P. Castillo

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miércoles, 5 de agosto de 2015

De Viaje. Francia, España, Argelia e Italia. Stefan Zweig, (Austria, 1881 - Brasil, 1942).
Libro. Ediciones Sequitur, Madrid, 2015. Traducción de Francisco Uzcanga Meinecke.
101 páginas.





Escritor célebre y viajero es un binomio que ha deparado no pocas joyas literarias, muchas veces olvidadas por el relumbrón de los títulos más famosos. Algunas son grandes crónicas viajeras, otras, como es este librito, son de corta extensión pero condensan todo el virtuosismo del autor. Una vez leídas tienes la impresión de que el escritor se ha entregado, en cuerpo y alma, al propósito de traducir en palabras el arrebatado espíritu de todo gran viajero.
El viaje es una “realidad vivida” (matiz relevante), que el escritor traslada al terreno literario. Así pues, no estamos ante una ficción producto de la portentosa imaginación del autor.
Tal constatación  motiva que la literatura de viajes tenga esa personalidad “sui géneris” que la hace tan atrayente, al menos para mí.

Son obras en las que uno siente la escritura como una experiencia plena de vida, percibes el asombro del autor ante aquello que acaban de descubrir sus ojos, una transferencia inmediata entre lo que se observa y lo que se siente, donde lo racional cede preponderancia ante la pulsión de escribir bajo el influjo sensitivo, pero ambos estados se funden en un equilibrio sutil para ofrecer lo mejor de sí mismos.
Muchas veces la escritura transita por la periferia de lo perceptible, como si se la privara de explorar un territorio que clama ser colonizado más por la sensibilidad. Las narraciones viajeras, sin embargo, campan a sus anchas por esa senda.

Las palabras de Zweig se adhieren al aroma primaveral de la Provenza, se funden con los colores otoñales de París, adquieren la textura que le confiere la calidez del sol sevillano, su sonoridad evoca las notas conciliadoras de una guitarra, llenan el alma con la luz de las vidrieras góticas de Florencia, con esa belleza tan irreal que parece elevarte sobre la fealdad del mundo, se mueven presurosas por las callejuelas, ante las miradas ocultas, en la inquietante noche argelina.




“ Por la tarde estaba todavía en París. Un último paseo por los bulevares; los árboles, desnudos y grises, aún cuelga de alguno, débil y temblorosa, una postrera hoja amarillenta olvidada por el viento otoñal. El atardecer es templado y luminoso, pero le falta –lo sientes- la frescura, el aroma. A pesar de la nieve y los temporales, es un aire mortecino, desabrido y vacío, porque no emana de esa tierra a punto de eclosionar bajo los cálidos rayos de sol, porque carece del aroma a polen de las miles de flores que todavía no lo son. Y luego, por la noche, estás en el tren. Solo penumbra durante horas y horas, y el traqueteo de las ruedas a través del paraje desconocido.” (p. 8).




Con especial curiosidad he leído las líneas que dedica al Monasterio de Monserrat y a la primavera sevillana. Si bien alude a los tópicos manidos del sur; tales como la desbordante pasión de la mujer sevillana, el primitivismo y la fuerza salvaje del baile flamenco, se desprenden en las impresiones de Zweig un entusiasmo sincero. Y, a decir verdad, su prosa logra trascender el halo de vulgaridad que uno esperaría encontrar en estos halagos, adquiriendo una categoría literaria de alto nivel, que te seduce y deleita.
Capta con suma elegancia la dimensión telúrica que explica el carácter de las gentes a través de la naturaleza geográfica que los acoge. Así, la diáfana luz sureña transfiere a los andaluces su alegría de vivir, dispuesta a mostrarse en cualquier oportunidad que se presente. De igual modo sucede con los norteños y castellanos (a quienes también menciona), si antes era el sol, ahora es la brumosa oscuridad la culpable de sembrar la penumbra en los rostros y la expresión de sus habitantes, y la parquedad y severidad de los castellanos son vestigios del solitario páramo meseteño, como ya nos lo hicieron saber Machado, Unamuno y compañía.

“En Sevilla, el sentido musical no se materializa en una forma concreta y perdurable, pero en todas sus calles suena la música, buena y mala, siempre hay alguien que tararea una melodía al aire, o rasga una guitarra. (…)
¿ Es éste el carácter español ? Sí y no: porque España constituye una unidad solo en el mapa, pero en realidad está dividida en dos partes que se oponen de forma casi esquemática y que, a su vez, se descomponen en miles de contrastes particulares. La España de Pizarro y Torquemada sigue también viva, el espíritu sombrío y fanático de Castilla ha encontrado nuevas formas en las que perpetuar su orgullo y crueldad. Las ciudades lóbregas y decrépitas del norte no están pobladas por alegres guitarristas; en el plomizo Toledo, rodeado de murallas y que pende amenazador de la roca que quiebra con furia el Tajo, aún viven los monjes de otrora y los severos Grandes de España, las personas a través de las cuales la tierra yerma y los peñascos abruptos y hostiles parecen haber adquirido apariencia de vida. Pero es solo una apariencia; porque estas ciudades tienen algo de sepulcral, y sus habitantes algo de frailuno.” (p. 32, 33).

