Viento del norte. Elena Quiroga (Santander, 1921 – La Coruña,
1995)
Libro. Ediciones Destino, 1960. 278 páginas.
Cruzando uno de esos puentes, maravillosos por cierto, que
muchos libros tienden hacia otros, llegué hasta el “Viento del norte”.
Lo posibilitó una obra antológica con relatos de relevantes
escritoras españolas que publicaron entre 1939 – 1969.
Es un libro que tengo en casa, estaba curioseando entre la
sugerente nómina de autoras y se cruzó Elena Quiroja.
Sabía que por ahí tenía el título que os presento, y me
apetecía cambiar el aire sucio y viciado
de Tirana (tras leer “Una nulidad de hombre”, de Fatos Kongoli), por el
aire claro, fresco y aromatizado con eucaliptos y mar de Galicia.
Casi nunca planifico
mis lecturas, suelen venir por éste u otros laberintos, me gusta más así.
La verdad es que cualquier autora de las que aparecen en ese
“libro puente” merece un acercamiento atento, mirad el plantel literario, cada
una con su relato (y fotografía con la semblanza):
Elisabeth Mulder (sí, era de aquí, nacida en Barcelona)
Carmen Laforet
Elena Quiroga
Carmen Martín Gaite
Ana María Matute
Rosa Chacel
Josefina Rodríguez de Aldecoa
Dolores Medio
Marta Portal
De todas ellas tengo libros por casa, una suerte sin duda.
Viento del norte comienza su andadura como un río recién
nacido en algún risco recóndito, un tímido hilillo de agua que se desliza por
los recovecos de una roca, y luego por otra, apenas humedece unas hierbas por
aquí y por allá, esa maravillosa melodía cristalina es ahora un débil susurro, ¡pero , ayy amigo!
desconfía de esa mansedumbre, lo que ahora es cándido y apacible tornará en una
fuerza colosal de la naturaleza, un río de ingente caudal, avanzando imponente
hacia su abrazo con el mar.
Soy un lector, por buscar una definición que me ataña como
tal, que avanza en la narración contra viento y marea, no suelo tirar la
toalla. Sé bien lo que me digo, algunas de la sorpresas más espectaculares, en
el buen sentido, me las han proporcionado libros que parecían empeñados en
hacerme caer, o tal vez al revés.
Es decir, puede que la historia, el estilo y otras
consideraciones me planteen ciertas dudas iniciales… Pero yo sigo, repito,
contra viento y marea, dos elementos, además, bien presentes en el libro. Obra
premiada con el Nadal en el lejano 1950.
La narración arranca al son de la aldea gallega, la Galicia
profunda de los pazos señoriales y sus sirvientes. La escritura transita por
una engañosa ingenuidad y candidez hasta el ecuador de la historia.
Un preámbulo tal vez largo, no digo yo lo contrario, pero
tiene su “por qué”, y Elena Quiroga irá justificando ese “por qué”.
Es fácil dejarse llevar por las apariencias, pero esa
sentencia que reza; nada es lo que parece, adquiere categoría de axioma
en manos de Elena Quiroga, escritora con mucho oficio y reconocida calidad. Lo afirmo
rotundamente.
La autora nos sitúa ante un discurso y escenario que a priori
se antoja predecible, como si al abrir el libro y leer página tras página
concluyéramos que quiere vendernos una especie de Arcadia, lugar idílico de
bucólica sencillez, donde reinan los días de vino y rosas.
Pero los vientos… los vientos son impredecibles.
Puede parecer que la novela está impregnada de cierto
pintoresquismo, o costumbrismo, característica, pienso yo, injustamente
desprestigiada hoy en día. “El lazarillo de Tormes” está plagada de escenas
costumbristas… ¿Es una mala novela? Si no es suficiente, tranquilos, Elena
Quiroga evita la mitificación del tópico, tiene recursos de sobra.
En un lugar como Galicia es imposible renunciar a la fuerza
de lo telúrico, ese elemento terrenal, geográfico, que cincela el carácter de
sus habitantes y del cual se nutrió memorable literatura de allá.
