personajes.

Y ese vértigo que se produce al deducir lo trascendental a partir de lo trivial, que aparezca un detalle crucial en un acto cotidiano sin apariencia de momento cumbre, te revela el enorme calado de esta lectura.

El título, Mefisto, tiene un presencia poderosa, su fuerza simbólica parece que quiere intimidarnos. Lo que representa esta figura “escupe” la verdadera naturaleza de Hendrik, parapetado en sus múltiples caretas, hasta ajustarse la más deseable y temible a la vez, la de Mefistófeles.

Como no podía ser de otra manera, Hendrik alcanza la gloria artística y social ante la élite nazi, en el Berlín de sus sueños, con este papel hecho a la medida exacta de su personalidad, Mefistófeles (Mefisto), el antihéroe por antonomasia de la cultura germánica, el demonio del folclore alemán catapultado a la fama mundial por el Fausto de Goethe.

Ese es un papel fácil para Hendrik, no así el Hamlet de Shakespeare, un reto mayúsculo que le aguarda a la vuelta de la esquina.

Porque los ínclitos del nazismo no quieren ver el Hamlet del dramaturgo inglés, no, ellos quieren presenciar un Hamlet germánico, aquel que pudiera agradar al inestable carácter del Führer, por la cuenta que les trae a todos, a Hendrik el primero.

¿Cómo depositar la raza y el genio de la Alemania hitleriana en alma decente de Hamlet?
En su fuero interno, en el corazón sincero de un hombre que ama a su profesión, ahí donde nadie le puede descubrir, Hendrik siente rabia, dolor, tristeza, asco hacia todo lo que es, hacia quienes le rodean.

Ha de traicionar el alma limpia de su adorado Hamlet. Sabe que hará un mal papel, le preocupa, aunque al día siguiente todos los periódicos hablen de un triunfo estelar. Sus valedores nazis, los gorilas que le tienen como bufón y payaso para mitigar en privado su aburrimiento, son demasiado poderosos.



                                 Arco de la Victoria, Madrid. Paco Castillo, 2015

Un episodio fascinante del libro, ya para concluir, a raíz del apresamiento de Otto Ulrichs por la SS. Un golpe sentido y doloroso para Hendrik, tenía sus debilidades, y para otro viejo conocido, Ihrig, que perteneció a la izquierda radical.
Ambos quedan en un lugar secreto, a ver que pueden hacer por el bueno de Otto. Hacía poco tiempo que Hendrik le había sacado de algún apuro serio. Ahora ellos son dos personalidades influyentes, aclamados por el nazismo, comparten confidencias y cenas privadas en las mansiones de los más altos oficiales nazis, ya pertenecen, con pleno derecho, a la élite de la familia nazi.

-         Horrible esa historia de Otto – decía el imperturbable doctor Ihrig con rostro compungido.

Él había destacado en muchos artículos al cabaret revolucionario Der Sturmvogel como la única empresa teatral de la capital con futuro y digna de atención. Otto había pertenecido al más íntimo círculo del crítico. (…)
También Hendrik Höfgen consideraba que era horrible. Aparte de esto, no tenían demasiado que decirse. No se sentían a gusto en mutua compañía. Como lugar de reencuentro habían escogido un café apartado y poco frecuentado. Los dos estaban comprometidos por su pasado, y casi podía parecer una conjura si alguien los viera juntos. Callaban y miraban pensativamente al vacío, el uno a través de sus gafas de montura de concha, el otro a través de su monóculo.

-         Yo no puedo hacer, de momento, nada por el pobre muchacho – observó Hendrik.
Ihrig, que iba a decir lo mismo, asintió. Volvieron a quedar en silencio. Höfgen jugueteaba con su boquilla. Ihrig carraspeaba. Quizá se avergonzaban el uno del otro. Höfgen pensaba de Ihrig lo mismo que Ihrig de Höfgen: “Sí, sí, querido, tú eres tan traidor como yo mismo.” Ese pensamiento lo adivinaba el uno en los ojos del otro. Por eso sentían vergüenza.

Aquí, K. Mann nos hace plantearnos unas preguntas, a medio camino entre la fascinación y el horror;  ¿Cuántos casos reales hubieron de suceder así mismo?

