El sentido del asombro (Continuación):
Fotos realizadas por Paco Castillo
Fotos realizadas por Paco Castillo
Atendiendo a la petición de Raquel Neves
(responsable de comunicación de Ediciones Encuentro), desestimo la idea de
publicar el texto íntegro del libro, como no puede ser de otra manera.
Eso sí, apelando a su temple y cortesía, no puedo dejar de exponeros un fragmento que ya tenía "sacado del horno", y esto en modo alguno supone una acción ilegal, y mucho menos una afrenta personal hacia ella, que de forma tan respetuosa ha expuesto la situación.
Lo
que si vais a tener con total disposición son las fotografías que he realizado
para la ocasión, ya sabéis que me gusta recibiros como os merecéis. Éstas de
algún modo se trasladan de tiempo y lugar, poniendo imágenes donde iban a estar
las palabras de Rachel Carson.
Vayamos al libro.
Vayamos al libro.
Es cierto que antes de R. Carson ya hubo escritores que
alertaron sobre el irreparable error que suponía para las sociedades su desapego
de la tierra, perder el contacto y la relación con lo natural. Baste el lejano ejemplo
del diplomático, escritor y filólogo George Marsh Perkins (EUA, 1801 – Italia,
1882), considerado por algunos como el primer ecologista norteamericano, quien
noventa y ocho años antes de publicarse “La primavera silenciosa”, ya planteara en
su libro “Hombre y naturaleza” (1862) la nefasta influencia que sobre el
medioambiente tendría la manera de entender el progreso que él
observaba.
Sin embargo la mencionada obra de G. M. Perkins, incluso
las de algún célebre contemporáneo suyo como Henry David Thoreau, padecieron la
carencias mediáticas de su época, y en aquellos años pasaron sin pena ni
gloria.
Justo lo contrario que ocurrió con el libro de R. Carson,
llegando al gran público. La televisión y parte de la prensa metieron su mensaje
dentro de cada hogar norteamericano. “La primavera silenciosa” se tradujo en
varios miles de ejemplares vendidos, y la presión por modificar esa dañina
praxis industrial se trasladó al gobierno, éste no tuvo más remedio que actuar
legislando en aras de una mayor protección medioambiental.
Al cerrar este espléndido libro he tenido la sensación de
haber acompañado a la buena de Rachel y su sobrino en uno de sus paseos por esa
silueta agreste que configura la costa de Maine, una naturaleza esculpida a
golpes de viento y lluvia, frente a la grandiosidad del Océano Atlántico.
Paseaban embargados de emoción, ya fuera al alba, cuando
los rayos del sol, si los hay, solo son un suave beso en la cara, o en
la sinuosa noche, momentos ambos en los que Rachel no dudaba en salir con el
risueño Roger, para aspirar el penetrante aroma de helechos y líquines, o dejarse
seducir por los incontables ritmos musicales que nos regala la naturaleza, que
lejos de mezclarse con estridencias se combinan en perfecta armonía.
Y la no menos asombrada de la ya madura Rachel, porque en la luz de sus ojos se adivina lo mismo, que el relato de la naturaleza se renueva cada día, uno nunca deja de descubrir la belleza, o lo trágico, en lo más colosal o minúsculo que acontece bajo el sol.
Otra cosa, R. Carson desprende esa gran sabiduría que brota desde la humildad, el tipo de personas que así mismo se asombran al ser consideras sabias por otros, entendiendo tal sabiduría no como la acumulación de un saber enciclopédico, sino por hacernos ver lo que hay de sencillo en la enorme complejidad de este equilibrio que todo sostiene. Mirar más allá de lo aparente es una enseñanza que la
naturaleza ofrece para cada uno de nosotros.
Está claro que R. Carson halló el sentido del asombro,
podría decirse de su vida, a través del íntimo contacto con sus amados bosques
atlánticos, sintiendo los latidos de la tierra y el mar, igual que otros lo hacen
componiendo música… o escalando cumbres de 8.000 mts hasta llegar a la
extenuación, incluso la muerte.
Hay siete mil millones de personas, sí, 7.000.000.000, en
este planeta buscando un sentido a su existencia, o huyendo de eso mismo, quien
sabe, es tan complejo esto… o tan sencillo como contemplar una tela de araña al
amanecer, brillante de rocío, en esos momentos en donde la belleza del mundo
aún está intacta y todo, Todo, es de una sencillez sobrecogedora,
desconcertante, fascinante… Sí, tan compleja.
Ya os he dicho que mis palabras son insuficientes para transmitir la belleza de este libro.
Ya os he dicho que mis palabras son insuficientes para transmitir la belleza de este libro.
R. Carson:
"Para la mayoría de nosotros, el conocimiento de nuestro mundo viene en gran medida a través de la vista, miramos alrededor con tales ojos que no ven que somos particularmente ciegos. Una manera de abrir tus ojos a la belleza inapreciada es preguntarte a ti mismo: ¿Qué pasaría si nunca lo hubiera visto? ¿Qué pasaría si supiera que no lo veré nunca más?
Recuerdo una noche de verano cuando este pensamiento me vino con fuerza. Era una noche clara sin luna. Con un amigo, fuimos a un cabo que era casi una isla pequeña, estando todo rodeado por el agua de la bahía. Allí el horizonte está remoto y lejana la frontera del borde del espacio. Nos tendimos y miramos al cielo y al millón de estrellas que brillaban en la oscuridad.