Hay buenos ejemplos, por citar unos pocos, “El bosque
animado” (W. Fernández Flórez), “La hija del mar” (Rosalía de Castro), y no
puedo olvidarme de otra ambientada en dicha atmósfera, entre mística y
realidad, “Los pazos de Ulloa” de Emilia Pardo Bazán, publicada en 1886, por
tanto antecesora de la que nos ocupa.
Pero ese influjo telúrico, tratándose de Galicia, es
excepcional. Estamos en tierras de los ancestros celtas y sus castros, la
íntima relación con la naturaleza, la veneración que profesaban a los árboles,
los ríos, etc, ha permanecido anclada en el alma de los gallegos, reflejándolo
en su literatura con la destreza que se realiza lo connatural a uno.
La naturaleza y lo sobrenatural subvertido a la literatura.
Así, tienen relevancia y no son mero aderezo elementos como:
El orballo, como llaman en Asturias y Galicia a esa lluvia
fina y persistente que perpetúa el verdor de sus paisajes.
El Tumbaloureiro, precioso galicismo, referente, precisamente,
al viento fuerte del norte o vendaval que penetra por el litoral. Es una
palabra compuesta; tumbar: hacer caer algo, derribar. Y loureiro: laurel.
Derribar al laurel… adquiere un profundo simbolismo en esta
historia.
Y claro, los helechos, los tilos, los eucaliptos, las vides,
los manzanos, el barro de los caminos, los acantilados encrespados y violentos…
Marcela, la protagonista indiscutible.
Ella es una sirvienta cuya madre, joven moza y sirvienta a su
vez, la parió entre el secreto y la vergüenza “del pecado”, y corrió esta moza
fuera de ahí, de las fincas, de los montes, del horizonte, corrió tanto que
nunca más volvió al pazo.
Sin padre conocido, Marcela, la rapaciña, crecerá bajo
el cariño incondicional de Ermitas, vieja algo alcahueta y ama de llaves de don
Álvaro, éste es algo más que señor del pazo, un hombre noble, solitario,
esencialmente bueno. Entregado a su gran pasión, historiar una obra monumental
que recoja el trasiego de peregrinos en el Camino de Santiago, sus leyendas,
todo lo que acuda a su cabeza. Los libros, su gran pasión.
“Reprochávanle sus propios criados su apatía y su excesiva
bondad, que adolecía de ambas cosas. Siempre que en algún disgusto le tomaban
como mediador –y esto era continuo-, Álvaro procuraba suavizar asperezas y
favorecer a ambas partes (…) unos y otros se marchaban, sacudiendo la cabeza:
“Te es un bendito.”
No era un bendito Álvaro, era un hombre de bien a quien el
íntimo y continuo contacto con la tierra, y los árboles, y la umbría paz de los
ríos, habíale revestido el alma de secreta fuerza, y un pensar siempre
dilatado, no concediendo importancia más que a los actos trascendentales de la
vida: el nacer y el morir.” (p. 15)
Inmejorable forma de describirlo.
Sus jornaleros y jornaleras viven, como era costumbre, dentro
del latifundio formado por las fincas, una reminiscencia del feudalismo
traslada a los modos y roles algo más humanos del siglo XX.
Bajo el brazo protector de Ermitas y la benevolencia de don
Álvaro se criará Marcela, solitaria también, y recelosa por la mirada
envenenada del resto de sirvientes, cuando no el desprecio… “Esa Marcela es
cosa de meigas”, dicen por haber nacido de esa guisa. Ya está señalada siendo
una bebé.
Marcela es una niña parca en palabras, ruda y áspera en el
trato, encantadora en su natural forma de entender la vida, no se arredra en
las duras labores del pazo, incluso disfruta en ese mano a mano del trajinar en
el campo… aunque siempre conserva un poso de amargura que le hace estar
ausente. Y en su aparente simplicidad entrevemos un ser complejo.
Ese misterio insondable que alberga en su interior la
convierte, con los años, en un ser especial a ojos de Álvaro. Y la rapaciña se
irá transformando en una hermosa mujer, que por su carácter indomable alimentará
el deseo de los sirvientes, y el amor, a fuego lento, en el corazón de Álvaro,
sentimiento al que trata de resistirse con todas su fuerzas, no será posible.