¿Cuántos poderosos e ilustres nazis albergaban en lo más recóndito de su ser, como una íntima y secreta convicción, al comunismo, el más enconado enemigo del nazismo, temerosos de ser descubiertos algún día?

¿Cuántos hubieron de presenciar, inmutables bajo un doloroso y oculto llanto, el tiro en la nuca de antiguos y secretos amigos?

¿Cuántos se llevaron a la tumba esa insoportable verdad?
Presumo que no fueron pocos.

Quien aborde este Mefisto de k. Mann está advertido, sus manos sostienen una obra maestra.

11 comentarios:

  1. Una amiga dice que no hay casualidades sino causalidades y con esta reseña y este libro tengo un nuevo ejemplo de ello.
    Acabo de contestar tu comentario en mi blog y te hablaba justo de esta época en la que llevo envuelta de manera constante más de un año (historia, literatura, ensayos...) Me parece que en esta época está la clave de muchos de los comportamientos humanos, de la maldad y de la violencia. Llego a tu blog y encuentro esta interesante reseña en la que vas desgranando algunos de los aspectos a los que les doy vueltas una y otra vez y que tú resumes en las preguntas finales.

    Acabo de leer un libro que te recomiendo, W.G. SEBALD, Sobre la historia natural de la destrucción. El autor reflexiona sobre cómo los bombardeos, por parte de los aliados, de ciudades como Hamburgo, Dresde, Berlín y otras, se convirtió en un tabú colectivo, olvidando no solo estos hechos sino los doce años de envilecimiento de la sociedad alemana. El caso del escritor Andersch sería un ejemplo de la fuerte influencia nazi en escritores que no se reconocen como tales.

    Andersch no es un actor, es un escritor, pero me ha recordado al actor protagonista de esta obra.

    Me apunto el libro, naturalmente.

    Abrazos!!

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    1. Pues tu amiga tiene toda la razón.
      No sé si te has fijado en las fotografías del post anterior, “El viajero de la noche”, hay una de un pajarito, precioso, que se posó frente a mí cuando tenía el libro en una mano y la cámara en la otra… Y no podía dar crédito a lo que veía en la portada, a la vez que observaba el pajarito… ¡¡Pero si ambos son idénticos!! ¿Qué enigmático mensaje quería transmitirme el libro? Nunca me había pasado nada igual, ¡Wow, alucinante!
      Laura, este libro está hecho para que tú lo leas, no me cabe duda. Hay un aspecto sorprendente en el que coinciden los críticos sobre este libro, el carácter visionario de K. Mann, igual que sucedió con otros grandes escritores, pues cuando escribió esta obra, en 1936, ya reflejaba en sus páginas la enorme tragedia que el nazismo supondría para la humanidad. Hay un párrafo muy revelador, que no me resisto a dejarlo pasar, cuando Bárbara, la ex - mujer de Hendrik, visita a su padre, otrora un admirado catedrático, en su exilio frente al mar, en el mediterráneo francés:

      - “ El anciano caballero salía poco y estaba casi siempre solo.
      - (…) se sentaba delante de la casa, sin desviar los ojos del mar, cuyo cambiante color no se cansaba de mirar. (…)
      - Me hace tanto bien tener el mar delante de mí…
      - (…) me había olvidado de lo azul que puede ser el Mediterráneo… Todods los alemanes que merecieron este nombre sintieron nostalgia hacia él, y todos lo honraron como la sagrada cuna de nuestra civilización. Ahora, en nuestro país, repentinamente hay que odiarlo. Los alemanes se quieren liberar con violencia de su suave poder y de su fuerte compasión; creen poder prescindir de su bella claridad; gritan que les sobra. Pero lo que afirman que les sobra es su propia civilización. ¿Quieren negar todo lo grande que han dado al mundo? Casi lo parece…
      - ¡ Ah, estos alemanes! ¡Cuánto van a tener que sufrir, y con que crueldad van hacer sufrir a otros! “
      Esto lo escribió seis años antes de que sobreviniese el exterminio judío por parte de Hitler.
      Abrazos!!

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    2. Ah, gracias por la recomendación del libro de Sebald, un autor al que tengo echado el ojo hace tiempo. ¡Apuntado!