La noche estaba tan en calma que podíamos oír el ruido de las boyas sobre el acantilado más allá de la boca de la bahía. Una o dos veces una palabra dicha por alguien en la lejana orilla de la playa era traída por el aire despejado. Unas pocas luces ardían en las cabañas. Aparte de eso no había nada que nos recordara una presencia humana; mi acompañante y yo estábamos solos con las estrellas. Nunca las había visto tan hermosas: el río brumoso de la Vía Láctea fluyendo a través del cielo, los dibujos de las constelaciones, brillantes y nítidas, un planeta centelleante más abajo en el horizonte. Una o dos veces un meteorito se consumió en su camino hacia la atmósfera de la Tierra." (p. 31-32)
Estas últimas semanas paseando por el campo, al amanecer en
algunos días con niebla (lo habréis visto en ciertas fotos con libros, además
de éste), me quedaba pasmado con el resplandor del rocío
sobre las telas de araña, las diminutas gotitas de agua prendidas de los hilos,
descubiertos a cierta distancia, eran como collares de perlas flotando en el
aire, así que me acercaba despacio y la atención me ofrecía otra belleza
distinta de la anterior, arquitecturas fascinantes hechas de filamentos de
seda, igualmente con las gotas de rocío adheridas, y aunque en pocos meses
tendré medio siglo, mi hija de cinco años seguramente contemplaría lo mismo que yo…
eran como inverosímiles iluminaciones navideñas en unas ciudadelas de hilos.
Parece que hay un período de nuestra vida adulta en donde nos empeñamos en mantener fuerzas contrapuestas con todo aquello que daba sentido, y enriquecía, nuestra niñez… la capacidad de asombro, emocionarse, observar, ese dejar que todo fluya cuando somos niños y niñas, y que convertimos en diques de contención cuando ya no lo somos.
Parece que hay un período de nuestra vida adulta en donde nos empeñamos en mantener fuerzas contrapuestas con todo aquello que daba sentido, y enriquecía, nuestra niñez… la capacidad de asombro, emocionarse, observar, ese dejar que todo fluya cuando somos niños y niñas, y que convertimos en diques de contención cuando ya no lo somos.
Todo el tiempo que estoy fuera paseando se lo resto al blog, es cierto, incluso a una gran pasión como la lectura... pero yo "leo" mucho en cada suceso que capta mi mirada, observando lo que hay por encima y por debajo de mi cabeza mientras camino en los parajes que frecuento.
Siempre acabo "hablando" de todo, no lo puedo evitar, como le comentaba al amigo Wineruda hace poco: " Al fin y al cabo los libros están dentro de la vida... y la vida dentro de los libros"
Concluidos los últimos libros, me iba a caminar dándole vueltas a la cuestión del asombro, en lo que a mí concierne pienso que nunca la he dejado de lado. Suelo contar un cuento a mi hija Izaskun todas las noches, cuando se mete en la cama… Me los invento; y son muchos.
Al "Príncipe" de Ib Michael... le faltaba la "Princesa Izaskun"
“El
oso y la ardilla” por ejemplo… jaja, no, no lo voy a contar, simplemente
resumiré que ambos se ayudan, aunque al principio el oso despreciase a la
ardilla, un animal tan poderoso y respetado como el oso no quiere perder su
valioso tiempo en solucionar los problemillas de un pequeño animalillo… pero
la ardilla tiene sus bazas, la persuasión, la…
Terminará ayudando a la ardilla, ésta necesita cruzar a la otra orilla de un gran río… La ardilla lo recompensará con un lugar, recóndito y difícil de encontrar, donde zampar suculenta miel. El oso también necesitaba comer.
Bien, hay más en el cuento, claro. Mi hija Izaskun me escucha ojiplática, yo gesticulo, entono, abro los ojos incluso más que ella…
¡Qué Carajo! ¡Termino igual o más asombrado que mi hija!
¿Os dais cuenta?
Y la miro, veo una expresión feliz. Y veo sus ojillos, vencidos por un día larguísimo, entornándose poco a poco, llevándose con ella, a ese lugar mágico, todo el asombro del mundo… es decir, el que ha sido capaz de regalarle su papá. Cada vez que regreso del campo, lo hago con un libro repleto de asombro, aunque es invisible, el libro.
Terminará ayudando a la ardilla, ésta necesita cruzar a la otra orilla de un gran río… La ardilla lo recompensará con un lugar, recóndito y difícil de encontrar, donde zampar suculenta miel. El oso también necesitaba comer.
Bien, hay más en el cuento, claro. Mi hija Izaskun me escucha ojiplática, yo gesticulo, entono, abro los ojos incluso más que ella…
¡Qué Carajo! ¡Termino igual o más asombrado que mi hija!
¿Os dais cuenta?
Y la miro, veo una expresión feliz. Y veo sus ojillos, vencidos por un día larguísimo, entornándose poco a poco, llevándose con ella, a ese lugar mágico, todo el asombro del mundo… es decir, el que ha sido capaz de regalarle su papá. Cada vez que regreso del campo, lo hago con un libro repleto de asombro, aunque es invisible, el libro.
Mi hija, en la plenitud de su asombro...