El señor Álvaro está jovial y sano a sus cuarenta y tantos años.
Un hecho crucial cambiará todo. En un acto festivo del pazo,
Álvaro y Marcela, ésta más bien empujada por Ermitas, bailan juntos, se
agarran, se separan, pasan las manos por sus cinturas, se entremezclan sus
sudores…
La muchacha, aunque algo aturdida por la situación, se
divierte al fin y al cabo, no todo va a ser enfangarse los pies en la huerta.
Álvaro se embriaga del aroma campestre de Marcela, de sus
ojos, de su cuerpo… sabe que ya está derrotado.
Ella, ingenua y ruda, no sabe nada. Qué contrariedad… el pazo
entero, sin embargo, se dice a sí mismo que ya saben todo. Pero, ¿el qué? Si
ella solo ha estado un rato divirtiéndose, azorada eso sí, que bailar con el
señor impone.
Da igual, el mal ya está hecho, la inquina de que es objeto por
parte de sus compañeros de fatigas ha encontrado la excusa perfecta para
condenarla… ¡esa bruja! vociferan las mujeres.
Incluso Álvaro, por primera vez, siente la mirada escrutadora
de sus trabajadores, no soplan buenos vientos, especialmente para Marcela.
Los pocos que la estiman, empezando por Ermitas y Álvaro,
saben que tiene que abandonar el pazo. Solo hay dos opciones, no regresar
nunca, sabiendo que para la muchacha el pazo es su mundo, que fuera de sus
campos y montes se marchitaría de pena. Y la otra opción es regresar pero… solo
puede hacerlo como esposa de Álvaro. Idea descabellada para todos, y en cierto
modo para Álvaro, pero… ¿Y perderla para siempre?
Y regresará, sumida en el desconcierto por la inminente
unión, después de pasar varios meses como “educanda” en un convento de la ciudad,
cuando ya estaba a punto de volverse loca ante la falta del horizonte limpio de
“sus campos”, del aire con sabor salado y humedecido por el mar, allá en el
pazo.
Y Álvaro mostrará una paciencia infinita, a nada la fuerza, a
nada la obliga, la tratará con un tacto como no conocía Marcela, con una bondad
y generosidad… pero todo eso se choca contra los silencios de su esposa, contra
sus monosílabos, contra su rudeza, hay algo salvaje y primitivo en Marcela que
se abre como un abismo frente al mundo culto y educado de don Álvaro.
Y sin embargo, en su fuero interno, ella quiere ser su
esposa, pero no sabe serlo ni estar en ese “lugar ajeno” desde el que contempla,
extrañamente erguida, ya sin doblar los
riñones, a los demás, agachados, como hace poco estaba ella en la tierra
recogiendo el maíz, pisando las uvas con los pies desnudos… qué maravillosa
sensación, piensa.
A ella le gusta hacer eso, mancharse las manos con la tierra
y olerla. Ya no podrá, sería el hazmerreír.
Así es su matrimonio, incluso con la llegada del hijo,
adorado por Marcela, quizás por lo que ella no tuvo. Y por Álvaro.
Lo que uno obra desde un íntimo convencimiento de ser lo
correcto, lo adecuado para no levantar suspicacias, no contrariar a los otros,
y la percepción que tienen los demás, cuando ésta (la percepción) llega hacia
ellos por un camino extraviado, acuciada por un sinfín de consideraciones,
variables y corazonadas que desvirtúan en origen la verdadera intención de su
parecer. Esa es su relación, duermen bajo la misma sábana… pero nunca se
encuentran.
Marcela es fascinante, sus frases en toda la narración no
ocuparían más de una página, pero… ¡se come al libro! Tiene una presencia
arrolladora, su mutismo es un mundo inabarcable por el que te precipitas sin
tocar fondo.