Uno se imagina a Zweig con mirada sabia y serena contemplando, desde la ventana del tren, las luces intermitentes y lejanas de los pueblecitos cuando llega el anochecer, o el neblinoso amanecer que lo recibe en una solitaria estación de provincias.
Todos esos viajes que vivían escritores como Hemingway, Conrad, Guide, Stendhal, Stevenson, Melville o Italo Calvino, por citar solo unos pocos, tenían algo de ritual, de catarsis, nada ya permanecería igual en sus vidas después de aquellas experiencias.
Ese  abrazo entre lo efímero y lo eterno que surge de la literatura de viajes, es el secreto de la cautivadora atracción que ejerce sobre mí.
Al fin y al cabo un viaje y  un libro comparten la misma esencia; siempre es una invitación a partir cuando lo abres, luego del inevitable retorno al cerrarlo.





6 comentarios:

  1. Los libros de viajes fueron una práctica bastante extendida de muchos escritores desde fines del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX. Yo he leído uno de Graham Greene -'Viaje sin mapas'- y si bien resultan interesantes sus apreciaciones sobre la realidad de África de ese tiempo, no son todo lo significativas que uno espera. Más bien, parece un ejercicio literario intentando contar algo distinto cuando no aparecen ideas nuevas.
    Se que Zweig se maneja bien como narrador tanto como observador.
    Debe ser un buen libro, Paco; al menos, colijo eso de tus líneas.
    Un abrazo, amigo!

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    1. Hola Marcelo.
      Seguro que tienes buenas razones para mostrar esa impresión sobre el libro de viajes que mencionas (lo desconocía), de Graham Greene.
      Si bien es cierto que cuando aludimos a ese matrimonio entre escritor célebre y viaje, no hablamos de otra cosa que “literatura de viajes”; es decir, la “mirada literaria” del autor acerca de un país y sus gentes.
      Se trata, pues, de la vivencia personal y la visión subjetiva del escritor acerca de tal experiencia.
      Ante ese hecho, uno advierte enseguida la distancia considerable respecto de una guía de viajes en sentido estricto, que desde un enfoque, supuestamente, objetivo tiene una intencionalidad meramente informativa y ninguna, o poca, literaria.
      De alguna forma, presientes lo que vas a encontrar cuando buscas a estos grandes escritores en sus experiencias viajeras, tú lo señalas, quizás con otras exigencias, asistimos a “un ejercicio literario intentando contar algo distinto cuando no aparecen ideas nuevas. “
      Lo que puede ocurrir es que la vivencia personal del escritor-viajero y nuestras expectativas como lector se mueven en planos diferentes.
      En cualquier caso, como lector, siempre te asiste el derecho a considerar ciertas discrepancias con lo leído, sé que tú eres un excelente lector y seguro que tu opinión nace de un buen razonamiento. Cuídate amigo y un abrazo, nos leemos!!

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  2. Soy una fan de Zweig. He leído una parte importante de su obra y tengo la intención de seguir haciéndolo, sin embargo no conocía este libro de viaje.
    Viajar, junto con la lectura, son las dos actividades que más aprecio. Me gustaría viajar de una manera lenta y pausada invirtiendo en ello semanas, pero habitualmente no es posible (especialmente por cuestiones económicas). Por tanto cuando emprendo un viaje, aunque sea breve y, a veces, organizado, procuro mentalizarme para vaciarme de tópicos y me dedico a ver y mirar. Disfruto mucho y siempre me lleva a pensar, a relativizar, a entender... No siempre es fácil, así que seamos comprensivos con Zweig cuando habla de la alegría y la pasión del sur ;)

    Un abrazo!!


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    1. Hola Laura.
      Uff... no ser condescendiente con Zweig, cuando nos hace partícipes de una mirada tan sabia y profunda sobre este particular (u otras cuestiones), es una desconsideración que no entra en mi cabeza.
      Laura, como sé que te interesa esta literatura, te dejo el enlace de la Editorial, sequitur, (ellos lo escriben en minúscula). De hecho, este título que presento es una edición de junio de 2015, y el enlace que te muestro hace mención a otro título, "De viaje a Rusia" que tiene una pinta estupenda, salió a la luz el año pasado.
      Y al margen de Zweig y los viajes, he echado un vistazo a las novedades de la editorial y tiene unos títulos muy apetecibles, ya verás!
      Viajar es una de las mejores formas de aprovechar nuestro paso por la vida, intuyo que tu actitud al viajar es el de una observadora profunda, a la manera de Zweig :) Cuídate Laura.

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    2. Olvidaba el enlace!

      http://www.sequitur.es/viaje-rusia/

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