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    3. Buenooooo!!! Pero, ¡¡qué maravilla lo del pajaríto!! Ay!! esas cosas me emocionan y me inquietan, será porque soy demasiado racional.

      Un extraordinario fragmento. Me recuerda a Josep Roth, un escritor con esa clarividencia y al que admiro mucho, si no lo has leído te lo recomiendo, sus artículos poco antes de morir ya en el exilio (murió en 1939) están recogidos en La filial del infierno en la tierra. Escritos desde la emigración.

      Leeré este Mefisto

      Abrazos!!

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    4. Gracias de nuevo Laura!
      De J. Roth tengo pendiente "La marcha Radetzky", que lleva en mis entanterías desde tiempos prehistóricos. Me apunto el libro que mencionas!!
      Cuídate :)

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  2. Con este libro me pasó al revés de lo que me suele suceder. Vi la película hace la tela de años (Mephisto) y ella me llevó al libro. Un libro de esos que extraes muchas lecturas, un telón de fondo sobre el que aparecen muchos comportamientos humanos. Quizás porque cuando el escenario es el peor de los posibles, como es el caso del nazismo, emergen esos comportamientos humanos con una fuerza inusitada: la maldad, la traición, la culpa, la vergüenza, la rabia, la verdad... pero también sus contrarios. Las contradicciones de siempre.

    Lo que no recordaba era que Kalus Mann era hijo de Thomas Mann. La memoria y sus agujeros :)

    Es, sin duda una obra maestra. Y que me alegra que traigas por aquí, porque es de los libros poco comentados por la blogosfera, que en su mayoría anda por otros menesteres.

    Un abrazo, Paco.

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    1. Sí, una gran película, ganadora del Oscar a la mejor producción extranjera (Hungría, 1981). Dicen que las escenas de Klaus Maria Brandauer caracterizado de Mephisto son de esas que los cinéfilos recuerdan como memorables. Una película de culto. Como bien dices, Ana, K. Mann refleja el lado sucio de la condición humana... Y sin embargo utiliza una prosa tan lírica, en muchos pasajes, unas descripciones de las miserias del alma, con una elegancia entre decadente y poética, que he perdido la cuenta de los fragmentos que anoté, por el simple placer de releerlos en cualquier momento y asistir a un acto de escritura magistral.
      A mí me alegra que hayas leído esta obra, minoritaria, para gustos exquisitos como el tuyo.
      Un abrazo Ana :)

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  3. Antes que nada, he leído atentamente las bondades de este libro, casi desconocido para mi, si no hubiera sabido del film, que no vi. Lo cierto es que por aquí pareciera que se encuentra olvidado lo suficiente, como para que nadie posea un ejemplar. No obstante, Paco, lo he apuntado, por si alguien se digna ofrecerlo.
    Gracias por traérnoslo a la memoria. Seguro que su prosa será un deleite.
    Cuídate, amigo. Un abrazo.

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    1. Hola amigo Marcelo :)
      Me consta que un gran lector como tú disfrutaría con esta historia, donde encontrarías párrafos para enmarcar, admirado por la facilidad que posee todo genio literario para mostrar, en las situaciones más triviales, la "hondura" que nos determina como seres humanos. Me llevaría una gran alegría si lo encontrases.
      Un abrazo!

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  4. Excelente artículo. También la presentación, de algún modo resulta emotivo ese viaje del libro por Madrid, por esa España, esta, a la que acudió. Dejo el enlace a un artículo: "El nieto de Thomas Mannn relata el infierno vivido durante años en el clan familiar" http://elpais.com/diario/1992/12/13/cultura/724201201_850215.html Y este otro: "Klaus Mann, a la sombra del padre" http://elpais.com/diario/2006/11/25/babelia/1164413838_850215.html
    Saludos.

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    1. Muchas gracias Pilar :)
      ¡Qué pinta más interesante tienen esos enlaces ! Voy a leerlos enseguida. Ha sido una lectura que me ha sorprendido, empezó de un modo "tibio" para ir ganando intensidad hasta convertirse en una lectura memorable. La película también es del todo recomendable (la que protagonizó Klaus Maria Brandauer).
      Un abrazo!

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