Es impresionante que Elena Quiroga consiga tanto con tan
poco, y uno advierte que ha puesto toda la carne en el asador en pos de
Marcela. La adoras y acto seguido la apartas espantado, su mente es tan difícil
de sondear como sus silencios, magistral planteamiento psicológico el que
despliega Elena Quiroga sobre ella.
Pero también Álvaro tiene un recorrido psicológico en el que
se muestran todos sus claroscuros. La progresión de ambos protagonistas, revela
la brillantez de la escritora a la hora de confrontar dos actitudes ante la
vida, muy próximas en su valoración de las cosas sencillas.
Entonces… ¿Por qué media un universo entre ellos? Me parece
un reto poner luz en esta cuestión, veamos, sus caminos llevan direcciones
opuestas, Álvaro nació reconciliado con la vida, pero a medida que pasan los
años siente vértigo ante el vacío existencial en el que se observa.
Marcela ya nació en el vacío, vilipendiada por la vida, solo
ahora, mil obstáculos después, tiene un sincero deseo de reconciliarse con la
vida.
Ambos han ido corriendo a fundirse en un abrazo… tomando
caminos inversos. Nunca se encontrarán.
¿Por qué, Marcela?
¿Por qué me dejas así, al cerrar el libro?
¿No viste que yo te alentaba con todo mi ser, que corría
contigo, impulsados por esa fuerza salvaje del viento… del viento del norte?
Viento del norte, que se atisba apocado en el umbral del
horizonte, apacible como si con él no fuera la cosa y, cuando te das cuenta,
una vez que lo tienes encima, irrumpe envalentonado y contundente, apabullándote
con su ulular primitivo, estremecido ante sus violentos embates.
Tumbaloureiro… qué bella palabra para tan violenta aparición.
Hola Paco
ResponderEliminarDe esas escritoras que citas, no conozco ni a Marta Portal, ni a Dolores Medio, fíjate el nivel de literatura que he dado en todos los años (muchos) de estudios que ni las citaban...en fin
En cuanto al libro, si conocía A Elena Quiroga, pero apenas una somera cita en algún libro de texto, o en algún blog más que especializado, y ahora en el tuyo, con lo que, para mí, coge prestigio para su lectura. Es posible, muy posible, que tenga carencias de literatura española, y por eso no la conozca, pero tengo al experiencia de la, para mí, mejor novela del siglo xx español que he leído(extraordinaria) y que nadie a mi alrededor, pero es que nadie, lo conocía : "el diario de Hamlet García" de Paulino Masip. Así que uno no sabe si se desconoce por déficit del sistema educativo español, por falta de conocimientos, porque nadie habla de ella, porque somos así...
La novela, por lo que cuentas, encaja en esas novelas casi "locales" que surgían por las regiones de España, y que, como dices, se han abandonado, a la luz de modas y nuevas formas, pero no te hagas mala sangre tienes la antiguas, y tarde o temprano volverán, las modas van y vienen con los años. Basta con que un buen escritor haga una buena novela y saldrán como flores en un humedal. DE alguna forma, también creo, que han vuelto adaptadas a la época, porque, salvados todos los conceptos que se quieran, "Obabakoak" de Atxaga o la serie sobre Asturias "Paniceiros" de Xuan Bello, tienen algo de reivindicación de lugares de piedra y tierra, de pasado sin coches, de presente sin Internet....
Interesante propuesta
gracias
cuídate mucho
Hola Wineruda.
EliminarDolores Medio fue una mujer muy interesante, gran activista, lo que le originó múltiples problemas en los años de Franco, incluso fue encarcelada por encabezar una manifestación reivindicativa en Madrid junto a mineros asturianos (era asturiana también). Ha sido una escritora premiada con el Concha Espina, el Nadal, y el Sésamo. Marta Portal (también asturiana), no tuvo una vida tan polémica, investigó mucho la literatura latinoamericana como filóloga.
Tengo que hacerme con ese "Diario de Hamlet García", de Paulino Masip, tamaña consideración por tu parte no se puede obviar.
Sí, la novela pertenece a lo que se denominó "realismo social", y buena parte de esa literatura tiene esa ubicación espacio-temporal localista, o la pequeña ciudad de provincias (algo notorio en Delibes)... aún estaba lejos la "aldea global", la globalización.
Muy de acuerdo, las modas siempre traen la novedad... "de lo viejo".
De Atxaga tengo un libro de cuentos, que he leído a mi hija :)
Uff, pasado sin coches, presente sin internet, miras a tu alrededor y parece que las antiguas civilizaciones ya nacieron... ¡¡con internet!! jaja.
Es una propuesta interesante, sin duda.
Cuídate amigo
Todo un misterio el porqué nos decantamos en un momento dado por uno u otro libro y toda una maravilla el que una lectura nos lleve a otra. Esta que nos traes hoy parece una novela cocida a fuego lento y aderezada con buen hacer y con mimo. También una historia en la que el ambiente y la naturaleza se funden y mimetizan con la trama convirtiéndose en un personaje más. Yo también soy una lectora (no sé si por terquedad o paciencia) a la que le cuesta mucho abandonar una lectura una vez que la empieza por muy cuesta arriba que se le haga. Este empeño (no siempre) es cierto que a veces es recompensado con magníficas lecturas. Tu reseña me ha ido ganando de a poco y ya siento fascinación por Marcela aun sin conocerla por frases como estas: "Marcela es fascinante, sus frases en toda la narración no ocuparían más de una página, pero… ¡se come al libro! Tiene una presencia arrolladora, su mutismo es un mundo inabarcable por el que te precipitas sin tocar fondo." También me tienta esa abrazo-cruce de caminos inversos. Apuntaré este título en esa lista interminable de lecturas pendientes que tengo y, como es un tanto azarosa y caprichosa, veremos si le abre paso para escalar posiciones.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Lorena.
EliminarEfectivamente, al tratarse de un pazo en la Galicia rural la Naturaleza es coprotagonista indiscutible.
También creo, como afirmas, que E. Quiroga ha hecho esta novela a fuego lento, yendo de menos a más. Marcela no deja indiferente a nadie, tiene un gran magnetismo.
Sería estupendo que una historia así cayese en tus manos, Lorena.
Un abrazo!
He leído novelas de Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Rosa Chacel y Josefina Rodríguez de Aldecoa. De tres autoras, entre las que está la que reseñas, no he leído nada y la tendré en cuenta, claro.
ResponderEliminarYo tampoco planifico las lecturas, tengo varias estanterías de aproximación y dos montocitos de libros en mi mesa, pero nunca sé por dónde iré cuando acabo el libro que estoy leyendo.
Leí y reseñé hace poco El bosque animado de W. Fernández Flórez y disfruté mucho, así que el pintoresquismo no me desanima, aunque me parece generalizado en una época determinada de la literatura, hoy es muy raro ese recurso.
Interesante propuesta, a ver si encuentra su sitio entre mis lecturas...
Las fotos muy conseguidas y muy adecuadas a la novela que reseñas.
Un fuerte abrazo!!
Hola Laura.
EliminarEstá claro que algunas autoras gozan de más fama que otras, esto puede deberse a varias circunstancias, incluso extraliterarias, ya que las menos conocidas atesoran también una magnífica calidad como escritoras.
Jeje, los montoncitos de libros en mi mesilla siempre acaban convirtiéndose en una verdadera cordillera, pero ya sabes que algunos los quieres tener al alcance de tu mano, sentirlos cerca de ti...
A ver si echo un vistazo a esa reseña de Fernández Florez, tu opinión siempre me resulta muy intetesante.
Un fuerte abrazo!!
Oh Paco qué bonito lo has contado, me ha encantado leer esta propuesta. No recuerdo haber leído nada de Quiroga así que igual me animo con esta propuesta, me ha gustado esa profundidad de los personajes que cuentas, me gusta ese aspecto en mis lecturas.
ResponderEliminarSobre las lecturas y el orden, nunca sé por dónde empezaré. Tengo libros que quiero leerlos desde hace meses y allí están en mi librería o en el ebook sin acabar de decidirme y otros que los descubro e inmediatamente me seducen, así que mi recorrido en la lectura viene marcado por lo que me apetece en cada momento.
Eso sí me gusta visitaros, leer vuestras recomendaciones y descubrir las propuestas que hacéis que hacen que mi lista de pendientes no deje de aumentar.
Un abrazo
Hola Conxita.
EliminarGracias por tus palabras, me complace que te haya gustado leer esta propuesta, uno siempre trata de transmitir sus sensaciones con los libros, algo que siempre supone un reto, tú lo haces muy bien :)
Vaya, veo que por aquí coincidimos en dejar la elección de un libro un tanto a la improvisación, es más emocionante así, verdad?
A mí también me encanta visitarte, Conxita :)
Abrazos!
Lo cierto es que sí, es mucho más emocionante dejar que sean los libros los que elijan su momento y así, al menos yo, los disfruto más. Alguna vez me había pasado poner muchas expectativas en un libro, leerlo inmediatamente y no ser lo qué esperaba, así que ahora improviso, que ellos decidan.
EliminarGracias
Besos
Me he tomado mi tiempo en visitarte, querido Paco, a sabiendas que leerte implica disponer de cierto tiempo, para ir degustando tus líneas sorbo a sorbo.
ResponderEliminarDe la lista de autoras, sólo desconozco a la primera y a las dos últimas; el resto, tiene alguna presencia en mi biblioteca. Éste con que nos deleitas ahora lo tengo esperando en formato digital.
Me gusta la literatura española que evoca costumbres locales y tradiciones; habla de un pasado rico y frondoso de aquellas aldeas y sus gentes. Como bien dices, las modas van y vuelven...
Como propuesta resulta más que interesante; a ver si puedo intercalarla entre otras lecturas.
Gracias por allegarnos una nueva recomendación, acompañada de tus habituales exquisitas fotografías.
Un fuerte abrazo, Campeón!
Hola Marcelo.
EliminarMe alegra que tengas este título disponible para leer. Muy cierto lo del pasado rico y frondoso sobre aquellos escenarios que, personalmente, también los encuentro muy atractivos en la literatura. Elena Quiroga merece ser leída, nos muestra esa Galicia profunda con una prosa llena de encanto. Tendrás que decirle a "los rusos" que le hagan un hueco :)
Cuídate pibe!
Entre los autores que citas añadiría a Manuel Rivas. Mi fascinación por Galicia un tiempo vino por ahí, le da un sello distintivo. Es una pena que se considere anticuado y el recurso a lo local sea relegado por un falso cosmopolitismo, que la mayor de las veces es impostado y por eso, a mí al menos, no me convence. También defiendo, como Marcelo, esa literatura que busca en lo local lo universal.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me gustaba leer a Manuel Rivas como articulista en el País Semanal... años ha. Lo tendré en cuenta. Tienes razó, Gerardo, parece que en literatura hay que huir de lo local, como una necesidad imperiosa frente a lo cosmopolita, en el fondo no deja de ser una postura maniquea, lo local versus global. Al final lo único que me importa es si me ha gustado el libro, o no. Me ha gustado bastante :)
EliminarUn abrazo.
¡Qué reseña más poética, Paco!
ResponderEliminarY qué bien has definido el ambiente de la novela.
Como bien comentas, Marcela con sus silencios es más elocuente que si dijera miles de palabras, y eso solo es posible cuando el personaje lo define una escritora de la talla de Elena Quiroga.
Una delicia leerte y regresar a la historia tan especial que se encuentra entre las páginas de una novela estupenda.
Un abrazo.
P.D. Compruebo que a ti también te ha 'impactado' el tumbaloureiro (su sonido, el del vocablo, es tan musical...)
Gracias, Paloma ;)
EliminarJeje, puede que ahora considere el comentario un tanto extenso... pero es que me puse a escribir, intentando transmitir todas las sensaciones que me había provocado la lectura y no sabía como parar, jaja.
Elena Quiroga me dejó deslumbrado, y pensé en los magníficos autores de este país relegados a un doloroso olvido... en fin, supongo que las cosas vienen así.
Tumbaloureiro... sí, una palabra deliciosa.
Muchas gracias, y bienvenida por aquí, Paloma.
Un fuerte abrazo!